El necesario legado político de Pepe Mujica

El expresidente uruguayo se despide del país dejando un último mensaje: "No caigáis en el odio"

22 de Octubre de 2024
Actualizado a las 14:54h
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Pepe Mujica en su acto de despedida.
Pepe Mujica en su acto de despedida.

Pepe Mujica se ha despedido de la política, de la ardua lucha por un mundo mejor, de la vida. El exvicepresidente de Uruguay, enfermo, achacoso y en la recta final, reapareció por sorpresa en un acto electoral para decirle a los suyos que no pierdan la esperanza, que no caigan en el odio y la confrontación, que sigan fieles a los principios de la izquierda. Para todo eso y también para comunicarles que es un anciano a punto de a irse a ese lugar “de donde no se vuelve”.

De donde no se vuelve. No hay una forma más poética de definir el viaje que va a emprender el bueno de Pepe Mujica, la travesía forzosa por la que todos tendremos que pasar algún día. Nos encontramos, quizá, ante el gobernante ejemplar y coherente de nuestro tiempo. El político bueno, el político humilde y honrado, el político de los que ya no quedan que en un mitin se pone a hablar no solo de lo humano, sino también de lo divino. La excepción que confirma la regla general de la mediocridad que se ha impuesto en nuestros días como un infame new style.

De donde no se vuelve. ¿Se imagina el ocupado lector de esta columna a Isabel Díaz Ayuso hablando de filosofía existencialista, del Más Allá, de la muerte? A la lideresa castiza le resultaría difícil, por no decir imposible, articular una metáfora para la historia de una dimensión tan hermosa. Ella lo diría mucho más castizamente, mucho más pedestremente, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, por ejemplo. Es lo que le pega a la presidenta frutera. Para Ayuso, “de donde no se vuelve” es un sitio mucho más mundano, mayormente la extrema derecha trumpizada, ese territorio sin ley que ella ha explorado a fondo, extraviándose, para no retornar jamás a la senda de la convivencia y la democracia.

La diva de Chamberí ha hecho el viaje inverso al del gran Mujica. El anciano de la tribu se retiró a un chamizo austero cuando abandonó la política; ella vive en el pisazo de su novio pagado con el fruto del delito fiscal. El viejo líder uruguayo llamó a la reconciliación entre hermanos, apagando la llama del odio; ella aviva el fuego del rencor, de la inquina, del guerracivilismo más atroz. Mujica estudió la condición humana, en los libros y en la historia, como un estoico de la política; ella lee más bien poco, de hecho no ha salido de las tabernas de Madrid, que son sus cervecerías nacionalistas de Baviera, donde agita la revolución ácrata antisanchista y la rabia social contra el sistema, contra el Estado de derecho, contra la verdad. Ambos, el abuelo de vuelta de todo y la muchachita macarra, alocada y feliz, son la cara y la cruz de la política, el anverso y el reverso, el yin y el yang. Luz frente a tinieblas; conocimiento frente a sinrazón; sabiduría frente a casposa frivolidad.

De donde no se vuelve. No le temas tanto a la muerte, sino más bien a la vida inadecuada, decía Bertolt Brecht. Una muerte honrada es mejor que una vida vergonzosa, eso lo sabemos por Tácito. Todo político de hoy debería tener esas máximas grabadas en letras de oro sobre el cabecero de la cama. Lo que hacemos en este mundo resuena como un eco en la posteridad, pero nadie se para ya a pensar en estas cosas del misticismo. Y así nos va.

La política se inventó en la Antigua Grecia, y no solo para tratar sobre las cosas del comer, que también. La política de alto rango, la política con mayúsculas, va mucho más allá del PIB, del IPC y de las cifras macro. La política es el arte de debatir sobre lo esencialmente humano, sobre los grandes asuntos de la vida y el mundo. Y ahí Mujica, una especie en vías de extinción, una rara avis, le ha dado un buen baño a todos sus contemporáneos.

Ahora que comprobamos con estupor lo que teníamos en casa, los fulanos de la trama Koldo, el condenado Zaplana, González Amador y toda la flora y la fauna de la corrupción ibérica, es un buen momento para detenernos en el enigma Mujica. El político filósofo, según la definición platónica. El asceta incorruptible. El anacoreta que ayunó de la codicia. La prensa de la caverna, aquí y fuera de nuestras fronteras, quiso manchar su buen nombre, sus enseñanzas y su legado. Hasta The Objective, la web nibelunga referencia del nuevo nihilismo posmoderno y de lo ultra, intentó sacarle los trapos sucios sin conseguirlo. “El Congreso uruguayo investigará al expresidente por presunta corrupción”, publicó en 2016. Nada. No pudieron con él con confabulaciones y montajes indignos. Su modesta granja está limpia, su viejo escarabajo del 87 no oculta nada en el maletero, sigue destinando el noventa por ciento de su sueldo a obras de caridad contra la pobreza.

Panteísta, izquierdista de los de verdad, protector de la naturaleza, azote de las élites financieras y del gran capital, Mujica quedará como el último profeta de la buena política hoy enterrada para siempre bajo un manto de hipocresía, bulos, mentiras y mucho cinismo. De la mano de su fiel esposa, Lucía Topolansky, apareció unos minutos más para echarnos el último sermón de la montaña tan imprescindible como inútil (este es un planeta de sordos y ciegos), ese discurso que nadie quiere escuchar, quizá porque es demasiado cristiano para una época de materialistas descreídos, quizá porque ya todos están abducidos por el Gran Satán del dinero. ¡Cuánto tienen que aprender los políticos de hoy de este personaje único a caballo entre dos siglos convulsos! En cierta ocasión, dijo: “La corrupción es más vieja que el amor”. Pocas sentencias más lúcidas.

Hacia el sueño eterno se encamina el venerable y honrado Mujica mientras España es un volcán de mugre a punto de la erupción. El último hombre honrado sobre la Tierra volvió a revelar la gran verdad, salió del escenario y luego desapareció sin hacer ruido para marcharse a su encuentro con lo desconocido. De donde no se vuelve.

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