El mensaje publicado por Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso, en la red social X (antes Twitter), no es solo un exabrupto más en una escalada de declaraciones agresivas desde las filas del Partido Popular. Es, en realidad, una muestra clara de hasta qué punto algunos cargos públicos se han acostumbrado a confundir el insulto con la política, la descalificación con el argumento, y la misoginia con la libertad de expresión. No se puede admitir que este hombre llame “putas” a las mujeres socialista y se mantenga en su cargo sin más.
Ahora dicen desde el PSOE que los puteros eran puteros, pero no socialistas. ¿Y cuando los puteros eran los de Andalucía a los que han amnistiado, qué coño eran? El Partido Socialista está lleno de puteros. Y las mujeres del Partido Socialista están calladas como… puertas
— MÁR (@marodriguezb) June 17, 2025
Insultar no es hacer política
Decir que “el Partido Socialista está lleno de puteros” y que “las mujeres del Partido Socialista están calladas como puertas” no es solo una falta de respeto grave hacia personas concretas. Es una agresión verbal que encierra una lógica profundamente machista y despreciativa, no solo hacia las mujeres socialistas, sino hacia todas aquellas que han tenido que soportar durante décadas que se utilicen términos denigrantes para silenciar, desprestigiar o someter su voz en el espacio público.
Que esas palabras las haya pronunciado un alto cargo del gobierno de la Comunidad de Madrid no es anecdótico. Es un síntoma. Y como tal, debe analizarse en su contexto: el de una derecha cada vez más cómoda en el fango del insulto.
Un machismo sin disfraz en el equipo de Ayuso
Rodríguez no habla en nombre propio. Habla desde el poder, también desde la propia presidenta Ayuso que lo permite. Y lo hace sin pudor, sin respeto y con total impunidad. No es un tuit aislado ni un lapsus. Su estilo bronco, prepotente, agresivo y lleno de bilis lleva tiempo marcando el tono comunicativo del equipo de Ayuso, que hasta ahora ha considerado útil mantenerlo como su voz más despiadada. Como si insultar a quienes piensan diferente fuera una estrategia política. Como si despreciar a las mujeres fuera una táctica electoral.
Porque, ¿qué se pretende al señalar que las mujeres socialistas “están calladas como puertas”? ¿Ridiculizar su silencio o sugerir que deberían hablar? ¿O es, como parece más probable, una manera de reducirlas a objetos, de deshumanizarlas, de insinuar que su voz no cuenta?
Este tipo de lenguaje no solo es inadmisible en un representante público. Es peligroso. Alimenta una cultura política que desprecia la convivencia, que premia al más violento, y que convierte al adversario en enemigo.
La derecha que calla, otorga
Más grave aún que el tuit de Rodríguez es el silencio de sus superiores. Isabel Díaz Ayuso no ha condenado sus palabras. No ha exigido su dimisión. No ha pedido disculpas. Tampoco lo han hecho los líderes nacionales del Partido Popular, demasiado ocupados en sus batallas contra el Gobierno como para controlar las formas de sus propios cargos.
El silencio, en este caso, no es neutral. Es complicidad. Porque si no hay consecuencias por estos ataques, si no se reprueba públicamente a quien insulta, entonces se valida su discurso. Se normaliza que desde un cargo institucional se acuse sin pruebas, se difame sin reparos y se ataque a mujeres por el simple hecho de militar en un partido político.

Es revelador que cuando los medios conservadores claman contra la supuesta agresividad del feminismo o el “odio de la izquierda”, pasen de puntillas —cuando no lo celebran— ante salidas de tono como la de Rodríguez. Es el doble rasero de siempre: exigir respeto mientras se pisotea al otro. Reclamar educación mientras se practica el insulto.
¿Hasta cuándo vamos a tolerar esto?
No es una cuestión partidista. Es una cuestión democrática. El insulto no puede ser aceptado como forma de hacer política. Ni contra las mujeres ni contra nadie. No se puede permitir que un jefe de gabinete use su cargo para difamar y degradar a quienes piensa diferente, y mucho menos que utilice un lenguaje tan misógino, sexista y barriobajero.
Tampoco se puede seguir aceptando que el PP juegue a dos bandas: fingir moderación en los discursos oficiales mientras alimenta y sostiene figuras como Rodríguez en la retaguardia, encargados de decir lo que otros no se atreven. Es un juego sucio, cínico y profundamente irresponsable.
Y por supuesto, no se puede tolerar que siempre sean las mujeres las que tengan que salir a denunciar el machismo, a exigir respeto, a pedir que se tomen medidas. Porque esto va más allá del PSOE, de Ayuso, de Rodríguez. Esto va de cómo queremos que sea nuestra convivencia política y social. Y si vamos a permitir que el odio, el desprecio y la violencia verbal marquen el camino.
Un silencio que no debe continuar
Miguel Ángel Rodríguez debe dimitir. No por estrategia, no para salvar la cara de nadie, sino por decencia. Porque un servidor público no puede permitirse usar ese lenguaje. Porque un partido que aspira a gobernar no puede mirar hacia otro lado ante estos ataques. Y porque las mujeres —de cualquier partido— no merecen ser tratadas así por el hecho de estar en política.
El feminismo no puede retroceder ni un milímetro frente a quienes intentan silenciarlo con insultos. Tampoco frente a quienes, desde el poder, utilizan su posición para perpetuar el machismo más rancio y agresivo.
Ya está bien de que las mujeres tengan que soportar ser llamadas "putas", "puertas" o cualquier otro eufemismo cobarde. Ya está bien de que se insulte desde la impunidad. Y ya está bien de que la política se convierta en una cloaca de agresiones verbales.
La democracia no se construye desde la crispación, el odio o la violencia. Se construye desde el respeto, la palabra y el desacuerdo civilizado. Y si Miguel Ángel Rodríguez no lo entiende, lo que sobra no son las mujeres, sino él.