Elon Musk, dueño de algunas de las compañías más poderosas del planeta y ahora también líder de un departamento gubernamental, ha vuelto a defender con fervor una filosofía laboral basada en la explotación intensiva del tiempo y el cuerpo humano. Bajo la premisa de que “trabajar el fin de semana es un superpoder”, el empresario propone jornadas laborales de hasta 120 horas semanales, una cifra que pulveriza cualquier normativa de salud laboral y abre un debate urgente sobre el precio del llamado “progreso”.
Una visión distorsionada del trabajo como sacrificio
Elon Musk nunca ha ocultado su desdén por las convenciones laborales. En su mundo, el descanso no solo es innecesario, sino que puede llegar a ser un obstáculo. Para él, las 40 horas semanales son una reliquia de otra época. Su última declaración es tajante: “Nadie cambió el mundo trabajando 40 horas a la semana”. Lo que sí cambia, sin embargo, es la salud mental y física de quienes intentan seguir su ritmo.
Según ha declarado recientemente, sus empleados —incluidos los del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), que ahora dirige— están llamados a trabajar hasta 120 horas semanales, incluidos los fines de semana. Musk se refiere a esta práctica como una “ventaja competitiva” frente a la “burocracia tradicional” que, según él, “abandona el campo durante dos días”. La idea de trabajar sin descanso, más que una estrategia de eficiencia, se convierte así en un dogma de fe corporativa, rozando lo sectario.
El culto a la productividad sin límites
Bajo el liderazgo de Musk, el DOGE ha abrazado esta lógica radical. En redes sociales, el propio empresario ha justificado la necesidad de revolucionarios de alto coeficiente intelectual dispuestos a sacrificarse con jornadas que superan con creces los límites recomendados por cualquier organismo de salud.
La Organización Mundial de la Salud ha advertido en múltiples ocasiones sobre los peligros de las jornadas laborales excesivas. El estrés crónico, la fatiga acumulativa y los problemas cardiovasculares no son meras molestias: son riesgos reales de muerte prematura. Sin embargo, en el discurso de Musk, estos peligros quedan reducidos a un detalle insignificante. “El dolor crece exponencialmente por encima de 80 horas”, admitía en 2018, como si fuera una medalla de honor, no una señal de alarma.
¿Innovación a cualquier precio?
La filosofía de Musk no se limita al ámbito gubernamental. También ha sido aplicada en sus compañías tecnológicas como Tesla, SpaceX o X. Durante el desarrollo de Grok 3, su inteligencia artificial de nueva generación, el empresario anunció que el equipo trabajaría “sin descanso”, insistiendo en que “la innovación nunca se detiene”. Bajo esta lógica, la creatividad ya no nace de la inspiración ni del conocimiento, sino de la autoexplotación programada.
Lejos de ser un modelo aislado, estas declaraciones configuran una narrativa peligrosa en la que el sacrificio personal se convierte en moneda de cambio para avanzar en la carrera tecnológica. El trabajo deja de ser un derecho o una actividad profesional para convertirse en una forma de devoción total.
Más allá del espectáculo mediático, las palabras de Musk abren una cuestión de fondo: ¿es legal, ética o siquiera sensata la exigencia de jornadas de más de 80 horas semanales? En muchos países, incluida la propia legislación estadounidense, imponer o normalizar este tipo de cargas laborales rozaría lo criminal.
El impacto en la salud física y mental es más que conocido. Los sindicatos y expertos en medicina del trabajo alertan de que el cuerpo humano no está diseñado para rendir durante 120 horas a la semana sin consecuencias devastadoras. Y, sin embargo, figuras como Musk siguen promoviendo este modelo como si se tratase de una fórmula mágica de éxito.
Elon Musk habla de “trabajar el fin de semana” como un superpoder. Pero detrás de esa frase brillante se esconde una verdad incómoda: el culto a la hiperproductividad se convierte en una nueva forma de esclavitud disfrazada de emprendimiento. La cultura del “todo por la empresa” convierte a los trabajadores en herramientas desechables, y al descanso, en un lujo culpable.
Frente a una sociedad cada vez más consciente de la importancia del bienestar, la conciliación y la salud mental, Musk propone un modelo laboral anacrónico, peligroso y profundamente insostenible. Lo que para él es “una forma de cambiar el mundo”, para muchos otros no es más que la normalización de la sobreexplotación.
En una época en la que el debate gira en torno a la jornada laboral de cuatro días y la salud en el trabajo, la visión de Elon Musk parece más un retroceso que un avance. Su idea de progreso es, en realidad, una regresión a formas laborales que deberían haber quedado enterradas hace décadas.