La profecía de Nostradamus: un papa negro (y trumpista)

El cónclave para suceder a Francisco promete ser más duro que nunca, con dos sectores, franciscanos y nostálgicos, enfrentados

25 de Abril de 2025
Actualizado a las 15:52h
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El cardenal Robert Sarah, papable promocionado por el ala conservadora del Vaticano.
El cardenal Robert Sarah, papable promocionado por el ala conservadora del Vaticano.

“No será el romano pontífice elegido, ni cerca ni lejos se le prestará atención. Un joven de piel oscura con la ayuda del gran rey entregará la bolsa a otro de color rojo”, predijo Nostradamus, que ejercía de gran pitoniso occidental hasta que llegaron los Simpson. La manida profecía del adivino y boticario francés –que dicho sea de paso predecía el Apocalipsis y el Juicio Final–, nunca ha estado más cerca de hacerse realidad. Mayormente porque las tensiones entre la curia ultra y la curia moderada son más fuertes que nunca. Vivimos un momento trascendental de la historia donde se está jugando, ni más ni menos, que una humanidad democrática o una humanidad autocrática (con retorno a los viejos dogmas fascistas de antes). Y las luchas internas en los poderes fácticos mundiales (la Iglesia católica es uno de los más potentes) se recrudecen.

Cada vez que muere un papa y se abre la puerta del famoso cónclave se plantea la posibilidad de que el nuevo pontífice no sea blanco. La prensa se vuelca con amplios reportajes sobre los candidatos de origen afro y analiza minuciosamente qué posibilidades tiene cada cual. Como si elegir a un papable multicultural supusiese, de forma automática, un giro a la izquierda con un mensaje rotundo de igualdad, integración y lucha contra el racismo. Nada más lejos. Si algo nos ha enseñado el trumpismo es que los valores e ideas del mundo de ayer, como diría Stefan Zweig, ya no funcionan. Hoy tenemos negros en partidos fascistas y como si nada (no hace falta dar nombres, en España conocemos alguno que otro). Y, en Estados Unidos, donde antes había activistas del Black Power, de los Panteras Negras y sucesores de Luther King, hoy hay senadores negros de MAGA con el brazo en alto y Heil Hitler.

Quiere decirse que un papa negro no nos garantizaría, necesariamente, un mundo mejor. Ya tuvimos un Tío Sam negro, o sea Obama (el papa de la religión capitalista yanqui), y poco o nada cambió. No hubo ninguna revolución cósmica y los negratas del gueto del Bronx siguieron siendo pobres como ratas, linchados por policías racistas y exterminados con chutes de fentanilo adulterado. De hecho, los infelices del sur arruinados por el Katrina hace veinte años, aún están esperando las ayudas oficiales. Y luego nos preguntamos por qué gana Trump. Que tome buena nota Sánchez, porque también tiene negros a miles de valencianos que, tras la riada del 29 de octubre, ya no creen en la democracia.

La profecía de Nostradamus sobre un papa africano anuncia el final de los tiempos. Lo cual demuestra que racismo lo ha habido siempre. Que un líder religioso o político sea negro, asiático o caucásico no nos garantiza nada. Al final, se trata de un personaje más, una marioneta movida por otros. Y mucho nos tememos que el nuevo fascismo posmoderno, siempre atento a nuevas técnicas de propaganda goebelsiana, es muy capaz de colocarnos a un papa de su cuerda, ultra o facha, para seguir avanzando en la revolución conservadora (más bien neonazi). Hay que estar muy atento a ese cónclave definitivo y no quedarse con el color de la piel del nuevo pontífice, porque hoy en día las apariencias engañan, nada es lo que parece, y a poco que nos despistemos, a poco que nos descuidemos, nos endosan un papa negro que entre versículo y versículo de la Biblia nos suelta un sermón carca con parrafillo del Mein Kampf incluido. Estamos viviendo cosas muy extrañas, distopías rarunas que jamás imaginamos que veríamos, y la posibilidad de un ancianito Santo Padre con carita de tierno, afable y piadoso etíope, pero con ideologías nostálgicas y preconciliares, es más real que nunca.

En realidad, en pleno siglo XXI a nadie debería extrañarle un pontífice de otra raza. Pero el racismo vuelve con fuerza y hay élites en la sombra que sueñan con volver a la imaginería medieval, al Jesús alto, rubio y de ojos azules, cuando la ciencia ya nos ha dicho que Cristo era más bien moreno y chaparro, como correspondía a un hombre nacido en Palestina. Sea como fuere, las quinielas están que echan chispas, y la prensa ultra ya nos está preparando para el advenimiento del supuesto papa negro, un revolucionario que en realidad no revolucionará nada, un tocomocho católico, ya que aquí se trata de que todo siga atado y bien atado, tal como hace dos mil años. 

Quienes más papeletas tienen para desempeñar el papelón son Robert Sarah, de Guinea, y Peter Turkson, de Ghana. Al primero, un burócrata del Vaticano, se le conoce por sus posiciones tradicionalistas y ultraconservadoras. O sea, misa en latín, celibato duro, patriarcado y excomunión de homosexuales. Oponiéndose a él está el candidato ghanés de la Iglesia más moderada (nunca progresista, no se puede denominar así a una institución que tiembla cuando oye hablar de mujeres sacerdotisas). La batalla está servida. El hombre del emperador Trump (que estará en primera fila, fiscalizando, el día de la ceremonia de toma de posesión) contra un actor con aires de Nelson Mandela, pero del que tampoco podemos esperar demasiado. 

El contexto político internacional es endiablado, tanto como que suenan los tambores de la Tercera Guerra Mundial. La invasión rusa de Ucrania y el genocidio palestino lo marca todo. Esta vez los purpurados encerrados en la Capilla Sixtina deciden algo más que un papa y puede haber navajeo, como en aquellos primeros concilios del paleocristianismo. Se decide, ahí es nada, con quién va a estar el nuevo jefe del Estado vaticano: con el Dios de la democracia o con el Diablo del fascismo. Y hay riesgo grave de otro Pío XII ciego y sordo ante los nuevos holocaustos. Que el Santo Padre sea negro o blanco, importa poco. Lo decisivo será de qué pie cojea. Y todavía no conocemos bien a los papables porque, como dice el dicho, la procesión va por dentro.

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