La derecha alemana da una lección de democracia a Feijóo

07 de Junio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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“Son xenófobos y antisemitas; no tenemos nada que ver con esta gente”. Así, de esta forma tan contundente, se pronuncia el líder de la derecha alemana, Friedrich Merz, cuando se le pregunta por los partidos posfascistas de su país. Bravo por el líder germano. Igualito que Feijóo, que se abraza a los ultras allá donde puede para gobernar ayuntamientos y autonomías.

Merz es el clásico político tradicionalista afiliado desde bien joven a la CDU, la gran fuerza conservadora alemana que se orientó hacia la civilización dejando atrás la barbarie del nazismo. Un hombre de derechas que cree en el mercado libre y sin control, sí, pero que respeta los mínimos del Estado de bienestar. Un hombre conservador, por descontado, pero racional, sensato y científico. Y un defensor de la maltrecha Unión Europea. Nada que ver con los personajes de esa derecha atávica, taurina y decimonónica que padecemos por aquí por España. Es cierto que Merz ha trabajado para Black Rock como abogado (así que nadie puede esperar de él a un planificador intervencionista de la economía). Como también es verdad que desde que Merkel abandonó la jefatura del partido, él como sucesor ha tratado de darle un giro algo más duro a la línea claramente centrista trazada por la canciller. Pero es un demócrata presentable. Un señor que no quiere tratos con los nazis (lo cual tiene más mérito tratándose de Alemania). Un tipo de los que escasean en la piel de toro para tragedia y drama de los españoles.

Tras las elecciones del 28M, el Partido Popular está jugando descaradamente a ocultar sus pactos con Vox. Las generales están a la vuelta de la esquina y no es un buen negocio ir de francachelas con los hooligans toda la campaña electoral. Sería demasiado impresentable, demasiado indigno, demasiado nauseabundo hasta para un partido como el PP capaz de cualquier cosa. Una alianza declarada con Abascal asustaría a buena parte de la clase media, ese amplio sector de población desideologizada que unas veces vota conservador y otras socialismo light. De ahí que Feijóo haya dado carta blanca a sus barones territoriales para que hagan lo que estimen oportuno con Vox, o sea, que cada cual se coma su propio marrón, en este caso su propio verde, mientras él se lava las manos como Poncio Pilatos, quedando incólume. De esta manera, el gallego cree que no se manchará el traje por los pactos con los ultras que ya se están firmando, entre bambalinas, en todas aquellas regiones y municipios donde el PP necesita una muleta para gobernar. Feijóo está convencido de que escondiendo la cabeza debajo del ala, dejando pasar el tiempo hasta el 23J, saldrá con éxito de este trance. Es como el personaje de una comedia de terror que se queda quieto como una estatua, tapándose con una sábana, mientras los monstruos van pasando a su lado. Solo que los zombis seguirán estando ahí, reclamando su dosis de poder y de carnaza, después de la trascendental cita electoral del 23J. Una vez que uno le abre la puerta al engendro ya no puede quitárselo de encima.

De momento, Feijóo cree que su estrategia de dejar en stand by, en modo visto, a Santiago Abascal, es la táctica más segura para no sufrir sobresaltos inesperados en las urnas. Podría actuar de otro modo, podría comportarse como una persona decente, como un auténtico estadista, y romper definitivamente con toda esa gente medieval, supremacista e inquisitorial que pretende colocar carne de vaca con tuberculosis en los mercados de Castilla y León, que niega el cambio climático y que busca torturar mujeres que abortan obligándolas a escuchar el latido fetal. Podría, en definitiva, comportarse como Friedrich Merz, el gran héroe de la democracia cristiana europea educada, tolerante, digna y aseada.

Estamos convencidos de que a Feijóo le chirría todo ese discurso de la Reconquista, toda esa estupidez de que en Vox son como caballeros de la Corte de don Pelayo que van a ir limpiando España, de norte a sur, de sarracenos, infieles y rojos. Entre otras cosas porque a Abascal, con su pecho palomo y su estilo macho, le sienta bien el traje de cruzado, pero a él, con esas gafitas de funcionario discreto y gris de la Xunta le viene más bien grande el disfraz. No le pega, desentona. Tiene ante sí una magnífica oportunidad para ponerle un cordón sanitario en condiciones a los ultras. No lo hará. Primero porque sin ellos nunca llegará a la Moncloa(ya le ha dicho Espinosa de los Monteros que quien quiera pactar con Vox tendrá que respetar las políticas de Vox). Y después porque tiene miedo a que le llamen cobarde, traidor, sanchista, derechita cobarde y rojo masón.

Un político ha de tener, ante todo, valor. Y el presidente popular está demostrando que no es el hombre valiente que necesita este país en un momento crítico de la historia. Si no es capaz de poner en su sitio a la niña desobediente Ayuso, sentándola en el rincón de pensar, ¿cómo va a enfrentarse a los bravucones voxistas que no respetan nada ni a nadie? Imposible.

Este país necesitaría unos cuantos Friedrich Merz. Necesitamos una derecha racional, centrada, audaz para romper con el pasado. Por desgracia, Feijóo está más cerca de aquel nefasto Lerroux que pactó con la extremista CEDA en la Segunda República, que del europeísta político conservador alemán. Mucho nos tememos que Feijóo nos conduce de nuevo a aquellos años treinta convulsos y reaccionarios marcados por la entrada de los fascistas en las instituciones. En público no se atreve a confesarlo, pero en privado ha dado a sus subordinados licencia para pactar lo que haya que pactar con los nostálgicos. En Valencia ya se prepara un bifachito que ni el “bienio negro” repulbicano. Cualquier día recuperan la Plaza del Caudillo y vuelven a plantar la estatua ecuestre de Franco.  

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