Feijóo y Abascal: socios por poder, enemigos por cálculo

Mientras PP y Vox se reparten el poder autonómico, sus disputas se escenifican más como estrategia electoral que como convicción política. La derecha, atrapada en su propio juego, finge diferencias que son más tácticas que ideológicas

07 de Abril de 2025
Actualizado a las 12:00h
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Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.
Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.

En plena negociación presupuestaria en comunidades clave como Murcia y Aragón, el Partido Popular de Núñez Feijóo endurece su discurso contra Vox por su tibieza ante los aranceles de Trump. Pero la crítica se desliza con la calculada frialdad de quien no busca la ruptura, sino la hegemonía dentro del bloque conservador. Una pugna que revela la incoherencia de una derecha que, mientras finge diferencias estratégicas, comparte un mismo proyecto regresivo.

Una ruptura que nunca será

La derecha española protagoniza estos días un nuevo acto de su drama interno. Feijóo, en su papel de moderado europeísta, carga contra Vox por no desmarcarse de Donald Trump, el mismo que amenaza con aranceles a productos agrícolas europeos y que despierta simpatías en la ultraderecha global. Desde la sede del PP en la madrileña calle Génova, se maneja información interna que demostraría el “daño” que esta conexión trumpista causa a los de Abascal, especialmente entre agricultores y ganaderos, caladero tradicional de Vox.

Pero la crítica del PP no nace de una repentina lucidez ética ni de un giro ideológico. Es cálculo. Una maniobra para erosionar a su socio sin romper la frágil alianza que los mantiene en el poder en varias comunidades. El mensaje es claro: Vox es un lastre, pero un lastre útil.

Como diría Antonio Machado, “Todo necio confunde valor y precio”, y es que tanto PP como Vox parecen dispuestos a vender sus principios por cuotas de poder. Las mismas que ahora negocian a la sombra de unos presupuestos autonómicos donde los gestos simbólicos, como los pronunciamientos sobre inmigración o ecologismo que exige Vox, importan más que las cifras.

Principios cambiantes y alianzas indecorosas

Desde Génova insisten en que “no cambiarán principios por votos”, frase que suena vacía cuando el propio PP gobierna gracias al apoyo de un partido que niega la violencia machista, criminaliza a migrantes y desprecia las políticas verdes entre otras cosas "horribilis". La crítica a Vox por su cercanía a Trump no oculta la realidad: Feijóo y Abascal se necesitan, y mientras escenifican diferencias, siguen compartiendo proyecto.

La contradicción es obscena. El PP denuncia la incoherencia de Vox por defender a agricultores y a Trump al mismo tiempo, pero olvida que sigue gobernando con ellos en Castilla y León, Murcia o Aragón. Y cuando Vox se niega a apoyar unos presupuestos, como ocurrió con Ayuso, el PP no duda en capitalizar ese gesto para fortalecerse electoralmente. Lo hizo en Madrid, y ahora amenaza con repetirlo en otras regiones.

Mientras tanto, la política se vacía de contenido. Las prioridades no son los ciudadanos ni las consecuencias de los aranceles estadounidenses, sino el control del relato, el posicionamiento en la derecha y el desgaste del otro sin que el bloque se fracture. En ese juego, el verdadero perdedor es el discurso público, cada vez más degradado, más impostado, más cínico.

El campo como campo de batalla

Ahora el PP prepara una ofensiva en el terreno agrario, donde Vox tiene aún presencia. Lo harán con actos y promesas, con fotos en el barro y discursos de barricada, en una batalla por el voto rural que no se libra con ideas sino con simulacros de compromiso. Una campaña que revela que lo que está en juego no son las políticas públicas, sino la hegemonía ideológica dentro de una derecha que ya no se diferencia tanto entre conservadora y ultra, sino entre actor y figurante.

Feijóo quiere liderar esa derecha sin romperla, corregirla sin enfrentarla, desplazarla sin asumir que comparte más con ella de lo que le gusta reconocer. Vox, por su parte, se niega a moderarse porque sabe que su supervivencia depende del conflicto constante, del ruido, del fuego amigo.

La política se ha convertido en un arma cargada de cinismo, al servicio del presente inmediato, del tacticismo mezquino, del titular fácil y la épica vacía.

La derecha española no debate ideas: representa papeles. Y lo hace en un escenario donde los ciudadanos son espectadores obligados de una función en la que todos los actores fingen, pero nadie convence.

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