En un gesto que roza el esperpento político, Benjamin Netanyahu ha nominado a Donald Trump para el Premio Nobel de la Paz, en plena ofensiva militar israelí sobre Gaza. Mientras los muertos se cuentan por miles y la comunidad internacional denuncia crímenes de guerra, el primer ministro israelí y el expresidente estadounidense escenifican una farsa diplomática que insulta no solo a las víctimas del conflicto, sino al propio legado del Nobel.
La propuesta del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu de otorgar el Premio Nobel de la Paz a Donald Trump no solo es una provocación de mal gusto, sino una bofetada en la cara a los principios mismos de ese galardón. Mientras Gaza sigue ardiendo bajo los misiles, con miles de civiles asesinados, Netanyahu extiende una mano manchada de sangre para premiar a quien ha sido su cómplice más entusiasta.
No hay ironía suficiente en el mundo que pueda encubrir este sinsentido. ¿Trump, el mismo que rompió los pactos climáticos, que alentó la violencia política interna en su propio país, que despreció el multilateralismo, que usó la política exterior como espectáculo electoral... es ahora candidato al Nobel de la Paz? ¿Por obra y gracia de unos acuerdos que no trajeron paz sino beneficios geopolíticos al margen de los pueblos palestino y árabe?
Blanquear la guerra con papel timbrado
Los llamados Acuerdos de Abraham, esa foto con banderas, sonrisas forzadas y tinta diplomática, fueron pintados por Netanyahu como “históricos”. Lo fueron, sí, pero no por su contenido de paz, sino por su descaro: normalizar relaciones sin resolver el núcleo del conflicto, ignorar al pueblo palestino, usar a Trump como instrumento para consolidar una alianza regional contra Irán mientras Gaza se convertía en un infierno.
A Netanyahu no le interesa la paz, le interesa la impunidad. Y a Trump solo le interesa Trump: su ego, su legado inflado, su imagen reconstruida de cara a un regreso al poder.
Un Nobel deshonrado si escucha este canto de guerra
El Comité del Nobel tiene en sus manos una decisión que va más allá de Trump. Escuchar a Netanyahu sería asumir como legítimo el cinismo diplomático, la política del castigo colectivo, la deshumanización de poblaciones enteras. Sería decirle al mundo que la paz no se mide por la justicia, ni por la vida, sino por las alianzas estratégicas y las fotos bien encuadradas.
La paz no puede premiarse con cinismo. No mientras hay niños enterrados en los escombros de Gaza, ni mientras se siguen lanzando bombas inteligentes sobre casas sin electricidad. Otorgar el Nobel a Trump sería una traición no solo al galardón, sino al propio concepto de paz. Convertiría Oslo en una caricatura de sí misma.
Basta de burlas
No nos dejemos engañar. Esta no es una propuesta seria. Es una maniobra propagandística de dos políticos atrincherados en su desprestigio, intentando lavarse las manos mutuamente con tinta de premio. La historia juzgará, y esperemos que el Comité del Nobel tenga la decencia de no mancharse las manos premiando a quienes las tienen cubiertas de sangre.