Feijóo ha dejado de querer gobernar para empezar a impartir justicia. El líder del Partido Popular no necesita esperar al Supremo: con su dedo acusa, sentencia y condena. Esta vez, el objetivo es el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. Y de paso, todo el Gobierno.
Desde su púlpito diario en la red social X, el presidente del PP ha advertido que si el PSOE no exige la dimisión del fiscal, será “cómplice” y “le acompañará hasta el banquillo”. Una frase lapidaria que parece más propia de una novela de espías que de quien aspira a liderar un país democrático. Lo de presunción de inocencia ha quedado, al parecer, reservado a los cargos de su propio partido.
Feijóo, que se ha especializado en diagnósticos apocalípticos sin necesidad de pruebas ni rigor jurídico, sigue alimentando el relato de una España sumida en la decadencia moral, orquestada —cómo no— desde Moncloa. Nada nuevo: el guion sigue intacto, solo cambia el personaje sobre el que poner el foco.
El nuevo inquisidor moral
Cual Torquemada de salón, Feijóo reparte carnets de decencia a conveniencia, acompañado por su coro habitual de portavoces indignados. Ester Muñoz considera que García Ortiz “está tardando en dimitir” y que Pedro Sánchez “está tardando en exigírselo”. No hay espacio para la cautela ni respeto por los procedimientos judiciales: la urgencia es política y la sentencia, preventiva.
En esta cruzada ética, Cuca Gamarra tampoco se queda atrás. Desde su vicesecretaría de "Regeneración Institucional" —el oxímoron se escribe solo—, califica de “bochorno” que el fiscal general se siente en el banquillo. No por el juicio en sí, que aún no ha comenzado, sino porque el Gobierno no lo destituye. Para el PP, la justicia solo funciona cuando arremete contra el adversario.
Lo irónico es que el partido que exige ejemplaridad sin fisuras es el mismo que sigue protegiendo a dirigentes investigados, procesados y hasta condenados. El mismo que llama “lawfare” a los casos de los suyos y “corrupción” a cualquier noticia que huela a PSOE. Coherencia, la justa.
Del escaño al banquillo (pasando por Andrómeda)
Pero quizá lo más llamativo de esta nueva ofensiva del PP no es la falta de rigor, sino el tono mesiánico que Feijóo empieza a adoptar con creciente entusiasmo. Ya no habla solo como jefe de la oposición, sino como una especie de justiciero nacional con dotes adivinatorias.
“La limpieza de este país pasa por cambiar al presidente del Gobierno. Y lo haremos”, sentenció ayer.Todo mientras su partido recorre Europa para desacreditar la democracia española y coquetea con la extrema derecha sin el menor pudor.
Curiosa forma de regenerar las instituciones: denigrarlas sistemáticamente cada vez que los resultados no les favorecen.
¿Quién controla al justiciero?
Conviene recordar que la apertura de juicio oral a García Ortiz —por una supuesta revelación de datos personales en el caso Delgado-Stampa— ni significa condena, ni inhabilitación, ni pérdida automática del cargo. De hecho, el propio Estatuto Fiscal establece claramente que no hay incompatibilidad mientras no haya sentencia firme.
Pero eso no frena al PP, que ha convertido la sombra de la sospecha en argumento de campaña. Y no por amor a la justicia, sino por pura estrategia de desgaste. Si el fiscal es incómodo, se ataca su legitimidad. Si un juez no decide lo que interesa, se le acusa de “politizado”. Si los votos no alcanzan, se denuncia “fraude de ley”.
Feijóo ha decidido que su papel en la política española ya no es ofrecer alternativa, sino sembrar sospechas. Juega a líder institucional cuando le conviene y a ariete antisistema cuando no. Y lo hace con la solemnidad de quien se cree predestinado... aunque cada día tenga menos aliados y más fantasmas.