Cristóbal Montoro es uno de esos gurús, magos o genios de los números del Partido Popular que a menudo suelen terminar como ídolos caídos. El ocaso de los dioses. De Rodrigo Rato se decía que fue el autor del milagro español, pero ya saben ustedes cómo terminó el milagrero gerente del Fondo Monetario Internacional: entre rejas y dándose al yoga para superar sus crisis de ansiedad por exceso de codicia y ambición. Ahora Montoro se encuentra en un trance vital/existencial parecido. Ya lo estamos viendo con la cabeza rapada, túnica naranja y dedos en círculo, como un budista apartado de la mundanal política que se busca internamente a sí mismo. Ya tarda el pequeño saltamontes desacarriado en pedirle consejo espiritual al gran maestro Rodrigo.
El señor Burns del Ministerio de Hacienda del PP dejó un negro legado tras de sí. Su amnistía fiscal a la carta para defraudadores (anulada por el Constitucional tras beneficiar a más de 32.000 evasores, incluyendo personajes como Bárcenas, Pujol y el propio Rato); sus políticas de recortes y austeridad (metió la tijera a más de 10.000 millones de euros en Sanidad y Educación); y su famoso IVA del 21 por ciento a la cultura y los proyectos sociales son hitos para la historia de la infamia aún frescos en nuestra memoria. Por no hablar de sus presiones a medios de comunicación –el bueno de Carlos Alsina ha denunciado que el señor ministro, “irritado, contrariado y convencido” de que el poder le daba “carta blanca”, intentó coaccionarle– o del caso Gescartera (no llegó a figurar como imputado, pero su departamento se vio implicado en una trama en la que se evaporaron 50 millones de euros de los que nunca más se supo).
Hoy, el lobista Montoro hace frente a una grave acusación tras ser imputado por favorecer a las empresas gasísticas clientes de Equipo Económico, el despacho de abogados que él mismo fundó mientras formaba parte de los ilustres equipos de Aznar y Rajoy. Han tenido que pasar siete años, siete, hasta que hemos visto resplandecer un rayo de luz en medio de las tinieblas. Siete años de ocultaciones, siete años de presiones a jueces y periodistas, siete años en los que el PP ha tratado de enterrar el caso. Finalmente, la verdad ha aflorado gracias a ese juez hasta hoy desconocido de Tarragona (los jueces buenos siempre son anónimos) que ha detectado una inmensa trama ministerial con nada más y nada menos que 28 implicados (altos cargos de casi todas las áreas de Hacienda) y cinco empresas. Por lo visto, en el ministerio de Montoro estaba en el ajo hasta el chico de los cafés, y ahora se habla de múltiples delitos, cohecho, fraude, prevaricación, tráfico de influencias, corrupción en los negocios, falsedad documental y negociaciones prohibidas, en fin, medio Código Penal. Ese era el tipo al que se le llenaba la boca de arrogancia cuando presumía de haber puesto en marcha medidas liberales para estimular la economía (la de los ricos, claro) y contra la evasión fiscal (mentira, nunca hubo más ladrones que bajo su mandato).
No está siendo una buena semana para Alberto Núñez Feijóo. Primero las cacerías nazis contra los inmigrantes de Torre-Pacheco. Después la Fiscalía con su petición de tres años y nueve meses de cárcel para el novio-defraudador-confeso de Isabel Díaz Ayuso por dos delitos fiscales. Y ahora el asuntillo de Montoro y Asociados, otro tótem del mundo ultraliberal que cae irremediablemente como una estatua ecuestre carcomida desde la base. En cuanto a los disturbios racistas, consecuencia directa de los mensajes xenófobos sin complejos lanzados por Vox, amigote de coalición del PP, el líder popular ha tenido que hacer auténticos malabarismos retóricos para defender sus acuerdos con la extrema derecha. Por un lado, el hombre que no fue presidente del Gobierno porque no quiso se ha esforzado en convencer a los españoles de que él condena la violencia sin ambages, que está con la tolerancia y con la convivencia en paz entre diferentes razas y religiones; por otro, mantiene todo el apoyo y respaldo a los acuerdos con los ultras de Abascal que proponen deportar a siete millones de inmigrantes (incluso a los nacidos en España ya con plenos derechos), en plan trenes del Tercer Reich. Delirante.
Por lo que respecta a Montoro, qué más se puede decir ya. Fue precisamente Feijóo quien recuperó al núcleo duro del controvertido ministro de Hacienda para reforzar su equipo económico. Bajo la consigna de que el PP tenía que recurrir “a todo el talento que tiene este partido” metió a los forajidos hasta la cocina misma de Génova 13. En eso del talento acertó, solo que el talento de ese grupo de brókeres hoy procesados estaba al servicio de los lobbies, no al servicio de los ciudadanos. De modo que, de alguna forma, Feijóo ha terminado haciéndose un Koldo, como Pedro Sánchez, es decir, que se ha rodeado de lo peor, ha faltado a la responsabilidad in vigilando y ha quedado como el “Uno” de toda esta oscura trama de las gasísticas. Si Cerdán y Ábalos saqueaban el Ministerio de Transportes, como dice la UCO, el “núcleo duro” de Montoro se dedicaba a las arcas públicas, haciendo bueno aquel viejo lema de “Hacienda somos todos” (todos los que formaban la pandilla de lobistas, comisionistas y golfos apandadores, habría que concretar).
La técnica del ventilador vuelve a funcionar. El “y tú más”, gran cáncer del bipartidismo de nuestra maltrecha democracia, está más vigente que nunca, generando legiones de desafectos que recalan en el nuevo fascismo posmoderno. Todo eso es cierto, pero también lo es que Feijóo cada vez tiene más difícil mantener con coherencia el eslogan de sus manifestaciones domingueras contra Sánchez. La pancarta de “mafia o democracia” ya no se la cree ni él y más le valdría sustituirla por otra más trumpista como “nuestra mafia first” que, por lo que se va viendo, es más acorde con la realidad.