¿Lo sabía Pedro Sánchez, estaba al corriente del saqueo de las arcas del Estado? Esa es la pregunta que a esta hora se hace toda la ciudadanía, que además se plantea una cuestión derivada de la anterior: ¿nos podemos fiar de él? El problema ya no consiste en los pendrives que Koldo tiene escondidos a buen recaudo para reventar el partido por dentro, ni en el repugnante socialismo binguero, prostibulario y juerguista de Ábalos (el de la camiseta usada que ahora dice estar tieso y sin un duro), ni siquiera en las adjudicaciones irregulares que pasaban directamente por la mano de Santos Cerdán. El problema es él mismo, el líder tambaleante, el jefe interino.
¿Es Sánchez, ahora mismo, un lastre definitivo y letal para el PSOE?, se preguntan unos. ¿Podemos seguir gobernando para las clases trabajadoras (aunque a veces no lo parezca, el partido sigue llevando el término obrero en sus siglas) con este hombre que es la viva imagen de un socialismo de lujeríos, despilfarros y pelotazos?, se cuestionan otros. Una vez más (y ya van unas cuantas) una panda de impostores ha convertido Ferraz en un club privée de aspirantes a señoritos y bon vivants. El presidente está perdiendo crédito a marchas forzadas y sus índices de popularidad van a desplomarse tan vertiginosamente como una acción de Tesla en Wall Street. Solo el núcleo duro cree ya en él (y por momentos ni eso). Por núcleo duro entendemos a la vicepresidenta Montero, que se hace la ciega para no ver que esto era una inmensa trama de comisiones y mordidas en el seno del Ministerio de Transportes. Por núcleo duro entendemos a Óscar López, convertido ya en un perro de presa dispuesto a morderle el tobillo a todo aquel que se atreva a hablar de la corrupción del partido. El núcleo duro lo forman unos pocos fieles que, en privado, le dicen a Sánchez que no tire la toalla, que aguante, que sigue siendo el mejor, un fiera, un fenómeno, aunque acto seguido salen de su despacho despavoridos y tapándose la nariz para no percibir la peste a podredumbre que emana de cada rincón del partido.
El núcleo duro socialista se está licuando cada minuto que pasa y ya no parece ni tan duro ni tan sólido. Cada vez quedan menos que estén dispuestos a poner manos en el fuego o a inmolarse por el capitán del barco que hace aguas por todas partes. A eso ha quedado reducido el PSOE, a un bote salvavidas donde unos cuantos náufragos del sanchismo van a la deriva buscando un islote donde atracar (atracar como arrimar embarcaciones a tierra, no como afanar o mangar).
Sánchez le pide al país que le crea. Muy bien. ¿Pero cómo creerle cuando era Koldo quien le guardaba las actas del pucherazo de primarias, cuando puso a Ábalos y le salió rana, cuando colocó a un tercero, Santos Cerdán, y le salió aún más sapo o batracio que el anterior? Cada casting que hace el presidente del Gobierno es aún más nefasto y desastroso que el anterior. Nos pide un acto de fe el líder socialista. Nos está pidiendo que tropecemos una y otra vez en la misma piedra. Vale, aceptemos que él no lo sabía (aunque sea mucho aceptar, hagamos ese ejercicio de cándida inocencia), pongamos por caso que él no oía cómo la mafia del despacho contiguo montaba la timba para repartirse el dinero, las mujeres, los pisazos y coches. ¿Y la responsabilidad in vigilando, acaso eso no cuenta? Él mismo, en su día, le montó una moción de censura a Mariano Rajoy por no haberse coscado de los negocios en B de los Bárcenas, Rato y compañía. Por coherencia, debería presentarse de oficio ante el Parlamento en una cuestión de confianza.
Nos pide que le creamos el señor presidente, pero resulta que en lugar de romper con el koldismo y regenerar el partido de una vez, reincide en la jugada y nos coloca a unos continuistas de la escuela Cerdán para tomar el relevo en la dirección del partido. El vendaval está sacando a flote a las víctimas del sanchismo, los cadáveres que Sánchez ha ido dejando tras de sí. Por ejemplo, el alcalde socialista de León, José Antonio Díez, que denuncia a Santos Cerdán por engordar el censo para derrocarlo. O Adriana Lastra, a la que laminaron porque se olía la sucia tostada. O Zaida Cantera, que se largó del partido en cuanto le llegó el hedor a cloaca. “Farsantes, puteros”, arremete contra los implicados. No solo los audios de la UCO (los que ya han salido y los que guarda celosamente Koldo) van a resultar letales para Sánchez. La hemeroteca está siendo tan corrosiva o incluso más. Como ese vídeo del pasado en el que un frescales Ábalos se declara “feminista” (hoy la UCO le airea las colombianas y las rumanas), o ese otro en el que el propio Santos Cerdán sentencia que el partido “siempre actúa contra la corrupción cortando por lo sano”. Sarcasmo tras sarcasmo.
Sánchez le pide al pueblo que le crea una vez más. ¿Creerle para qué, para que siga girando el carrusel de fulanos, porteros de puticlubs, comisionistas y oportunistas disfrazados de presuntos socialistas que trincaban a manos llenas? ¿Cuántos secretarios de la siniestra Organización tienen que caer para que haya un poco de limpieza? “No hay nada que facilite más la llegada de la extrema derecha que una recua de impresentables, canallas y miserables hablando de prostitutas y mordidas”, asegura el siempre atinado Antonio Maestre. Ningún demócrata quiere que un partido declaradamente franquista como Vox conquiste el poder. Llegado ese caso, estaríamos ante el momento más triste y decadente de la historia reciente de este país. Pero lo que le pide Sánchez al ciudadano, que siga creyendo en él con una venda en los ojos, a pecho descubierto, amor loco y suicida, tampoco parece lo más razonable. Gobierno de coalición progresista sí, pero no a cualquier precio.