“Se hace periodismo para las élites”, decía Umberto Eco. Ayer, Silvia Intxaurrondo, la presentadora de La hora de La 1 de TVE que puso contra las cuerdas a Feijóo, rompió con esa leyenda negra limitándose a cumplir con el trabajo para el que le pagan como profesional de los medios de comunicación. En un tiempo en que empiezan a escasear los periodistas, ya sustituidos por los activistas políticos, Intxaurrondo destaca por algo que no debería extrañarnos: por hacer las preguntas que hay que hacer al representante del poder.
El nivel del periodismo está tan bajo en España que nos sorprende la integridad, la honestidad y la profesionalidad de una mujer que no es ninguna heroína de nada, solo una trabajadora de la noticia que cumple con lo que le enseñaron sus maestros en la Facultad de Ciencias de la Información. Han sido demasiados años de entrevistadores pelotas, aduladores o estómagos agradecidos expertos en darle masaje con cremita al político de turno y ya nos habíamos acostumbrado. No hay que ir muy lejos en la hemeroteca ni en el tiempo para encontrar vergonzosos ejemplos de periodistas que se rompieron el espinazo haciéndole la genuflexión al gobernante del momento. El periodismo ha llegado a un escalón de degradación moral tal que hasta Feijóo se permite acudir a un decisivo cara a cara con Sánchez, en prime time y ante seis millones de espectadores, con una metralleta de falacias bien cargada sin que nadie se atreva a corregirle, rectificarle o afearle sus patrañas.
Periodistas que mienten sin parar en las rabiosas tertulias de la mañana, gabinetes de prensa que intoxican a los medios, presidentes escondidos tras el televisor de plasma, perros de presa que cierran el paso a los reporteros en las ruedas de prensa y mucho gacetillero de trinchera, de bufanda o de barra brava al servicio del partido que da de comer, son cánceres ya incurables de nuestra democracia de baja intensidad. Silvia Intxaurrondo es una magnífica excepción en un mundo de periodistas cobardes, fanatizados o vendidos al poder. Su entrevista al jefe de la oposición quedará para la historia y debería ser enseñada, como modelo ideal, a todos los alumnos de las escuelas que sueñan con dedicarse a este oficio tan hermoso como ingrato. El periodista se expone cada día ante una cuestión trascendental: ¿estoy cumpliendo con el primer mandamiento de la honestidad o me he convertido en un pelele o marioneta en manos de otros? Por desgracia, pocos plumillas, informadores o editorialistas se hacen ya esa pregunta por la mañana, ante el espejo, antes de salir para la redacción.
Ese minuto glorioso en el que Feijóo mira a Intxaurrondo y le dice que el PP “nunca dejó de revalorizar las pensiones conforme al IPC”, una trola inmensa que la presentadora desmontó poniéndole delante de las narices los datos de los años 2012, 2013 y 2017, forma ya parte de la historia de España y de la televisión. Pero el momento no solo sirvió para desenmascarar a un político que miente como un loco trumpizado y que hace de la técnica de la mentira su sello propio, sino para que cayera la máscara y quedara en evidencia el auténtico rostro oculto del personaje. Al verse acorralado por la verdad encarnada en Silvia Intxaurrondo, salió el Feijóo más soberbio, arrogante e inquisitorial, hasta el punto de encararse con su interlocutora para preguntarle, no sin cierta chulería propia de la barra de una cantina, que de dónde había sacado esos datos erróneos. Ella supo mantenerse firme ante lo que parecía una simple defensa legítima, pero que también era un ataque personal para tratar de humillarla, desprestigiarla y, por qué no decirlo, amedrentarla públicamente. Feijóo se iba cociendo por momentos en su propia fanfarronería y, ya casi rozando el mansplaining, instó a la entrevistadora a “revisar los datos”. Una vez más, la conductora del programa mantuvo el tipo e insistió en que su información era la correcta y que era él quien faltaba a la verdad, no solo en el asunto de las pensiones, sino con el tema Pegasus y los pactos con Vox. Un baño de realidad en toda regla.
Fueron los momentos más tensos de esta campaña electoral, pero el duelo, sin duda, lo ganó la aguerrida periodista, ya que horas después el líder del PP ha tenido que reconocer su “inexactitud”, por lo que decide rectificar. De inexactitud, nada, habría que decirle al aspirante a la Moncloa. Feijóo lleva meses practicando una suerte de trumpismo degradante para las instituciones y para la democracia. Trumpismo cuando propala bulos infundados sobre la limpieza de las elecciones y del voto por correo; trumpismo cuando juega a dos barajas en sus pactos infames con la extrema derecha; trumpismo, en fin, cuando compra el discurso más duro de Abascal cuya finalidad es deslegitimar al Gobierno de coalición.
Ha tenido que venir una periodista que sabe hacer su trabajo y que no se doblega ante nadie para demostrar algo tan sencillo de verificar como que el PP nunca revalorizó las pensiones conforme al IPC, única manera de evitar la pérdida de poder adquisitivo de los jubilados. Es más, en los últimos dos años el partido conservador siempre ha votado en contra de cualquier medida en ese sentido. Mucho nos tememos que Silvia Intxaurrondo, con sus preguntas como dardos afilados y su estilo elegante de mano de hierro en guante de seda, ha hecho más daño al candidato popular que los seis debates propuestos por Sánchez (quien, por cierto, debería tomar buena nota de cómo se afronta un cara a cara y de cómo se doma a una hidra de la mentira compulsiva). En Génova ya reconocen, aunque en petit comité, que la entrevista ha hecho un roto al partido en la recta final de la campaña. Ahora entendemos por qué el gallego se resistía a acudir a los platós de la televisión pública. Ahora sabemos por qué no ve TVE (él es más de Telemadrid, la tele amiga ayusista). Tiene miedo de los buenos profesionales de la Casa como Silvia Intxaurrondo a los que, seguramente, está deseando despedir en cuanto llegue a la Moncloa.