En medio de un verano marcado por las llamas, los récords de temperatura y una sensación creciente de urgencia ecológica, Pedro Sánchez ha decidido dar un paso político que no admite demora: proponer un Pacto de Estado ante la emergencia climática. En lugar de discursos de barricada, insultos o promesas vacías, el presidente del Gobierno ha elegido abrir el curso político desde el Ministerio para la Transición Ecológica, con propuestas concretas, visión de futuro y un mensaje de país: “Somos todos los afectados”.
Y sin embargo, mientras desde el Ejecutivo se habla de cooperación, anticipación y ciencia, desde la oposición se responde —una vez más— con ruido, negacionismo y viejos tópicos. En la orilla del futuro, no hay espacio para quienes siguen discutiendo las evidencias del presente.
No es el clima lo que cambia: es el país el que decide si lo afronta o lo ignora
El gesto no es menor: elegir el cambio climático como prioridad de Estado en el inicio del curso político significa reconocer que no hay democracia sólida sin un planeta habitable, y que la neutralidad institucional ante esta amenaza es ya una forma de irresponsabilidad. Sánchez, acompañado por la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, y arropado por la ministra Sara Aagesen, ha hablado hoy de coordinación, compromiso y futuro intergeneracional, mientras el campo español sufre, los montes arden y las ciudades soportan temperaturas nunca antes registradas.
La creación de la Comisión Interministerial para el Cambio Climático y la Transición Energética no es solo un gesto simbólico: es la arquitectura de un cambio de modelo. Un intento de transversalizar las políticas medioambientales desde el centro del poder político. Porque lo que está en juego no es solo el aire que respiramos o la seguridad alimentaria. Está en juego el modelo de país. Y en esa disputa, el Pacto propuesto reclama la implicación de todos los actores, públicos y privados, rurales y urbanos, autonómicos y locales.
¿Quién se va a permitir, en conciencia, no sumarse? La pregunta queda en el aire, dirigida especialmente a una oposición que sigue más cómoda en la burla que en la responsabilidad.
Negacionismo ambiental: la vieja ultraderecha con nuevas excusas
Mientras el Gobierno pone sobre la mesa un pacto transversal, necesario y urgente, la derecha conservadora y la extrema derecha optan por atrincherarse en la nostalgia fósil. Vox no pierde oportunidad de tildar las políticas climáticas de “dictadura verde”. El PP, con Feijóo al frente, coquetea con el discurso negacionista, evita compromisos firmes y habla de incendios como si fueran fenómenos fortuitos o errores logísticos.
El cinismo alcanza cotas preocupantes cuando quienes deberían estar en primera línea de la solución se dedican a sembrar dudas, difamar a los bomberos forestales o criticar que se destinen recursos a una transición ecológica justa. Y no es que no sepan. Es que prefieren el colapso a que la izquierda tenga razón.
Es un patrón ya conocido: primero niegan el problema, luego acusan de alarmismo, y finalmente, cuando las consecuencias son imposibles de ignorar, se lavan las manos.
Pero esta vez no hay margen. Los incendios, las olas de calor, la sequía persistente, no entienden de partidos ni de bloques ideológicos. Y, sin embargo, algunos parecen más interesados en desgastar al Gobierno que en proteger a la ciudadanía.
La propuesta de Sánchez llega, además, con una lectura política fina: desideologizar lo urgente, trasladar al centro del tablero lo que debería unirnos como país. Y no hacerlo desde la épica vacía, sino desde la gestión, el compromiso técnico y el liderazgo político. Lo hace también con el tono justo: sin estridencias, sin grandilocuencia, pero con firmeza.
Puede que no todos los partidos estén a la altura de este reto, pero el Gobierno no puede esperarles eternamente. Porque la emergencia climática no espera a que las encuestas cuadren. Ni a que las derechas se atrevan a abandonar su zona de confort fósil. Ni a que las multinacionales acepten reglas que protejan el bien común.
Este curso político no empieza en una plaza ni con un mitin. Empieza en un ministerio, hablando de clima, ciencia y dignidad ecológica. Y esa elección dice mucho más que cualquier titular ruidoso.