Las elecciones legislativas en Portugal han reordenado la Asamblea con un mensaje nítido de malestar y ruptura: la coalición conservadora de Luís Montenegro logra mantenerse como primera fuerza sin alcanzar la mayoría absoluta, mientras que la extrema derecha de Chega irrumpe con fuerza hasta empatar en escaños con el histórico Partido Socialista, que sufre un retroceso severo. El voto de castigo, la desafección política y los problemas estructurales no resueltos por la izquierda explican este nuevo escenario de fragmentación e incertidumbre.
Con el 32,1 % de los votos y 89 diputados, la Alianza Democrática (AD) se erige como la formación más votada, aunque lejos de los 116 escaños necesarios para una mayoría absoluta. Luís Montenegro celebra una victoria relativa que, sin embargo, no garantiza gobernabilidad estable. Su mandato llega marcado por la fragilidad parlamentaria, la sombra de escándalos éticos y la presión creciente de la extrema derecha, que ha dejado de ser marginal para convertirse en fuerza clave.
Chega, liderado por André Ventura, ha igualado en escaños al Partido Socialista con 58 diputados, superando el 22 % de los votos y situándose como actor central en la nueva configuración del poder. Ventura ha proclamado el fin del bipartidismo portugués, ha denunciado “la suciedad del sistema” y ha asegurado que su partido representa el futuro del Gobierno. Su discurso rupturista y punitivo ha logrado calar en un electorado cansado de promesas incumplidas y carencias estructurales.
Un liderazgo bajo sospecha y una derecha sin brújula ética
Montenegro, pese a su primer puesto, llega debilitado. Su anterior Ejecutivo en minoría cayó tras perder una moción de confianza motivada por un escándalo en torno a los negocios de su empresa familiar, ahora gestionada por sus hijos. Las acusaciones de conflicto de intereses y opacidad en la gestión patrimonial minaron su credibilidad y precipitaron estas elecciones anticipadas.
Aunque no fue imputado formalmente, el caso proyectó dudas sobre su integridad política. Sus vínculos con grandes intereses económicos, especialmente del sector inmobiliario y financiero, han alimentado la percepción de que representa una derecha clásica que no ha roto con las prácticas que tanto criticó en la izquierda. En un país donde la vivienda es inaccesible para amplias capas de la población y los salarios siguen entre los más bajos de Europa occidental, esta imagen resulta políticamente corrosiva.
Montenegro no ha aclarado si se planteará un pacto con Chega. Durante la campaña lo rechazó, pero sus declaraciones tras las elecciones, apelando a la voluntad democrática “expresada en las urnas”, siembran incertidumbre. Su ambigüedad deja abierta la posibilidad de un entendimiento que normalice parte de la agenda ultra.
Colapso socialista, malestar social y radicalización del voto
El Partido Socialista ha registrado uno de los peores resultados de su historia reciente, apenas por encima de Chega en votos. Pedro Nuno Santos, que heredó el liderazgo tras la dimisión de António Costa por el caso ‘Influencer’, ha reconocido la derrota y ha anunciado su retirada: “Son tiempos duros para la izquierda”. Y no le falta razón.
El declive del PS no es solo responsabilidad de sus líderes, sino del fracaso acumulado en la gestión de los grandes problemas que aquejan a la sociedad portuguesa. La vivienda inaccesible, el colapso sanitario, los salarios estancados y la sensación de abandono en amplias franjas sociales han erosionado la confianza en la izquierda institucional. A pesar de haber gobernado con mayoría absoluta hace apenas dos años, el PS no supo transformar ese poder en soluciones duraderas.
La debilidad del resto de las fuerzas progresistas agrava aún más el panorama: Livre logra apenas cinco escaños, el Partido Comunista cae al 3 % y el Bloco de Esquerda queda por debajo del 2 %. La izquierda se encuentra dividida, sin relato común, y alejada de las urgencias cotidianas de una sociedad que vive entre la precariedad y la frustración. Este vacío ha sido ocupado con astucia por Chega. Ventura no solo ha crecido en votos, sino que ha logrado imponer su discurso, amplificando un relato de enfrentamiento y castigo que encuentra eco en quienes sienten que el sistema político ya no representa sus intereses ni sus miedos. Frente a los matices y las reformas lentas, Chega ofrece respuestas duras, inmediatas y emocionales.
Una democracia a prueba
Portugal se adentra ahora en una etapa incierta. El presidente Marcelo Rebelo de Sousa ha convocado a los partidos a consultas para proponer al jefe de Gobierno. Montenegro tiene diez días para presentar su programa, que será aceptado salvo que se forme una mayoría absoluta en contra. Pero gobernar no será fácil: sin apoyos claros y con la extrema derecha presionando desde el tercer escaño, la estabilidad política pende de un hilo.
Lo que está en juego va más allá de un pacto puntual. Está en juego la dirección del país y la salud del sistema democrático. Portugal se enfrenta a una disyuntiva profunda: reactivar un proyecto político con capacidad de respuesta social y legitimidad institucional, o normalizar una deriva reaccionaria que amenaza los consensos democráticos construidos desde 1974.