El lamentable espectáculo de la clase política en medio del Diluvio Universal

Dos días después de la mayor catástrofe natural del siglo, continúa la desorganización y caos de las diferentes administraciones

31 de Octubre de 2024
Actualizado a las 15:44h
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Pedro Sánchez y Carlos Mazón escenifican una imagen de unidad ante la catástrofe, hoy en Valencia.
Pedro Sánchez y Carlos Mazón escenifican una imagen de unidad ante la catástrofe, hoy en Valencia.

Prosigue la lenta y agónica tarea de rescate de muertos bajo el lodo tras la histórica dana que ha arrasado la Comunidad Valenciana. La cifra de fallecidos puede llegar a ser insoportable, ya que hay decenas de desaparecidos y nadie sabe cuántos cuerpos yacen bajo el agua, bajo el barro y el amasijo de escombros, árboles arrancados, montañas de coches y material arrastrado de todo tipo. Por otro lado, están los supervivientes, los damnificados quebrados por el trauma, cientos de miles de personas afectadas, muchas de las cuales lo han perdido todo. Los daños pueden ascender a miles de millones de euros y probablemente la ayuda no llegue a todos, desde luego no a quienes no tenían suscrito un seguro por su casa y demás propiedades. El antecedente del volcán de laPalma, donde aún quedan numerosos afectados sin cobrar las subvenciones, no augura nada bueno para quienes han tenido la mala suerte de sufrir esta fatalidad.

Mientras los valencianos tratan de reponerse del shock y recuperar una cierta normalidad (hay miles de hogares sin luz ni agua corriente), nuestros políticos (todos sin excepción) ofrecen una imagen de parálisis y caos ciertamente sonrojante que dice muy poco de nosotros como país. Han sido demasiados años de política basura, de retórica hueca, de bulos y del “y tú más”, y ahora que necesitamos a hombres y mujeres competentes miramos a nuestro alrededor y comprobamos con estupor que no hay nadie que se ponga al mando de este sindiós. Solo un ejemplo: en la localidad de Paiporta, epicentro o zona cero del desastre, miles de vecinos aún no disponen de agua potable dos días después de la riada. Resulta raro saber que las televisiones han podido acceder hasta allí, pero las cisternas potabilizadoras no. Y otro caso también sangrante: muchos ancianos han tenido que pasar la noche en casas húmedas y malolientes con paredes embadurnadas de barro sin que a nadie se le ocurriera llevarlos a un polideportivo habilitado para la ocasión. ¿Dónde están los servicios de Protección Civil, los sanitarios, la red asistencial que garantiza el Estado de bienestar? ¿Para qué queremos un Ejército con 120.000 soldados en activo? ¿Acaso no tenemos una de las mejores y más organizadas flotas de transportistas de toda Europa, toda una división de camiones que puede ser empleada para llevar víveres a la población más necesitada como en tiempos de guerra?

No podemos evitar las catástrofes climáticas, pero sí tenemos la obligación de organizarnos y coordinar mejor a las diferentes administraciones, de invertir más en los puntos débiles de la red, de reformar protocolos y canales de ayuda en momentos de crisis humanitaria como este. Si estamos entre los invitados permanentes a las reuniones del G20, entre los países más desarrollados del mundo, que se note en algo. Y sin embargo, la primera sensación que queda tras el maldito temporal de gota fría, el peor del siglo, es que todo ha fallado. Lo de ayer en el Congreso de los Diputados fue algo deplorable. Sus señorías se pusieron a debatir sobre el reparto de cuotas en Televisión Española mientras miles de personas se veían con el agua al cuello. Un silencio sepulcral invadía el hemiciclo hasta que llegó un momento en que se les encendió la bombilla y concluyeron que no era el día para seguir con el espectáculo lamentable de insultos, garrotazos dialécticos, improperios, ruido y furia cainita que suelen darnos unos y otros. Así que levantaron la sesión. Fue otra decisión errónea, ya que lo que tocaba era remangarse y ayudar cada uno, desde su puesto de responsabilidad, en lo que pudieran. Podrían haber cambiado el orden del día para abordar un monográfico sobre las causas, consecuencias y medidas políticas a adoptar tras la calamidad de proporciones bíblicas. Pero tampoco. Se fueron a sus casas y decidieron suspender las sesiones de hoy invocando el dolor de las víctimas y el duelo nacional, otro error porque lo que queda es la sensación de orfandad de un pueblo que ve cómo el Parlamento se cierra hasta nueva orden en el momento más crítico, cómo se paga a políticos para crear problemas en lugar de solucionarlos. El duelo sirve para bien poco. Es más útil levantar un teléfono y decirle a un empresario amigo del sector construcción que lleve sus excavadoras al lugar de la hecatombe para retirar lodo y basura.     

El problema del cambio climático, con sus olas de calor y megaincendios en verano y sus lluvias torrenciales en otoño, ha llegado para quedarse. Pedro Sánchez ha intentado concienciar del problema durante los últimos años, eso no se le puede negar. No obstante, se ha encontrado con la tozudez y el fanatismo de unas derechas que se han reído del asunto, minusvalorándolo y hasta negándolo contra la lógica más elemental. El mediocre Abascal ha pisoteado la Agenda 2030, el programa verde para frenar el calentamiento global y tratar de revertir la situación, e incluso ha llegado a calificar a los que alertan ante la gravedad del nuevo escenario ambiental como “la secta climática”. Mientras la extrema derecha continuaba tocando su falsa sinfonía y el barco seguía hundiéndose, el PP se dedicaba a aprovechar el odio popular para derrocar al Gobierno, primero en pandemia y después durante la crisis posterior. Curiosamente, los patriotas nunca están cuando la patria se hunde por un virus o un chaparrón propio de una película distópica. El ser humano, con sus industrializaciones y su consumismo voraz, ha arruinado el planeta. Vivimos en un mundo moribundo de aire envenenado y mares hirvientes que achicharran la vida. Las danas se repetirán con la misma virulencia cada año y la situación exige un gran pacto nacional entre todas las fuerzas políticas. Vamos tarde y probablemente ese deseado entendimiento, que se antoja lejano, a estas alturas también resultará inútil. El Diluvio Universal cayendo sobre nuestras cabezas y nuestros políticos sordos, ciegos y tirándose los trastos a la cabeza. No hay solución.  

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