Corren tiempos militaristas. Las políticas rupturistas de la legalidad vigente y del derecho internacional impuestas tras el golpe global de Donald Trump (un intento de instaurar una tecnodictadura mundial) están provocando convulsiones en organizaciones como la Unión Europea y la OTAN, que hasta hoy parecían plenamente consolidadas. El nuevo Tío Sam, obsesionado con el déficit y el gasto público estadounidense, ya no quiere ser el gendarme del mundo, y está aplicando la estrategia del loco o del perro rabioso, amenazando a todo quisqui.
El reciente pacto Trump/Putin no tiene nada que ver con la paz en Ucrania. Se trata de repartirse el planeta. Liquidar la UE para que el sátrapa ruso tenga vía libre hacia Occidente mientras el magnate neoyorquino puede centrarse en su guerra comercial con China, que es lo que le preocupa. No hay más. A Trump le sobra la UE porque le hace la competencia a sus cereales Kellogg's y cocacolas. El potentado de Mar-a- Lago lo analiza todo con los ojos de un agente inmobiliario obsesionado con el pelotazo en Wall Street y no ha entendido aún que acabar con el proyecto europeo sería desastroso no solo para Estados Unidos, sino para todo el planeta. En esa ignorancia de lo que es la historia contemporánea, el recién elegido presidente norteamericano saca el látigo contra sus hasta hoy aliados europeos, que asisten con estupor a la pesadilla de ver cómo la sombra roja rusa acecha de nuevo.
El plan o celada de las dos superpotencias ha quedado al descubierto y Europa ha reaccionado compulsivamente, casi neuróticamente, al comprobar cómo el movimiento de piezas de ajedrez la dejaba en posición de total vulnerabilidad, ante un escenario inquietante y a merced del Kremlin. Hoy mismo, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha convocado a todos los integrantes de la UE a una reunión urgente, y a la desesperada, en París, donde los principales cancilleres (entre ellos Pedro Sánchez), Von der Leyen y los generales de la OTAN analizarán el caótico tablero que ha quedado tras esa nueva Conferencia de Yalta entre rusos y yanquis. Todos ellos tratarán de ofrecer una imagen exterior de fortaleza y unidad frente a las exigencias del recién coronado nuevo emperador. “La meta es determinar lo que los europeos podemos hacer por nosotros mismos”, asegura Macron, que ha visto con horror cómo todo el mecano construido desde 1945 se venía abajo en apenas unas horas por culpa de un señor patoso que no ha leído un solo libro de historia en su vida.
En realidad, la cumbre del premier francés es puro teatro de Molière, una foto de cara a la galería, más bien ficticia, ya que, tras años de desidia política, el proyecto languidece. La fortaleza europea brilla por su ausencia (décadas después del tratado de fundación, todo ha quedado reducido a un mero club de comercio para ricos sin cohesión política, social, judicial, militar o fiscal alguna) y en cuanto a la unidad de acción, es otra utopía, ya que, hoy por hoy, el viejo continente se encuentra fracturado, partido por la mitad en dos bloques: el demócrata y el autócrata trumpista/putiniano, que sueña con volver a las viejas fronteras, a los imperios y al colonialismo decimonónico.
Los partidos ultras y euroescépticos como Rassemblement National de Marine Len en Francia, los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y el alemán AfD (heredero del nazismo) son un cáncer para la vieja Europa. Los nacionalistas nostálgicos de las guerras de ayer se encuentran en pleno proceso de demolición de las democracias liberales, tal como ocurrió a comienzos del siglo pasado y, a esta hora, es una incógnita cómo puede terminar la decisiva batalla interna que se está librando en Bruselas. Europa tiembla entre dos matones, Trump (que con su egoísta aislacionismo se desentiende de las responsabilidades de EE.UU con la historia) y Putin, que prepara sus tanques para invadir Polonia, Hungría o lo que se tercie (de momento ya mueve tropas hacia la frontera con Bielorrusia). El tonto de la gorra roja quería hacer América grande otra vez y va camino de conseguir todo lo contrario: hacer grande a la URSS otra vez. El escenario es de lo más oscuro y tenebroso para la UE y en las próximas horas todos nos jugamos mucho. Tanto como terminar pegando tiros en el frente ucraniano hasta morir por la bandera azul con las estrellas amarillas y por el Himno a la Alegría de Beethoven.
Mientras tanto, el líder norteamericano sigue apretando las clavijas a los aliados para que inviertan en defensa, de tal forma que las empresas armamentísticas yanquis puedan ganar más dinero del que se embolsan hoy en día. Esta nueva doctrina, este nuevo orden mundial, provoca que los países de tamaño medio como España tengan todas las de perder (la pretensión del líder de MAGA es que nuestro país destine hasta un 2 por ciento de su PIB este mismo año). El chantaje del magnate neoyorquino (ha señalado a los españoles entre los que menos invierten, una especie de aprovechados a costa del gasto estadounidense) puede tener efectos en el corto plazo. El Gobierno de Pedro Sánchez ya está estudiando cómo hacer frente al desafío de la nueva Administración de la Casa Blanca y al mismo tiempo no dañar demasiado pilares básicos del Estado de bienestar como la Sanidad, la Educación y el gasto social.
Según fuentes de Defensa, España prevé destinar al menos 36.560 millones de euros a gasto militar en 2029, una inversión que los expertos califican de salto “espectacular” (actualmente invertimos 17.523 millones). De alguna manera, todo ese gran paquete de dinero para la industria bélica española sería una forma de contentar las ansias militaristas del “amigo americano” (que ya no lo es tanto) y al mismo tiempo de mantener los objetivos políticos y las reformas que se ha propuesto acometer el Gobierno de coalición. Con el plan que Margarita Robles ya ha puesto encima de la mesa de Moncloa, el Gobierno trata de demostrar que no va a plegarse a las exigencias de Trump (la inversión no pasaría del 1,32% del PIB este año y no alcanzaría el 2% hasta dentro de un lustro, cuando el presidente de EE.UU quizá ya haya pasado al vertedero de la historia). Sánchez cree que aplazar las fuertes inversiones armamentísticas que le exige el nuevo amo del mundo podría ser una forma de contentarle, de darle gato por liebre o despistarlo en un ejercicio de trilerismo a la española. ¿Conseguirá que el nuevo Padrino del planeta nos quite de la lista negra de morosos? Habrá que verlo. Trump es perro viejo de los negocios y además ya ha firmado los decretos arancelarios contra el vino, el queso y el aceite de oliva, que prometen arruinar el campo español.
El chantaje trumpista que sufre España es comparable al que viven la mayoría de los países de tamaño medio o pequeño de la Unión Europea. El pasado viernes, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, anunció una “cláusula de escape”, que autoriza a los países miembros a salirse de los márgenes estrictos de deuda y déficit para invertir más en defensa. Lo va a tener difícil Pedro Sánchez para no ofuscar a Trump ni quedar como un lacayo del Tío Sam. Esos 36.500 millones en gasto militar que va a darle en cinco años dejarán de gastarse en escuelas y hospitales, lo cual no va a gustar a la izquierda a la izquierda del PSOE, o sea Sumar, el último puntal que sustenta el maltrecho bloque demócrata/progresista español.
Sánchez y los demás cancilleres corren a París, capital del spleen y la melancolía, para salvar Europa del naufragio. El plan imperialista yanqui/ruso, la nueva alianza que pretende retornar a las trincheras de 1914, se despliega cada minuto que pasa. Por cierto, mientras la UE se juega un póquer a todo o nada (autocracia o democracia), Feijóo sigue instalado en su ambigüedad calculada. Ni con Trump ni sin él, sino todo lo contrario, ha dicho el críptico gallego. El líder popular siempre tan confuso. Él sabrá.