Todos somos Quequé

El cómico Héctor de Miguel, que se enfrenta a una dura sentencia por un chiste sobre el Valle de los Caídos, enmienda la plana al juez Valle en su programa de humor

12 de Marzo de 2025
Actualizado a las 12:06h
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El humorista Héctor de Miguel, alias Quequé. Todos

La caverna judicial carca y retro se ha propuesto quemar en la hoguera al cómico Quequé, un Giordano Bruno del humor patrio, como aviso a navegantes para todo aquel rojazo que tenga la tentación de bromear con la figura histórica de Franco. Al bueno de Quequé se le ocurrió un chiste sobre “dinamitar” la Cruz del Valle de los Caídos y, tal como era de esperar, le cayó la consiguiente querella de Abogados Cristianos, esos tristes puritanos que se creen con derecho a decirnos lo que tenemos que pensar, lo que tenemos que decir y los chascarrillos que podemos o no soltar.

Hace unos días, Héctor de Miguel (nombre real de Quequé) compareció ante el juez Valle para ser sometido al pertinente auto de fe inquisitorial en la España de hoy donde, por si ustedes no se habían dado cuenta, rige una especie de censura punitiva impartida por leguleyos y jueces nostálgicos, como en los tiempos de la dictadura. Valle trató de acorralar al humorista –una práctica algo irregular, ya que un juez debería estar para interrogar al reo según la ley, no para aplicarle el tercer grado propio de un Estado policial totalitario– y, visiblemente cabreado, creyéndose Gila y con la vena sarcástica hinchada, afeó su conducta al cómico preguntándole qué le parecería a él una bromita sobre cómo “volar la plaza Pedro Zerolo” llena de “homosexuales que hayan abusado de niños”. La analogía del magistrado, como muestra de ingenio, fue endeble y absurda, ya que tratar de comparar un chiste sobre cómo dinamitar el gran símbolo de un régimen fascista con volar por los aires a todo un colectivo represaliado en calles y cárceles, no se sostenía por ningún lado. Pero lo peor de todo no fue la metáfora chusca, el chiste malo, sino que le saliera de dentro ese ramalazo homófobo al identificar homosexualidad con pedofilia. Fue entonces cuando el país entero tuvo la oportunidad de ver a la persona que va dentro del personaje disfrazado con la toga.

Obviamente, no todos los gais son depredadores de niños, como tampoco lo son todos los curas, aunque al juez Valle le haya perdido, siquiera por un instante, el pensamiento ultra. Pero, más allá de la torpeza de un magistrado al que, sin duda, se le ha ido de las manos la ideología antiizquierdista y woke –no solo por no haber tirado a la papelera la kafkiana querella de un grupo ultra, sino por sus formas judiciales poco constitucionales– llama la atención el valor, el coraje y los bemoles que le está echando Quequé a esta descarnada caza de brujas, que no solo va contra él, sino contra todos los que, de una u otra manera, trabajamos con el humor en nuestro día a día. Cualquiera en el pellejo de Héctor de Miguel hubiese salido temblando del juzgado, se hubiese ido a casa deprimido y hubiese tirado de tranquilizantes y somníferos para superar el miedo a una sentencia condenatoria que, a tenor de los comentarios nostálgicos del instructor, parece más que cantada. Todos los que, en uno u otro momento, hemos sido llevados ante la Justicia por siniestros poderes en la sombra sabemos que no es plato de buen gusto enfrentarse a un pleito por difamación. El miedo es libre, pero la cloaca franquista sabe bien cómo infundirlo. Sin embargo, impresiona cómo el sometido al juicio sumarísimo, lejos de sentirse amedrentado, corrió hacia el estudio, empuñó el micro valerosamente y siguió con su trabajo, que no es otro que ponernos ante la verdad de la vida mediante sátiras, caricaturas, hipérboles e ironías. Fue entonces cuando largó un monólogo para la historia sobre la libertad de expresión, un alegato que debería enseñarse en todas las escuelas de Periodismo y, de paso, de Derecho.

“Vamos a medirnos la libertad de expresión”. Así comenzó el programa del día después del juicio, ya fuera de la mazmorra de la Brigada Político Social (eso parecía por momentos la sala de vistas). En su antológico monólogo, Quequé le explicó al juez Valle que su chiste sobre el Valle de los Caídos trataba de ser una “crítica a varias estructuras opresoras”, mientras que su “mierda” de broma sobre la Plaza Zerolo y los homosexuales fue “una muestra de cómo en un juzgado se toma partido por la posición que la Iglesia ha mantenido durante varias décadas: proteger a los abusadores en vez de las víctimas”. Además, le recordó que no es lo mismo burlarse de los opresores que incitan a la violencia que de los oprimidos. Y añadió: “Aparte, yo soy cómico, no imparto justicia ni decido sobre la vida de otras personas. Usted sí. Y que alguien con ese poder haga comentarios que incitan al odio contra los homosexuales, no en un programa de humor, sino en un juzgado, es grave y preocupante. Si usted no ve diferencia entre su broma y la mía, quizá debería replantearse su profesión”. Touché.

El argumento teórico de Quequé es impecable: la Justicia no solo consiste en aplicar unas normas, es entender el contexto, sí, el contexto, señor juez, el contexto, una lección que por lo visto su ilustrísima se saltó en las oposiciones a judicatura. Por eso un programa de humor nunca puede ser un delito.

“Su chiste, señor juez, no tiene ni puta gracia”, dijo el querellado con más razón que un santo. Y de paso le afeó que la diferencia entre los auténticos demócratas y quienes no lo son es que unos creemos en la libertad de expresión con todas sus consecuencias –aunque ese derecho ampare también las opiniones groseras, irreverentes, hirientes, blasfemas y malsonantes– y otros no. “Mire que al final nos vamos a librar los dos porque el mal gusto no es delito”, ironiza Quequé.

Conviene repetirlo para que no se nos olvide: España es un país con censura, por si ustedes no se habían percatado. Por eso tiene más valor este enésimo duelo al sol entre David y Goliat. Pocas veces hemos visto a un cómico dándole semejante repaso y lección de democracia y de Derecho a todo un profesional de la carrera judicial. De ahí esta columna. Por desgracia, el brillante y necesario alegato del humorista servirá de poco, ya que mucho nos tememos que, teniendo en cuenta que no hay juez sin soberbia, le va a caer la del pulpo. “No importa, tengo dinero y tiempo”, afirma el héroe ante el que hay que descubrirse. Ya puestos a querellas…

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