Después de unos días en parada técnica, para engrasar rodamientos y tornillos tras la aplastante victoria del domingo, la formidable y prodigiosa maquinaria propagandística de PP/Vox ha vuelto a ponerse otra vez en funcionamiento. Ha comenzado la campaña a las generales y el mantra que circula en esta ocasión es que Sánchez ha convocado elecciones en julio para dar el pucherazo final. Ahí queda esa boñiga.
El enésimo bulo debidamente escampado en las redes sociales por el ejército de boots de Santiago Abascal, y que los populares han comprado también sin pudor, no es nuevo. En los días previos a las municipales y autonómicas, Isabel Díaz Ayuso ya se encargó de darle cuerda a la falacia sobre el asunto de la compra de votos por correo, una mentira con las patas muy cortas pero que camina sola como un monstruito mecánico. “Sánchez se va a ir como llegó: con un intento de pucherazo”, dijo sin despeinarse. Ayer, la lideresa volvía a darle rienda suelta a la calumnia, a la infamia y a la trola, que es lo que mejor se le da (construir hospitales públicos no sabe, pero es experta en fabricar mundos alternativos lisérgicos). “Soy consciente de que no se puede haber convocado a peor traición unas elecciones, como ha hecho el presidente del Gobierno”, aseguró. Y agregó: “El fin es que la gente esté despistada, que esté desmovilizada, que falten interventores, apoderados, intentar a las bravas y a la desesperada llegar y cambiar las cosas”.
¿Hay razones para pensar que el sistema electoral español está manipulado o adulterado, tal como sugiere Ayuso arrojando una infame sombra de sospecha sin pruebas? Ninguna. Al contrario, nuestro modelo es de los más fiables del mundo. En cualquier democracia avanzada soltar semejante acusación sería motivo suficiente para que la Fiscalía abriera una investigación de oficio por imputación de falso delito. Pero aquí no, aquí vale todo, esto es España y la Justicia no está para estas cosas. Y así vamos, degradando la democracia cada día un poco más. Hoy, la lideresa castiza se levanta y pone en entredicho todo el sistema de votaciones y mañana quién sabe hasta dónde puede llegar. Ayuso tiene licencia total para mentir, insultar y falsear. Es inmune, goza de inviolabilidad dialéctica, está por encima de la ley, del bien y del mal.
La presidenta no es la única que enfanga, tristemente, el Estado de derecho. También lo hizo González Pons en medio de la pasada campaña electoral cuando saltó la noticia de que en Mojácar se habían detectado irregularidades, un caso que está bajo investigación. “Esto es una trama de compra de votos en España. Él mismo veranea en Mojácar”, vomitó alegremente acusando al presidente del Gobierno de estar detrás de la supuesta red. ¿En qué se basaba Pons para lanzar tan graves afirmaciones? En que el premier socialista había pasado unos días de vacaciones en la localidad almeriense. También habrá veraneado su señoría en Valencia alguna vez y no por eso se merece que lo relacionen con la trama Gürtel. Un poquito de sensatez, de humanidad y de decencia, hombre, que no todo vale. Cierto es que la campaña electoral trastorna muchas cabezas, que no pocos políticos de la derechona exaltada y carpetovetónica se ponen como las cabras locas, en plan niña del exorcista, escupiendo espumarajos y moco verde por la boca (el moco seguramente debe ser por contagio de Vox).
Pero faltaba Alberto Núñez Feijóo, para quien convocar elecciones en julio es “un hecho sin precedentes en toda la historia de la democracia con el que Sánchez busca que los ciudadanos no puedan ir a votar”. Lo que no dice es que él también llevó a los gallegos a las urnas ese mismo mes. Qué pillín. El mandamás llegó a Madrid con fama de moderao y centrista, pero ha debido evolucionar, o quizá ya era así de serie. Poco a poco, espoleado por Ayuso, el gallego ha ido soltándose, perdiendo la vergüenza y relajándose en sus prácticas políticas. Hasta el punto de que ya compite de tú a tú con Abascal por ver quién es más ultra. Feijóo llegó timorato y calladito a la capital, modosito, pero Ayuso lo ha desvirgado políticamente, vamos que lo sacó de copas un par de noches para quitarle la tontería de la moderación, para que supiera lo que es la ácrata libertad madrileña sin límites, y el hombre se ha desmelenado. A día de hoy ya ha metido la ideología centrista en un cajón y le ha cogido el gustillo a decir burradas. Nadie puede pararlo.
Aquí, pucherazo, lo que se dice pucherazo, lo dieron ellos con lo de Tamayo y Sáez. Aquello sí que fue un enjuague de verdad. Recuérdese cómo en 2003 dos diputados socialistas, con su abstención, traicionaron al PSOE, impidiendo que Rafael Simancas fuese elegido presidente de la Comunidad de Madrid y aupando a Espe Aguirre al poder por unas cuantas décadas. El trapicheo quedó como el tamayazo y ya para siempre.
Hace tiempo que el PP cruzó todos los límites de la ética, la decencia y la moral. Como se han echado al monte, cabalgando a galope tendido junto a los jinetes de Vox, ya les da igual ocho que ochenta. No tienen ningún listón deontológico. Son trabucaires capaces de cualquier cosa. Ahora han adoptado el manual del buen trumpista y están aplicándolo página a página y párrafo a párrafo. Hoy tocaba el capítulo Cómo acusar al rival político de pucherazo. La semana que viene llegará Cómo disfrazarse de idiota con cuernos de bisonte para asaltar el Capitolio, una lección complicada. Lógicamente, en la versión española del manual del buen trumpista se sustituye la indumentaria del indio sioux por el traje de luces de torero, que es más español, más nuestro, y el Capitolio por el Congreso de los Diputados. Están a un paso de lanzarse como hordas salvajes por la carrera de San Jerónimo al grito deMake Spain great again. Mira, mira, por ahí va Maroto con el tatuaje de Qanon y la barba de los Proud Boys.