Las teorías conspiranoicas en el discurso de Santiago Abascal y Vox

La ultraderecha española utiliza ficciones de poder global y amenazas culturales para moldear su narrativa política

02 de Mayo de 2025
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Las teorías conspiranoicas en el discurso de Santiago Abascal y VOX

En los últimos años, el ascenso de VOX ha ido acompañado de un discurso donde las teorías conspirativas no son un elemento marginal, sino parte central de su estrategia comunicativa. Lejos de ser una excentricidad, estas narrativas ofrecen un marco emocional y político que convierte el miedo en identidad y la sospecha en doctrina.

Las teorías conspiranoicas difundidas por VOX, y con especial insistencia por su líder, Santiago Abascal, articulan una visión del mundo en la que España estaría bajo asedio por fuerzas externas e internas que buscan destruir su soberanía, su cultura y sus tradiciones. En el centro de esta visión se encuentra el concepto difuso de “globalismo”: un enemigo sin rostro que agruparía a las élites económicas, las instituciones internacionales, los movimientos progresistas, las ONGs, el feminismo, el ecologismo y la inmigración. Esta figura del “enemigo total” cumple una función política clara: aglutinar el descontento, ofrecer un chivo expiatorio y simplificar una realidad social compleja.

El “globalismo” actúa así como un marco explicativo totalizador. Todo lo que no encaje con la visión nacionalista, católica y conservadora de VOX es denunciado como parte de una supuesta estrategia global para diluir las naciones y someter a los ciudadanos a una dictadura ideológica progresista. Bajo este paraguas cabe prácticamente todo: desde la ley de violencia de género hasta el matrimonio igualitario, pasando por las políticas medioambientales o los fondos europeos de recuperación.

Agenda 2030, inmigración y ecologismo: de políticas públicas a amenazas existenciales

Uno de los objetivos preferentes de esta narrativa es la Agenda 2030, que VOX retrata como un plan global para imponer una moral ajena y acabar con la soberanía nacional. Lo que en realidad es una hoja de ruta para combatir la pobreza, la desigualdad o el cambio climático, se convierte en su discurso en una amenaza totalitaria, una especie de ingeniería social encubierta que pretende destruir los valores tradicionales y someter a los ciudadanos a un nuevo orden ideológico.

En esta misma línea, el fenómeno migratorio no se presenta como una realidad compleja con múltiples causas (guerras, pobreza, crisis climáticas), sino como el resultado de un plan organizado para “invadir” Europa. Abascal ha llegado a hablar de “inmigración ilegal en manada” o de “efecto llamada institucionalizado”, en una estrategia que bebe directamente de teorías como la del “gran reemplazo”. Con este tipo de afirmaciones, los inmigrantes dejan de ser personas con derechos y se convierten en una amenaza cultural y demográfica. No es solo una política de fronteras lo que se plantea, sino una reacción defensiva ante un enemigo interno.

El ecologismo también es presentado como parte del engranaje globalista. Las propuestas para frenar el cambio climático o promover una transición energética justa son ridiculizadas como dogmas impuestos por burócratas ajenos al campo español. VOX ha explotado el malestar del mundo rural, afectado por décadas de abandono institucional, para sostener que detrás del discurso verde hay un intento de destruir la agricultura, la ganadería y, en última instancia, la identidad nacional. Se produce así una inversión simbólica: el negacionismo se viste de rebeldía, y la ciencia se presenta como ideología.

Una política construida sobre el relato

Lo más inquietante del uso de teorías conspirativas por parte de VOX no es su falsedad, sino su funcionalidad. No están diseñadas para describir el mundo, sino para movilizarlo. En un contexto de incertidumbre social, polarización política y desafección institucional, estos relatos ofrecen certezas, señalan enemigos y prometen una restauración de lo “auténtico”. Lo hacen, además, sin necesidad de pruebas ni argumentos: basta con apelar a la intuición, al sentido común supuestamente robado por las élites.

El resultado es una política que no busca deliberar, sino dividir; que no pretende gobernar desde el consenso, sino imponer una visión única basada en la exclusión. Frente a los datos, propone intuiciones; frente a la complejidad, respuestas simples; frente a la democracia plural, una cruzada moral. Por eso, combatir estas narrativas no es solo una tarea intelectual, sino una necesidad democrática. La batalla no se libra únicamente en los parlamentos, sino también en el terreno del relato.

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