Entramos en el mes de septiembre y dentro de unos días se cumplirá el 52 aniversario del derrocamiento de Salvador Allende, el único líder de izquierdas que fue capaz, en el siglo pasado, de sacar adelante iniciativas socialistas respetando la democracia y las normas constitucionales en Chile. La “vía chilena al socialismo” concluyó con la muerte de Allende y el advenimiento de una dictadura sangrienta que costó la vida de cientos de miles de demócratas. La derecha de ese país, que era considerado como un ejemplo de democracia, no tuvo piedad desde el mismo momento en que Allende tomó posesión. Se les apodaba “los momios” (las momias) y su actuación recuerda la que está llevando a cabo el Partido Popular en este país. Por mucho que digan que las condiciones son radicalmente diferentes, el objetivo es el mismo. Salvador Allende llegó al poder por la mínima, y gracias al voto discrepante del ala izquierdista de la Democracia Cristiana. A Pedro Sánchez, con el que no hay más remedio que establecer cierto paralelismo, se le hizo presidente gracias a los votos de la izquierda progresista y de los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos los cuales aprendieron muy bien la lección al sufrir en sus propias carnes la política de esa derecha que entonces encabezaban Mariano Rajoy y Santiago Abascal, el primero de ellos sucedido por Alberto Núñez Feijóo apodado en su pueblo natal como “el cizaña”. Sobran comentarios.
A pesar de que habrá muchos dispuestos a rebatir tal argumento, lo cierto es que, 52 años después, el panorama social de este mundo ha cambiado muy poco. La derecha ultramontana sigue hablando del “socialcomunismo”. En España, Isabel Díaz Ayuso despotrica continuamente contra Sánchez y su gobierno “bolivariano”. Ahora, el “coco” de los reaccionarios ya no es la Unión Soviética. Se centran en el régimen venezolano de Nicolás Maduro y, por supuesto, Cuba sigue siendo la “bestia negra”. Nixon y Kissinger, los grandes conspiradores anticomunistas, han pasado a la historia, pero en “el país más poderoso de la tierra”, Estados Unidos, gobierna un tal Donal Trump que va a hacer buenos a sus antecesores. De momento, vaya usted a saber las maniobras que está haciendo una CIA que sigue siendo gobernada por anticomunistas furibundos. Y, en el primer lugar de esa lista de enemigos de esa gentuza, está Pedro Sánchez.
No se puede comparar la política de este gobierno progresista con los logros de la Unidad Popular de Salvador Allende. Y eso es lo que más clama al cielo. El líder socialista chileno, asesinado por el dictador, Augusto Pinochet, nacionalizó los recursos naturales del país, especialmente las minas de cobre. Económicamente a lo más que han llegado los socialdemócratas coaligados con la izquierda de Sumar y IU, es a establecer un salario mínimo interprofesional digno, se intenta reducir la jornada laboral y se ha conseguido revalorizar automáticamente las pensiones a base de impuestos a los gigantes económicos, las energéticas, la banca y las grandes empresas, y a negarse a pagar más dinero para la defensa de la ONU cuando se necesitan recursos en la sanidad y la educación públicas. Por todo ello este gobierno es “bolivariano y comunista” según dicen en la derecha “momia” de Núñez Feijóo y Santiago Abascal, la calcomanía de los terroristas chilenos de Patria y Libertad. Por cierto, los reaccionarios de este país utilizan como argumento la “falta de libertades” para desautorizar al “gobierno socialcomunista bolivariano”. Es curioso. Es el mismo que utilizaron los asesinos del comandante en jefe de las fuerzas armadas chilenas, René Schneider.
Ahora, la derecha reaccionaria no puede llamar a la rebelión a unas fuerzas armadas integradas en la Alianza Atlántica, con una mentalidad diferente a la que mantuvieron en el siglo XX. Es muy difícil, por no decir prácticamente imposible, que este colectivo acabe por tomar La Moncloa, detener o matar a Pedro Sánchez e instaurar una dictadura al estilo Franco por mucho que haya militares, casi todos en la reserva, que pidan una acción semejante. Pero es que el estilo del siglo XXI es radicalmente diferente. Ya no hace falta la fuerza para dominar el aparato del Estado.
Salvador Allende se encontró con el boicot de los poderes fácticos de su país, orquestados y financiados por Washington. Aquí habría de empezar a investigar a ver dónde llegan esos miembros de los aparatos que están acorralando al gobierno progresista en la persona de su presidente. La judicatura es uno de esos colectivos que está en entredicho. Con el pretexto de que están invadiendo sus competencias, un importante número de jueces y fiscales de este país, los que aquí hemos llamado la derecha judicial, están intentando acorralar al poder ejecutivo alegando que éste invade sus competencias y se está cargando el estado de derecho. La mejor prueba de lo que está ocurriendo es la desgraciada intervención en la labor del fiscal general del Estado al que acusan de “revelación de secretos”. Nada de corrupción. Nada de apropiación indebida. Nada de administración desleal. No. Es una figura, de las altas instituciones del Estado, al que acusan de haber filtrado datos personales de alguien que ha reconocido haber defraudado a Hacienda.
El tejido empresarial, la banca, la iglesia y otros colectivos no están dispuestos a que se les quiten esos privilegios que obtuvieron históricamente gracias a la dictadura. Están haciendo lo que hicieron sus homólogos chilenos hace 52 años. En ese país, el resultado fue un golpe de Estado cruento que acabó con la vida de cientos de miles de ciudadanos cuyo único delito fue pensar diferente a los poderosos. Los que recordamos ese funesto momento de la historia no tenemos más remedio que establecer cierto paralelismo con la bipolarización que vive este país. Una derecha que no reconoce la victoria de la izquierda en 2023. Que califica de ilegítimo a este gobierno, tal y como hicieron los “momios” chilenos con el de Allende. Que no tiene ningún sentido de estado, que lo único que busca es la convocatoria de unas nuevas elecciones en las que dan por segura su victoria. Y si eso no llega a ocurrir, siempre habrá jueces encargados de meter en la cárcel a los socialcomunistas, incluido Pedro Sánchez.
Septiembre de 1973. Se acabó con uno de los experimentos más interesantes de la política mundial del siglo pasado. la vía chilena al socialismo, la utilización de un sistema democrático para llevar a cabo profundas reformas sociales. Más de medio siglo después, en España ocurre algo parecido. Y la extrema derecha pide la intervención de los poderes facticos al grito de “hijo de puta Sánchez”. No hay mas remedio que establecer cierto paralelismo.