“Me sentí vulnerable y víctima de una agresión”, dice Jenni Hermoso. Es la reacción lógica de una futbolista que se considera maltratada por su jefe como mujer, como profesional y como persona. Antes, la Asamblea a mayor gloria de Luis Rubiales había sido un maquiavélico ejercicio de egolatría, de borrachera de poder y de machismo del presidente de la Federación de Fútbol. Todo lo que se vivió en ese acto calcado a los que montan los dictadores bananeros fue nauseabundo. Se vio el rostro más duro de un hombre furioso y autoritario dispuesto a morir matando y a defender hasta la muerte sus privilegios y su jugosa nómina como directivo. Se vio a un jerarca en horas bajas que se dejó llevar por una especie de delirio político y absurdas teorías sobre el “falso feminismo”; que sentó a sus hijas entre el público, como escudos humanos, para dar pena y tocar la fibra sensible de la opinión pública; y que hizo obscena ostentación de poder omnímodo anunciando una subida de sueldo a sus acólitos (chusco y sonrojante ese momento en que proclamó que el entrenador, Jorge Vilda, cobrará medio millón de euros por haberle sido fiel hasta el final). Por momentos, Rubiales parecía uno de esos nuevos ricos podridos de billetes que cuando se meten en un lío pretenden resolverlo todo tirando de chequera y regalando dinero a sus lacayos. El Trump del fútbol español con pasta por castigo suficiente como para comprar cualquier voluntad.
Lo que presenciamos ayer en la Asamblea de Las Rozas fue algo surrealista, algo que no se había visto nunca, algo que superó el guion más delirante de cualquier serie de Netflix. A Rubiales se le podrá reprochar su zafiedad y sus maneras groseras en el palco, pero no se le puede negar su talento para el teatro y la puesta en escena, dotes que ha mamado desde pequeño, ya que proviene de una familia de políticos. Con habilidad, ha sabido darle la vuelta al escándalo que le persigue hasta convertir un asunto personal en una cuestión de Estado que atañe a todo el país. Es tal su destreza para crear una realidad paralela que por momentos asumió el discurso íntegro de la extrema derecha hasta parecer el nuevo líder de Vox, el partido antisistema que niega la violencia machista y pone en solfa la “dictadura feminista”. Que tiemble Abascal porque le ha salido un duro competidor que cualquier día le levanta la silla.
Desde ayer, el dirigente deportivo ha pasado a convertirse en el gran referente del machirulismo patrio. Un icono para todos esos hombres que se sienten injustamente discriminados, maltratados y víctimas de esas leyes de género que dan amparo a las mujeres. Un héroe para divorciados hartos de pasarle la pensión a la ex y para condenados por violencia machista. Un símbolo o adalid para señoros que siguen pensando que el fútbol es cosa de hombres. “Muy bien Luis; así se hace Luis; dales caña a esas brujas rojas”, pensaron ayer miles de hombres haters, acomplejados o con graves problemas en sus relaciones con el otro sexo mientras veían por la televisión a su nuevo caudillo, ese que a partir de ahora los dirigirá en la santa cruzada contra la liberación sexual de la mujer. La gran frase de Rubiales que pasará a la historia –“No voy a dimitir”–, repetida a pleno pulmón hasta cinco veces por el máximo mandatario del fútbol español, se ha convertido ya en un grito de guerra para la legión de misóginos, desorientados, frustrados y rencorosos con el feminismo. Ese momento álgido de su intervención de ayer en el que arremete contra Yolanda Díaz, Irene Montero, Ione Belarra y Pablo Echenique por haber querido “asesinarlo” civilmente, a buen seguro puso cachondo a más de un patriarca venido a menos.
Pero lo peor de todo es que Rubiales quiso convertir a Jenni Hermoso en culpable de ese beso nauseabundo que ha arruinado la imagen de nuestro país y que deja a los españoles como babosos donjuanes que van por ahí acosando empleadas y subalternas. Su versión de que el “pico” fue consentido entre ambos después de que ella acercara su cuerpo al suyo y le dijese “eres un crack”, no se sostiene. Semejante coartada sonó demasiado al típico “lo hice porque ella me provocó” o porque “llevaba la falda muy corta” que tantas veces, por desgracia, hemos escuchado en este país.
Ayer, la crisálida salió del capullo (con perdón) para convertirse en monstruo. El hombre que alardeaba de valores, de haber apostado por el fútbol femenino y de haber colocado a la mujer en el lugar que le corresponde, escenificó ante millones de espectadores su paso al lado oscuro del negacionismo machista. Al farsante se le cayó la careta. El gurú que quiso convencernos de que llevar el fútbol español a un país como Arabia Saudí, donde la mujer vale lo mismo que un camello, era un acto decisivo por la igualdad sexual, quedó desnudo, como aquel rey pasmado, ante la mirada de sus palmeros, corifeos, cortesanos y estómagos agradecidos. La verborrea, los falsos discursos, las palabras huecas sobre la igualdad de la mujer con las que este personaje ha estado taladrándonos los oídos todos estos años se pusieron en evidencia ayer. Solo quedó la hipocresía de un charlatán desarmado y sin argumentos, un macho alfa en cueros dialécticos agarrándose las pelotas como señal de poder, enseñando el colmillo contra sus enemigos y resoplando como un primate acorralado que defiende lo poco que le va quedando ya de territorio.