El hundimiento de Podemos condena a toda la izquierda

29 de Mayo de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Ione Belarra 02

Las elecciones municipales y autonómicas son un serio toque de atención para las izquierdas, mayormente para Unidas Podemos. Todo apunta a que este país camina hacia un cambio de ciclo conservador que podría certificarse en las generales de final de año. El Partido Popular sube ocho puntos en intención de votos, el PSOE pierde uno. En enero, Feijóo podría ser presidente y el Gobierno de coalición cosa del pasado. La conclusión que se extrae tras el 28M es que el PSOE aguanta, pero su socio y principal aliado no. Por contra, en el bloque de la derecha el PP va como un tiro y Vox avanza en no pocas ciudades y pueblos (también en asambleas regionales). Ha sido una dentellada fuerte al sanchismo.

El 51,4 por ciento de participación a las seis de la tarde no auguraba nada bueno para el bloque progresista. Y los peores vaticinios se han cumplido. Pedro Sánchez, echándose la campaña a sus espaldas, no ha conseguido movilizar a la izquierda y Unidas Podemos ha perdido fuelle de forma alarmante. A primera hora de la tarde, tras el cierre de los colegios electorales, en Ferraz consideraban un grandísimo resultado si solo perdían La Rioja y Aragón. Sin embargo, la noche fue a peor. Casi toda Andalucía bajo el poder de Moreno Bonilla; el Pacto del Botánic en Valencia herido de muerte; y lo de Madrid, donde Ayuso y Almeida arrasan, el rejonazo final. Allí, en la Meseta, Unidas Podemos hace ya tiempo que pinta más bien poco. Es cierto que Más Madrid se asienta como alternativa en una última bocanada progresista, pero el tsunami azul popular (tanto en su corriente ayusista como feijoísta) ha sido tremendo. Podemos luchaba a última hora, a duras penas, por superar la barrera del cinco por ciento de los votos que da derecho a entrar en la Cámara Legislativa autonómica. No lo logró. Al mismo tiempo, en el consistorio municipal desaparecían como borrados del mapa. Elocuente.

La jornada fue también agónica en la Comunidad Valenciana, donde el PP va a gobernar con la muleta de Vox, dando un vuelco en las Corts y acabando con el Pacto del Botánic. Ximo Puig mejora resultados, crece la extrema derecha y Baldoví aguanta el tipo con Compromís, pero una vez más Unidas Podemos no da la talla y se evapora. Está claro que Puig ha arrastrado voto morado, aunque no le dará para gobernar. El PSPV valenciano engorda para morir por culpa del descalabro podemita. Mientras tanto, en el Ayuntamiento de la capital del Turia, Podemos ni aparece en el marcador definitivo y el alcalde Ribó pierde el bastón de mando. Ha sido un auténtico terremoto político y un jarro de agua fría que ni el más pesimista votante de izquierdas se esperaba.

Pero el ejemplo paradigmático de los malos resultados para Unidas Podemos, y en general para la izquierda española, ha sido Andalucía, el tradicional santuario socialista que ya ha dejado de serlo. Entrada la noche, en el PSOE lloraban la pérdida de Sevilla. En tierras andaluzas las refriegas, divisiones internas y luchas cainitas entre las diferentes confluencias podemitas han terminado, tal como se preveía, en hecatombe electoral. El Partido Popular gana en todas las capitales andaluzas, consumándose el hundimiento de la izquierda. Tampoco las fuerzas moradas lograron taponar esa sangría al quedar por debajo de la maldita barrera del cinco por ciento. Hasta Cádiz, el gran feudo obrero, cae en manos del PP, con los socialistas por detrás y el partido de Kichi claramente derrotado.

Pero hay más. En Castilla La Mancha, Page rezaba a última hora de la noche para mantener el poder, mientras que Podemos ni estaba ni se le esperaba, tal como ocurre en el resto del Estado español. En Extremadura, Vox sorpasa a los morados en escaños a la asamblea autonómica (ver para creer en una tierra que siempre fue de izquierdas) y en Asturias, un granero socialista de toda la vida, la guerra entre familias podemitas ha terminado pasando factura, otro desastre que se veía venir (obtienen un triste diputado regional, pierden tres). Solo Barcelona, con el casi empate técnico entre los comunes de Ada Colau y el PSC, consuela un tanto a la llamada izquierda a la izquierda del PSOE de una noche tan amarga y triste.

Visto lo cual, cabe preguntarse: ¿cuántos resultados deprimentes más necesitan los dirigentes de Unidas Podemos, o sea las Montero, Belarra y Verstrynge, para asumir que el invento ya no funciona? ¿Cuántos augurios funestos más necesitan los dirigentes de esa fuerza política para entender que, de seguir por el camino de la soberbia y el sectarismo, las próximas elecciones generales acabarán como cuatro amigos relegados al gallinero de las Cortes? ¿Va a seguir Pablo Iglesias instalado en esa especie de nostalgia de los tiempos pasados, cuando Podemos era llevado a toda vela por el viento del pueblo indignado y cosechaba 75 diputados al Congreso de los Diputados? O recapacitan y aceptan de una vez por todas que la única figura que puede actuar como catalizador o revulsivo es Yolanda Díaz o llevan a toda la izquierda española a la derrota final. O se dejan de peleas de parvulario o se acabó y terminan como Ciudadanos, en un rincón de la historia.

El 28M debería servir para que mañana mismo se sentaran todos a firmar una candidatura única bajo el paraguas de Sumar, la plataforma transversal que trata de impulsar la ministra de Trabajo. No parece que el proyecto pueda frenar ya el tsunami pepero que estamos viviendo. Vamos tarde. España se está ultraderechizando a marchas forzadas en medio de un contexto de incertidumbre mundial por la crisis y la guerra en Ucrania sin que nada ni nadie pueda detener el proceso. Ha ocurrido en Polonia, en Hungría, en Italia. Y puede ocurrir también en Francia y España. Pero al menos Podemos tendría que intentar esa coalición fraternal que insuflara un nueva esperanza e ilusiones renovadas.

No cabe duda de que el sanchismo vive horas bajas. Sin embargo, la avería más grave para la izquierda está en el pinchazo de Podemos en no pocas comunidades autónomas y ayuntamientos, donde sufren una hemorragia de votos y pierden claramente poder. Se temía que la barrera del 5 por ciento destrozara a Podemos y las negras previsiones se han cumplido. Si no superaban ese listón, el PP se daría un buen festín con el sobrante, como así ha sido finalmente. ¿A dónde ha ido el voto morado desencantado? Habrá que estudiar el fenómeno. Quizá la mayoría se haya quedado en casa, desafecta y frustrada por una nueva promesa que no ha terminado de cuajar; otros, los menos, vuelven al redil del PSOE; y alguno que otro rebotado con las políticas del Gobierno de coalición a lo peor ha virado radicalmente en lo ideológico, votando a Vox, que se afianza y crece en territorios tanto a escala regional como municipal. Sin duda, el partido de Santiago Abascal va a darle ayuntamientos y gobiernos regionales a los populares. Ultras apoyando a la derecha clásica. Otra mala noticia para la democracia.

Podemos llegó a la vida política para acabar con el bipartidismo y el régimen del 78. No solo no lo ha conseguido, sino que su paso por el Gobierno central (pese a las innegables mejoras alcanzadas en derechos sociales) no ha convencido al pueblo y el experimento fallido ha terminado por dar alas a la derecha y a la extrema derecha, que sorprendentemente sigue subiendo como la espuma. España se lepeniza. Podemos se convierte en el espejo de una izquierda que pudo ser y no fue.

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