La política del pacto frente a la política del grito

Entre el estruendo permanente de la oposición y el vértigo de la crisis múltiple, el Gobierno de Pedro Sánchez ha ejercido el poder con una serenidad estratégica, impulsando reformas de largo alcance

06 de Mayo de 2025
Actualizado a las 12:17h
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La política del pacto frente a la política del grito

Asediado desde el primer día por una oposición que ha confundido la crítica legítima con la descalificación constante, el Gobierno de Pedro Sánchez ha gobernado desde la fragilidad aparente con una solidez operativa que desmiente los vaticinios apocalípticos. Frente a quienes anunciaban el colapso de la nación, el Ejecutivo ha optado por el pacto, la inteligencia política y una comprensión cabal de los desafíos contemporáneos. Y lo ha hecho, además, sin renunciar a una ambiciosa agenda de transformación social.

La política española ha vivido en la última década una profunda metamorfosis: la ruptura del bipartidismo, la emergencia de nuevas fuerzas, la intensificación del conflicto territorial, la polarización mediática y la irrupción de la extrema derecha han reconfigurado el tablero. En ese nuevo ecosistema, Pedro Sánchez ha sido un actor central no por adaptación mimética al contexto, sino por su capacidad de gobernar desde una conciencia clara de la complejidad. Su estilo, a menudo infravalorado por sus críticos, combina la tenacidad del estratega con la plasticidad del negociador, lo que le ha permitido atravesar tempestades políticas sin perder el rumbo ni renunciar a sus objetivos.

Desde su llegada al poder en 2018, primero tras una moción de censura inédita y luego mediante un gobierno de coalición sin precedentes en España, Sánchez ha liderado un Ejecutivo que ha debido gestionar no una, sino múltiples crisis superpuestas: una pandemia global, una guerra en Europa, una crisis energética, una inflación desbocada, tensiones territoriales persistentes y una ofensiva política y mediática de una virulencia pocas veces vista en democracia. Y, sin embargo, el Gobierno no solo ha resistido: ha legislado, ha reformado, ha negociado y ha ejecutado políticas públicas que han transformado áreas clave del país.

El primer gran test de resiliencia fue, sin duda, la pandemia de la COVID-19. En un contexto de absoluta incertidumbre, el Gobierno desplegó una red de protección social que evitó un colapso económico y protegió a millones de trabajadores y familias. Los ERTEs, el Ingreso Mínimo Vital, las moratorias hipotecarias y de alquileres, y un exitoso plan de vacunación fueron respuestas concretas a una crisis sin manual. Mientras la derecha convertía cada decisión en munición partidista, el Ejecutivo tejía un escudo social con más eficacia que retórica, manteniendo al país en pie cuando todo tambaleaba.

La segunda gran prueba fue la gestión de los fondos europeos Next Generation, un reto que exigía visión de país. Aquí el Gobierno ha demostrado no solo diligencia técnica, sino una concepción de futuro: digitalización, transición ecológica, reindustrialización, ciencia y formación han sido los vectores estratégicos. La derecha, en lugar de arrimar el hombro, optó por sembrar dudas, sin aportar propuesta alternativa. No es menor el hecho de que la Comisión Europea haya avalado la ejecución de los fondos y el diseño reformista del plan español, situando a nuestro país como referencia comunitaria.

En el plano político-institucional, el Ejecutivo ha debido gobernar con una mayoría frágil, tejida a base de diálogo, persuasión y cesiones recíprocas. Aquí se inserta uno de los aspectos más vilipendiados por la derecha: los acuerdos parlamentarios con fuerzas nacionalistas e independentistas. La idea de que pactar con ERC o Bildu implica “traicionar a España” responde más a una visión esencialista que a una lectura democrática. La aritmética parlamentaria no es una anomalía, sino la expresión plural del voto ciudadano. Lejos de descomponer el Estado, la interlocución con estas formaciones ha contribuido a desinflamar el conflicto catalán, reducir la tensión institucional y abrir una senda de desjudicialización y diálogo. La política, en su sentido más noble, ha vuelto a ser posible allí donde antes solo existía bloqueo.

En el ámbito de los derechos sociales, la acción del Gobierno ha sido igualmente audaz. La legalización de la eutanasia, la ampliación de derechos para el colectivo LGTBI, la ley de vivienda, la reforma laboral acordada con sindicatos y patronal, el fortalecimiento del sistema público de pensiones y la revalorización del SMI dibujan un país más justo y más moderno. Incluso en los momentos de tropiezo —como sucedió con algunos efectos indeseados de la ley del “solo sí es sí”—, el Ejecutivo ha sabido corregir el rumbo, asumir la responsabilidad y enmendar sin caer en el inmovilismo.

En política exterior, el Gobierno ha logrado reposicionar a España como un actor confiable en Europa y el Mediterráneo. La presidencia del Consejo de la Unión Europea en 2023 consolidó el perfil europeísta del país, mientras que la gestión de relaciones complejas como las de Marruecos y Argelia, si bien polémica, ha respondido a una visión estratégica que busca garantizar estabilidad, seguridad y cooperación económica. A pesar del ruido, España ha demostrado autonomía diplomática y capacidad de negociación en un mundo convulso.

Una gobernabilidad contra pronóstico

Si algo define la trayectoria del Gobierno de Pedro Sánchez es la gobernabilidad contra pronóstico. No solo ha sobrevivido a todos los intentos de desestabilización política —desde mociones fallidas hasta campañas de descrédito personal—, sino que ha consolidado una práctica de gobierno basada en la resistencia inteligente: firmeza en lo esencial, flexibilidad táctica, convicción social y una clara vocación europeísta. En tiempos de populismo y cinismo, el Ejecutivo ha elegido el camino menos fácil: el del compromiso con la complejidad, el diálogo institucional y el progreso gradual pero sostenido.

Frente a una oposición que ha hecho de la hipérbole su idioma —hablando de “dictadura”, “deriva chavista” o “ruptura de España”—, la realidad es que el país ha mantenido su arquitectura democrática, ha mejorado indicadores sociales y económicos, y ha experimentado avances legislativos que quedarán como legado estructural más allá del color político de futuros gobiernos.

El ruido no gobierna. Las campañas no legislan. Los titulares no protegen a los vulnerables. Gobernar exige constancia, temple y una cierta indiferencia al desgaste inmediato. Pedro Sánchez, con todas sus contradicciones y desafíos, ha demostrado que es posible gobernar en minoría, transformar en la dificultad y sostener el Estado desde la pluralidad. En la historia reciente de España, pocos gobiernos han afrontado tanto con tan poco margen, y aún menos han salido adelante con el balance que hoy puede presentar este Ejecutivo.

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