Felipe y Letizia filman su mejor superproducción

Los reyes de España aprueban el examen ante el pueblo frente a una clase política mediocre que queda retratada tras la riada

20 de Noviembre de 2024
Actualizado el 21 de noviembre
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La reina Letizia ha tomado los mandos de Zarzuela en la crisis de la dana. En la imagen, con una niña afectada por la riada de Valencia.
La reina Letizia ha tomado los mandos de Zarzuela en la crisis de la dana. En la imagen, con una niña afectada por la riada de Valencia.

La terrible riada de Valencia deja tras de sí un reguero de políticos quemados, entre los cuales no están los reyes de España, que sin duda salen reforzados de la crisis. El pueblo se levanta entre el barro, clamando por un líder fuerte y sensato que les saque del fango, y no lo encuentran ni en el capitán botarate Mazón (que los dejó tirados para irse de comilonas); ni en Pedro Sánchez (a quien desde la pandemia se odia por sistema, visceralmente y haga lo que haga); ni en la ministra del establishment europeo Ribera; ni siquiera en el bravo general Marcos, jefe de la UME, que ha pasado de héroe a villano, como quien no quiere la cosa, tras los convenientes bulos ultras que lo tildan de sanchista en la red de Elon Musk.  

Todo el aparato del Estado sale malparado del temporal, desde el Ejército hasta la Cruz Roja (la campaña conspiracionista contra la oenegé ha sido de lo más cruento que se recuerda), de modo que los indignados de la dana han encontrado en la pareja real un consuelo de urgencia al que agarrarse ante tanta negligencia, ineptitud y desesperación. En realidad, Felipe y Letizia no han hecho nada especial, ni heroico, ni fuera de lo común como para darse el baño de multitudes de ayer en Chiva, Utiel y Letur. Simplemente, el listón estaba muy bajo y ya se sabe que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Los monarcas se han limitado a no hacer cosas raras (como irse de picos pardos en medio del Apocalipsis), a mantener el papel institucional que les tocaba jugar y a mostrar afecto y humanidad ante el pueblo que sufre. Se han comportado como profesionales de lo suyo, que era lo que tocaba, lo cual, en los tiempos que corren, no es poco. Cabe recordar que, en medio del desastre, cierta consejera de la Generalitat Valenciana salió en plan cruel sargentón para decirle a los familiares de las víctimas que se olvidaran de recuperar los cuerpos de sus seres queridos para darles el último adiós. Que ya hay que ser burra.

Frente a la panda de psicópatas, insensibles, desalmados, vividores e ineptos que nos gobiernan, los valencianos se han agarrado al clavo ardiendo de la monarquía, al dios/rey que lo puede todo, como en los tiempos del medievo. Qué remedio. La rabia se apacigua con el bálsamo del amor y eso es precisamente lo que ha sabido darle la pareja borbónica a los vecinos damnificados, que se han sentido abandonados por el Estado en horas dramáticas, cuando ya se veían con el agua al cuello. ¿Cómo no rendirse ante una reina que se arrodilla junto a una niña para darle un beso en la mejilla? ¿Cómo sustraerse a un rey que entra en la casa de una vecina, a la que no conoce de nada, para darle un abrazo, preguntarle como está y llevarle algo de ánimo y consuelo? “Los reyes nos han dicho que no se van a olvidar de nosotros”, dice una jovencita emocionada al paso de la comitiva real. El cuento de hadas ha funcionado una vez más.

Se sea monárquico o republicano, hay que reconocer que Zarzuela se lo ha sabido trabajar en esta dana. Y no lo tenía fácil el matrimonio regio en medio del vendaval de escándalos del emérito y Bárbara Rey. Uno quiere ver en toda esta puesta en escena propia del más puro neorrealismo italiano la mano eficaz de la periodista Letizia. Es evidente que todo, hasta el más mínimo detalle, ha estado supervisado por una mujer que en sus tiempos de reportera sabía moverse en países asolados por la guerra y la hambruna. Producciones Letizia ha filmado una obra maestra del cine de posguerra (con mucha emoción contenida y lágrima viva), un peliculón a la altura de El ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, o Alemania, año cero, de Rossellini. El pueblo en la miseria aguantando con dignidad el chaparrón de infortunios, las ruinas y el barro extendiéndose hasta donde alcanza la vista, el barranco del Poyo sesgando el país con su maldita y enfermiza costra marrón. Niños descalzos, almas sin futuro.

Y qué bien lo ha organizado todo la reina de España. Cómo ha sabido quitarle a Felipe los zapatos caros y la ropa de marca para enfundarle un jersey de lana con bolitas, a modo de tipo normal y cercano lejos de esa leyenda de hombre “frío y algo robotizado”, como dice el gran Benjamín Prado. Cómo ha sabido ella dar la orden oportuna de eliminar todo protocolo superfluo y cordón de seguridad innecesario, para que los monarcas pudieran fundirse con la gente llana que sufre. E incluso cómo se ha preocupado de avisar al juglar de cabecera Alsina, para que estuviera allí en el histórico momento, retransmitiendo el cantar de gesta en directo y al pie del cañón. A la primera dama no se le ha escapado nada, ni siquiera barrer la zona de nazis infiltrados (desde Chiva hasta Albacete) para que no volviera a repetirse el bochorno de Paiporta, donde se dio caza al perro rojo palo en mano. Por ponerle un pero al peliculón (y tampoco, no nos pongamos tiquismiquis), a la reina solo le ha faltado echar del plató al torpe villano Mazón, que no pintaba nada allí y estropeaba la belleza del drama. Una pena que haya tenido que tragar con el ex molt honorable por exigencias del guion, aunque el público supo poner en su sitio al impostor al grito de “sinvergüenza”, “dimisión” y “con Zaplana a prisión”.

El gran mérito de los reyes de España ha sido saber transmitir dos mensajes: uno de humanidad y otro frente al bulo ultraderechista del Estado fallido, ya que el Estado es él y también ella. Mientras los responsables irresponsables fallaban y mentían, mientras unos y otros se tiraban los trastos a la cabeza, los monarcas han emergido como una especie de enviados de la concordia y la sensatez y eso ha reconfortado mucho al personal, que ha sabido agradecer el gesto. Ahora ya solo falta que el dinero para la reconstrucción llegue donde tiene que llegar y no se pierda por los cerros de la meseta Gürtel. Para evitarlo, se supone, está el teniente general Gan Pampols. No va a hacerlo todo la reina.

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