Miguel Bernad, el dirigente del sindicato ultraderechista Manos Limpias, dio ayer una exclusiva de relumbrón a El Toro TV, la tele amiga: la semana que viene el Tribunal Supremo procesará y dejará al borde del banquillo al fiscal general del Estado por el caso del correo de la pareja de Isabel Díaz Ayuso. ¿Pero cómo puede ser eso? ¿Una filtración en el Poder Judicial? Imposible. Debe haber algún error.
“Os puedo adelantar una noticia: seguramente si no es en esta semana, a más tardar la semana que viene, habrá un auto de procesamiento y de transformación a juicio oral del fiscal general del Estado. Esa es la noticia que os puedo adelantar”, le dijo Bernad, tan tranquilo, a los muchachos de El Toro. Y lo soltó así, descaradamente, sin tapujos, sin complejo y sin miedo a sanción de ningún tipo.
Por tanto, en unos días podemos asistir a una paradoja fascinante y maravillosa que nos indica cómo está la cuestión en la judicatura española: todo un fiscal general del Estado como Álvaro García Ortiz procesado por revelación de secretos oficiales mientras quienes lo han sentado en el banquillo se empapan de información privilegiada de las más altas esferas y largan y cascan lo más grande sobre el sumario teóricamente secreto. ¿Acaso no hay un juez Peinado de la izquierda, un justiciero de Marx que ponga las cosas en su sitio empapelando a esta gente por manejar material reservado y confidencial del Tribunal Supremo? No caerá esa breva.
Está claro que alguien en la mansión de Marchena se ha ido de la mui contándole al señor Bernad que la semana que viene el fiscal general será, por fin, un cadáver político. Se trata, sin duda, de la crónica de una muerte anunciada, más bien de una corrida festejada anticipadamente, con el toro ya picado antes de que salgan los novilleros y de que empiecen a sonar los acordes del España Cañí.
Ya no cabe ninguna duda: Bernad es el puto amo del Tribunal Supremo y cualquier día lo nombran a él también magistrado emérito u honorífico por los servicios prestados. La ley establece taxativamente la prohibición de filtrar datos sumariales a la prensa mientras los interesados no sean notificados oficialmente en sus domicilios. Pero qué más da, el tablón de anuncios del Supremo ya no existe y su lugar lo ocupan los panfletos mañaneros de Madrid, o sea OK Diario y The Objective. Bernad y los suyos llegan allí, al Supremo, les despliegan la alfombra roja, se ponen cómodos y los invitan a un coñac antes de repartir las sentencias y autos del día, para que vayan haciendo boca. Que rulen lo sumarios, que rulen. Está todo perfectamente controlado, como en los viejos tiempos de la Facultad de Derecho, cuando los listos de la comisión de apuntes repartían las respuestas de los exámenes semanas antes de la hora decisiva. Hecha la ley, hecha la trampa.
Lo de la Justicia española es un cachondeo. Se empapela a Begoña Gómez por un cursillito universitario, que es el chocolate del loro, mientras los contratos millonarios y a dedo de la Xunta de Galicia fluyen como un abundante maná sin que nadie vea nada raro. Se persigue la cloaca policial de Ferraz, con la fontanera Leire Díez a la cabeza, mientras la cloaca de la derecha actúa impunemente y sin control. Se persigue al Hermanísimo de Sánchez mientras los hermanísimos del PP, que son muchos, van para arriba sin que nadie les pida ni el carné de identidad. Ya no es que vivamos en un Estado judicial; es que ese Estado en la sombra solo tiene un color: el azul falange. Antes por lo menos había algún que otro juez rojillo y valiente que le ponía exotismo a la cosa cuando se atrevía a meterle mano a las cuentas de la derechona (siempre siendo consciente de que jamás llegaría al CGPJ porque acabaría desterrado en algún recóndito juzgado de pueblo). Pero es que ya ni eso. Nos queda, eso sí, Cándido Conde Pumpido, aunque el hombre es como ese ermitaño que vive en unas lejanas y solitarias cumbres, las del Constitucional, donde no pasa el tiempo. El TC es un juzgado pintoresco que queda bonito para dar apariencia de democracia, pero que cortar cortar, corta poco bacalao. Más allá de don Cándido, el último sabio del socialismo jurídico refugiado en su apartado monasterio budista, poco juez progresista y combativo queda ya en la primera línea de combate, en las barricadas de los tribunales, que es donde se frena de verdad al enemigo político. Lo normal es encontrarse con togados trumpistas por los pasillos de Plaza Castilla, cayetanos y señoritos muy envarados y repeinados que se reparten y despachan la corrupción del PSOE antes de irse al club de golf. Nos quedan los juristas en la reserva, la vieja guardia de irreductibles, los Martín Pallín, Pérez Royo y compañía, más Joaquim Bosch aún en activo, pero cuando ya no estén, ¿qué va a ser de nosotros? Todo el campo judicial será orégano franquista.
Los periódicos de Madrid se empeñan en hablar de una guerra entre dos bandos, pero qué va, ni de coña. Eso era antes, porque ahora ya solo queda una bandería o facción y todos juegan para el mismo equipo y con la misma misión: derrocar el sanchismo y legalizar otra vez la Fundación Franco. Vivimos en una apariencia de democracia donde unos gozan de bula y otros pagan su rojerío. Qué suerte la del señor Bernad de tener los contactos que tiene. Es la envidia de todo periodista. Hilo directo con los dioses del Supremo, que cada día le obsequian con la ambrosía de la exclusiva o scoop. Y encima las fotocopias gratis, encuadernadas y con las tapas en letras de oro. Caso Koldo, edición facsímil solo para coleccionistas y obsequio de la casa. Siempre ha habido clases.