Sánchez el Anticristo

El presidente del Gobierno no acude a ceremonias religiosas, recuperando la figura del político anticlerical del Frente Popular

10 de Diciembre de 2024
Actualizado a las 18:13h
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Autoridades políticas durante la misa en recuerdo a las víctimas de la dana, a la que no asistió Sánchez en representación del Gobierno.
Autoridades políticas durante la misa en recuerdo a las víctimas de la dana, a la que no asistió Sánchez en representación del Gobierno.

Socialcomunista, podemita, autócrata y, ahora también, ateo, quemaiglesias y Anticristo. A Pedro Sánchez le han colgado otra etiqueta, esta vez la de alérgico a la religión y a la Iglesia católica, puesto que hace años que no pisa una. En apenas un par de días, el premier socialista ha querido pasar por el más laico y anticlerical de todos los mandatarios europeos, dando la espantada durante los actos de reapertura de la reconstruida catedral de Notre Dame de París y ayer con su comentada ausencia a la misa fúnebre oficiada en la catedral de Valencia en homenaje a las víctimas de la reciente riada.

El pasado fin de semana, Notre Dame resurgía esplendorosa de sus cenizas cinco años después del voraz incendio, si bien es verdad que como una especie de extraño pastiche multicolor que tiene poco que ver con lo que fue en el siglo XII, cuando se inició su construcción. Con el paso de los siglos y las diferentes devastaciones naturales y las provocadas por la mano del hombre (esta vez fue la colilla de un torpe la que estuvo a punto de dar al traste con la catedral), lo que queda de Nuestra Señora de París es una fantasía legendaria literaturizada por Victor Hugo más que un monumento auténtico (ya quedó difuminado cuando el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc restauró el templo a mediados del XIX).

La ceremonia de reapertura del sábado, con mucho coro de ángeles y solemnidad, fue el gran festival de la hipocresía política internacional con un racista como Donald Trump entronizado, ungido y presidiendo el primer banco de feligreses, junto a Macron y Zelenski (a quien el nuevo líder de USA piensa entregar al sátrapa de Moscú como cordero para el sacrificio en el altar del nuevo fascismo posmoderno). El hecho de que el mismísimo Satán hecho carne presidiera una ceremonia en la casa de Dios era razón más que suficiente para no acudir a la misa negra posfascista. Y, sin embargo, Sánchez tendría que haber asistido.

Es obvio que el presidente español se equivocó. Primero porque Notre Dame es mucho más que una catedral cristiana: es el gran símbolo de la cultura europea, casi un referente de nuestra milenaria civilización. Y en segundo lugar porque el vacío institucional que generó no hizo más que perjudicar a nuestro país al dejar un hueco ocupado por otro en lo que fue una gran cumbre diplomática más que un acto religioso. Una cumbre farsa o pantomima, como todas a las que asistirá el clown Trump a partir de ahora, pero cumbre, a fin de cuentas. Producía vergüenza ajena ver al mediocre cowboy de la Casa Blanca deambulando por un acto de esa dimensión histórica. Al magnate del tupé rubio se le notó fuera de sitio, confuso, más despistado que el personaje de Peter Sellers en El guateque. Descontextualizado. Y no es para menos. No sabe ni una palabra de historia y cree que la Revolución Francesa fue una cosa de rojos de la izquierda woke. A un paleto yanqui lo metes en Notre Dame y se pierde, no entiende, no capta la trascendencia del momento ni el significado, y piensa que está en un McDonald´s de Manhattan en lugar de en la obra cumbre del gótico europeo.

Cuentan que los jacobinos convirtieron Notre Dame en un sucio establo o almacén, demostrando así su desprecio por la religión, y que fue Napoleón quien se la devolvió al clero para coronarse emperador entre sus muros excelsos dos años después. Sánchez, jugando un tanto al nuevo Bonaparte del socialismo, ha perdido una gran oportunidad de estar allí como representante de los valores de la Ilustración hoy en decadencia, como contraste o gran contrapeso a la incultura y la intolerancia trumpista. Debió haber aparcado esa pose de anticlerical algo rancio y demodé para cumplir con el papel de representación que se le ha encomendado. Como también incurrió Sánchez en una grave dejación de funciones ayer mismo, al ausentarse de otra misa, esta vez en homenaje a las víctimas de la barrancada en la catedral de Valencia. Ese tipo de numeritos no ayudan en nada a hacer país ni a recuperar la confianza en el sistema de ese sesenta por ciento de valencianos que, tras la nefasta gestión de la dana, ya no cree en los políticos y solo vive para votar a los ultras. A la antipolítica se la combate con más política, no desertando.

No se le hubiese pegado nada malo de los curas si Sánchez hubiese estado en ese funeral con normalidad institucional. Si pasó palabra para no tener que soportar los insultos de los cuatro fanáticos que lo persiguen a todas partes, llamándole perro asesino y arrojándole palos y piedras, mal hecho. Va con el cargo y tiene que asumir los gajes del oficio, que para eso le pagan. Con su plante a la Iglesia, el presidente del Gobierno solo logró que Feijóo ocupara su lugar y ejerciera como presidente in pectore (aunque llegó tarde, con la ceremonia ya empezada y molestando a los familiares, otra torpeza del gallego, para variar). Mientras el líder del PSOE abandonaba su puesto en el sensible engranaje de la democracia, Carlos Mazón, esta vez sí, estaba donde tenía que estar, aunque chirrió bastante que el capitán botarate que no apretó el botón de la alerta roja –causando la muerte de decenas de sus paisanos por negligencia grave–, se presentara a las exequias con esa carita de niño Jesús, de devoto incapaz de romper un plato, de inocente monaguillo. Una vez más, la asquerosa hipocresía. Al presidente del Gobierno habría que decirle que, en pleno siglo XXI, no se es más rojo o más socialista por darle el plante a la curia o romper concordatos. Pero por lo visto, de aquí en adelante vamos a ver más veces a un Sánchez transfigurado en una especie de Azaña con algunos kilos menos y el mismo nivel de activismo laico y aconfesional. Un postureo que podía dar resultado en 1936, con las masas fanatizadas, pero que, hoy por hoy, la mayoría del pueblo no entiende. Quizá, a fin de cuentas, lo que trata de hacer Sánchez es rearmar a la izquierda en un nuevo Frente Popular ateo y radicalizado ante el auge del totalitarismo. Mal asunto.

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