Feijóo exige al Gobierno de Sánchez que pida “ya” ayuda a la Unión Europea para hacer frente a la oleada de incendios nunca vista que arrasa el país. Además, ha acusado al Ejecutivo central de haber actuado con lentitud a la hora de ponerse al frente de la crisis. Feijóo, o no sabe cómo funciona el Estado autonómico español o se hace el sueco para manipular a la opinión pública, contarle una realidad que no es y escaquear a sus barones autonómicos de sus responsabilidades políticas.
Las competencias en la lucha contra el fuego están transferidas desde hace años a los gobiernos regionales. Es Mañueco el responsable de organizar un dispositivo eficaz en Castilla y León; es Rueda el que debe diseñar un operativo que ponga a salvo de las llamas la hermosa tierra gallega; es María Guardiola la encargada de garantizar que los servicios forestales se mantengan en un nivel óptimo en Extremadura. El Ejecutivo central está para prestar los recursos que necesiten las autonomías en la medida en que los soliciten. Pero Feijóo se empeña en jugar a la retórica barata con algo tan doloroso como la ruina y la miseria que ocasiona el fuego. Ya lo hizo a finales del pasado año, cuando una riada se llevó por delante la comarca valenciana de L’Horta Sud. Feijóo, en su intento por salvar el cuello de su barón levantino Carlos Mazón, se metió en una delirante estrategia demagógica y en lugar de asumir responsabilidades por la infamia del Ventorro emprendió una disparatada cruzada contra el sanchismo y la ministra Ribera en el Parlamento Europeo. Política pequeña en medio de un cataclismo cósmico como el climático que exige medidas urgentes.
“Hemos de pedir ya, ya, ayuda de medios aéreos a la Unión Europea, que para eso está”, asegura el líder del PP. Perfecto, pero el problema de los incendios forestales, que va a ir a peor en los años venideros, no se soluciona con un par de aviones más. Podemos traer veinte magníficos Canadairs y el infierno que vive España volverá a repetirse una y otra vez. Así es el tremendo desafío al que nos enfrentamos: una lucha desigual entre un planeta enfermo y la especie humana, cuya supervivencia está seriamente amenazada. El cataclismo ígneo que vivimos este verano desde Algeciras a Gijón, desde Orense hasta Valencia, no es un episodio aislado. Es nuestra nueva realidad. Las altas temperaturas por el calentamiento global agravan los fuegos provocados por la mano del hombre generando megaincendios, incendios de sexta generación, incendios inextinguibles. Y así va a ser a partir de ahora. Olvidémonos de cómo era este planeta cuando éramos niños. Nada volverá a ser como antes. Las estaciones del año se difuminan sin que sepamos muy bien cuándo empieza el otoño y cuándo la primavera; las lluvias torrenciales como la dana de Valencia serán cada vez más frecuentes; el calor nos asfixiará ya a primeros de mayo. Viviremos mirando al cielo y sintiendo el miedo y la inseguridad.
“Estamos viendo el tráiler, la entradilla de lo que está por venir”; asegura Víctor Resco, catedrático de Ingeniería Forestal. Y esto no se arregla echando más agua al monte con un par de aviones de Bruselas, como reclama Feijóo. Hay que reenfocar el problema, readaptarse, buscar no ya soluciones, porque el daño al medio ambiente que hemos causado los humanos con nuestros malos humos es irreversible, pero sí al menos alternativas que nos permitan sobrevivir en la convulsa edad del Antropoceno. Por tanto, será preciso cambiar nuestra forma de pensar, será necesario caminar hacia una nueva conciencia verde. Cada ciudadano, cada institución pública, cada empresa, tiene su parte de responsabilidad y ha de poner su grano de arena en la lucha contra el cambio climático. Ya no valen absurdas excusas y teorías negacionistas delirantes como las que divulga Vox, precisamente el socio preferente de Feijóo en aquellas comunidades autónomas donde no se está haciendo nada, más que esconder la cabeza debajo del ala, para afrontar el desafío.
En 2022 el grave incendio en la Sierra de la Culebra (Zamora) fue un serio toque de atención, un aviso de que la naturaleza se revuelve contra nosotros. ¿Qué ha hecho Mañueco desde entonces? Más bien poco. Él dice que se ha hecho un esfuerzo con una inversión de 79 millones de euros. Habrá sido para enriquecer a las 35 empresas privadas que han terminado forrándose a costa de crear el caos en las brigadas de extinción, ya que hasta los propios bomberos se preguntan dónde ha ido a parar ese dinero. Nada se ha hecho desde la Junta de Castilla y León para repoblar su parte de España vaciada y limpiar los bosques de maleza (el combustible letal que hace que el monte arda como si explotara una bomba nuclear); no se ha invertido lo suficiente en dotar de más medios materiales a las diferentes cuadrillas y unidades (a día de hoy hay torretas de vigilancia fuera de servicio); y se sigue tratando a los bomberos y agentes forestales como los nuevos esclavos del precariado que luchan contra las llamas de sol a sol (algunos de ellos alimentados con los bocadillos de los vecinos, hidratados con agua de manguera y metidos en furgonetas donde, exhaustos, echan una cabezada porque Mañueco no ha tenido a bien buscarles un lugar digno para pernoctar). El resultado: la Sierra de la Culebra ha vuelto a arder y el incendio desatado el domingo en la localidad zamorana de Molezuelas de la Carballeda ya es el peor de la historia con más 40.000 hectáreas quemadas. El capitalismo salvaje es la leña que reaviva el fuego.
Feijóo quiere acabar con el problema a la manera ultraconservadora: poniendo a caer de un burro a Sánchez, pidiendo mano dura contra los pirómanos, lanzando loas a los bomberos, al Ejército y a la Guardia Civil y mendigando un par de aviones a Bruselas. Pero ya no estamos en esa pantalla. Mañana llega otra ola de calor y es más que probable que se desate un nuevo sindiós. O se sienta a negociar un pacto de Estado con el PSOE sobre el cambio climático, soltando la mano del señorito negacionista Abascal, o España entera se nos quema en cuatro días.