Sin limpieza democrática no hay legislatura: el reseteo exige condiciones concretas y reales

La izquierda no puede sostener un Gobierno bajo sospecha sin exigir responsabilidades, reformas profundas y un nuevo contrato político con la ciudadanía

16 de Junio de 2025
Actualizado a la 13:43h
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Sin limpieza democrática no hay legislatura: el reseteo exige condiciones concretas y reales

La reunión de esta tarde entre Yolanda Díaz y Pedro Sánchez no puede quedarse en una foto más de la Moncloa. No estamos ante un simple desencuentro dentro del Gobierno de coalición: estamos ante un punto de inflexión para la izquierda y para la confianza de la ciudadanía progresista. Si Sumar quiere “resetear la legislatura”, tendrá que hacerlo con una hoja de ruta clara y exigente. Y si el PSOE quiere que sus socios mantengan su apoyo, tendrá que asumir que el tiempo de los silencios y las medias tintas ha terminado.

El escándalo de las mordidas, que ya salpica a dos ex secretarios de Organización del PSOE, ha provocado una alarma legítima no solo entre los votantes, sino entre las propias formaciones que han sostenido al Gobierno de progreso. No basta con lamentar. No basta con esperar. Tampoco sirve disfrazar la crisis de oportunidad sin tocar las raíces del problema: la corrupción no es un accidente, es el síntoma de un sistema que sigue permitiendo zonas oscuras donde lo público se mezcla con intereses privados.

Gobernar no es resistir, es transformar

Hay quien cree que basta con resistir para seguir gobernando. Pero la política no es un acto de supervivencia, sino de responsabilidad transformadora. Cuando IU lanza un documento con 35 medidas concretas contra la corrupción está diciendo algo importante: que hay propuestas encima de la mesa, que no todo se resume a un relato o una comparecencia. No es un problema de comunicación, sino de voluntad real de actuar.

Entre las propuestas destacan reformas legislativas clave: endurecer el delito de cohecho, crear una oficina estatal contra la corrupción, establecer mecanismos de expropiación de bienes obtenidos ilícitamente y obligar a la transparencia incluso de quienes conocen delitos y no los denuncian. Es decir, pasar de la indignación al compromiso, del discurso a la ley. Porque un Gobierno se define por su capacidad de legislar para proteger a los de abajo, no por su habilidad para cerrar filas en momentos de crisis.

Sumar, si quiere tener un papel relevante en lo que queda de legislatura, tiene que ser más que un socio enfadado: tiene que actuar como el motor ético y reformista del Ejecutivo. Y eso implica no solo exigir medidas, sino condicionar la continuidad del apoyo parlamentario a su cumplimiento. No se trata de romper, pero tampoco de callar.

Podemos, los comunes y el espejo roto de la coalición

Las posturas de Podemos y los comunes reflejan con claridad el terremoto que sacude a la izquierda. Mientras los primeros se niegan incluso a acudir a la ronda de contactos anunciada por Sánchez —acusando al PSOE de “lavado de cara”—, los segundos exigen medidas, pero sin llegar a pedir una cuestión de confianza. Esa diversidad interna no es en sí misma negativa. Lo preocupante es que, en lugar de construir una posición compartida, el espacio político que representa a millones de votantes progresistas parece fragmentarse justo cuando más unidad y firmeza hacen falta.

La ciudadanía no entiende de matices tácticos cuando ve a los partidos de izquierda enfrentados y al PSOE parapetado detrás del relato institucional. La desafección, el desapego y el “todos son iguales” crecen precisamente en momentos como este. Es aquí donde la izquierda debe recuperar una voz común, firme y comprensible: no a la impunidad, sí a la regeneración. Porque la gente no votó para sostener estructuras podridas, sino para cambiar el modo en que se ejerce el poder.

¿Una legislatura para qué?

El Gobierno de coalición nació con una promesa: cambiar el país desde la justicia social, la igualdad y la decencia política. En algunos frentes se han conseguido avances innegables, pero en otros, como la lucha real contra la corrupción estructural, queda mucho por hacer. Lo que está en juego no es solo la continuidad del Ejecutivo, sino el sentido mismo de la legislatura.

No puede haber “reseteo” sin un nuevo contrato político. No puede haber unidad sin limpieza. Y no puede haber credibilidad si el partido mayoritario del Gobierno responde con gestos ambiguos, silencios o maniobras dilatorias. Ya no es tiempo de prudencias calculadas, sino de valentías claras.

Si Pedro Sánchez quiere seguir contando con el apoyo de sus socios, debe abrir una nueva etapa marcada por la transparencia, la rendición de cuentas y el impulso de reformas integrales que vayan más allá del titular. Y si Yolanda Díaz quiere liderar esa transición, deberá abandonar definitivamente la ambigüedad.

Una izquierda útil y exigente

Este es un momento en el que la izquierda debe decidir qué quiere ser: si un mero soporte institucional de un Gobierno desgastado o un actor transformador con exigencias firmes. Lo que decida en las próximas semanas puede determinar no solo el rumbo de esta legislatura, sino la capacidad del conjunto del espacio progresista para seguir siendo creíble ante la ciudadanía.

No es suficiente con decir que “no todos los políticos son iguales”. Hay que demostrarlo con leyes, con acciones y con coherencia. Y sobre todo, con la valentía de enfrentarse incluso a los propios aliados cuando lo que está en juego es la confianza de millones de personas que siguen esperando una política limpia, justa y transparente.

Porque si algo ha demostrado este país, es que cuando se traiciona esa esperanza, el hueco que deja la decepción no lo ocupa la resignación, sino el miedo y la reacción. Y eso, ni la izquierda ni la democracia pueden permitírselo.

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