Un libro odioso

Todos los protagonistas de la publicación de ‘El odio’, su autor, Luisgé Martín, su editor, el asesino José Bretón y el juez que rechaza la petición de la madre de los niños asesinados, son cómplices de la revictimización de las víctimas

25 de Marzo de 2025
Actualizado a las 12:14h
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LUISGÉ MARTÍN libro odioso
El escritor Luisgé Martín

No puede haber nada más miserable en esta vida que anteponer las ínfulas y egos más recónditos e inconfesables, así como los potenciales beneficios pecuniarios que genere esta decisión, por encima de cualquier dolor, de cualquier trauma, por mucho que se encuentre anidado en el tuétano del alma de las víctimas hasta el último de sus días y apenas exista ya consuelo que aplaque tanto daño. Porque, en definitiva, nadie puede arrogarse la potestad de pisotear de forma inmisericorde este dolor ni tan siquiera con la excusa de dar visibilidad al terror, personificado en un ser abyecto como es José Bretón. No hay que ser docto en Derecho para saber que tu libertad acaba ahí precisamente, cuando eres plenamente consciente de que has sobrepasado esa sinuosa e imperceptible línea disuasoria que te sitúa en el bien frente al mal, en lo legal frente a lo punitivo.

Quédense con los nombres que protagonizan esta historia, no los de las víctimas, porque los protagonistas exclusivos de esta historia no serán jamás las víctimas, nunca lo han querido, ni pretendido siquiera, ni el propio autor ni tampoco la editorial, que en ningún momento le ha hecho reconsiderar la posibilidad de otorgar voz a la madre y familiares de los niños asesinados de la forma más premeditada, vil y abyecta posible, como tan vil, premeditada y abyecta es la decisión del asesino de confesar por primera vez su crimen en un episodio más de narcisismo, muy propio de la personalidad de estos seres despreciables.

De este modo, de El odio, un libro odioso de extremo a extremo, no hace falta detenerse ni un instante en su presunta calidad literaria como obra de creación, sino exclusivamente en los protagonistas que, por acción u omisión, han causado este dolor y aún así se mantienen en la tesis de que la ciudadanía debe conocer en todos sus extremos la personalidad de un monstruo humano y de lo que le llevó a cometer semejante monstruosidad. Y todo ello enarbolando cual mantra sagrado la sacrosanta libertad de expresión y de publicación por encima de todo. Los protagonistas exclusivos de este triste episodio pseudoliterario son: el asesino José Bretón, el escritor y activista LGTBI Luisgé Martín, el titular del Juzgado de Primera Instancia número 39 de Barcelona, Diego Martínez Pérez, que ha decidido rechazar la paralización del libro pese a la petición de la Fiscalía y de la madre de los dos niños asesinados por su progenitor en 2011, así como los responsables máximos de la editorial Anagrama, empezando por el histórico editor Jorge Herralde.

Quédense con los nombres que protagonizan esta historia, no los de las víctimas, porque los protagonistas exclusivos de esta historia no serán jamás las víctimas, nunca lo han querido ni el autor ni la editorial

No todo debe valer en esta vida para conseguir un fin por muy loable que sea el mismo. En este caso, supuestamente, el objetivo máximo de autor y editor es el de dar a conocer las excelencias literarias de un escritor de ya dilatada trayectoria como novelista, que no se verá en otra como esta para acrecentar su ego y que declara tener el objetivo final de intenta trasladar a los lectores la maldad personificada en un ser que se pudre en una cárcel tras ser condenado a 40 años de prisión, rebajada años después a 25, por matar a sus dos hijos, de dos y seis años.

Ni que decir tiene que Martín no es Dostoyevski ni de lejos, ni Bretón, el protagonista de su odiosa creación literaria, al que ha entrevistado personalmente, le llega a la suela de los zapatos a la profundidad introspectiva de un personaje universal como es Raskólnikov. Ni siquiera es comparable con Capote y su A sangre fría. Por ello, El odio se perderá en los anaqueles polvorientos de libros olvidados de librerías de segunda mano porque tan siquiera alcanzará el marchamo de libro maldito. ¡Ya quisieran el propio Martín y su editor!

Lo que sí está claro es que el ser abyecto de esta historia ya ha conseguido su principal objetivo: ahondar aún más si cabe el dolor de esa madre y de los familiares de aquellos niños inocentes. El estudio en profundidad de los efectos perversos de la revictimización en los casos de feminicidios y violencia machista aún no está lo suficientemente avanzado y perfeccionado, pero el caso de este odioso libro debe ponernos sin más dilación a trabajar en ello para que nunca más se vuelva a producir una situación como esta.

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