Trump quiere dirigir la economía mundial como si fuera su casino

El expresidente de EE. UU. amenaza la independencia de la Fed. Lagarde pone voz al temor silencioso de las finanzas globales

03 de Septiembre de 2025
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Trump quiere dirigir la economía mundial como si fuera su casino
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una imagen de archivo.

Donald Trump insiste en gobernar desde el capricho, el impulso y la revancha. Su intento de domesticar a la Reserva Federal para que obedezca a su lógica electoral no solo atenta contra la economía estadounidense, sino que lanza una amenaza a todo el sistema financiero internacional.

Trump no necesita un plan económico. Le basta con una pataleta. Y ahora su última rabieta apunta al corazón mismo del sistema financiero internacional: la Reserva Federal. El expresidente de Estados Unidos —ese inefable cruzado del ego y la ignorancia— ha vuelto a convertir sus anhelos de poder absoluto en una amenaza real para la arquitectura institucional global. Y lo hace, como siempre, con el mismo cóctel explosivo de populismo, desinformación y autoritarismo revestido de espectáculo.

Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, no ha dudado en poner nombre y apellidos al “serio peligro” que se cierne sobre la economía mundial: el regreso de Trump a la Casa Blanca podría acabar con la independencia del banco central estadounidense, una garantía histórica de equilibrio financiero en el planeta. Porque cuando Trump no puede manipular una institución, simplemente busca destruirla. Y si la Reserva Federal no se pliega a sus caprichos inflacionarios, entonces la acusará de traición, la acosará públicamente y tratará de purgarla como si fuera un reality show de bajo presupuesto.

El delirio monetario de un hombre sin frenos

Para Trump, la Fed no es un instrumento técnico indispensable para la gestión económica. Es solo otro obstáculo entre él y su permanente campaña de autoglorificación. Lo ha dejado claro: exige una bajada de tipos a su medida, no porque lo necesite la economía, sino porque lo necesita su relato electoral. ¿Y si eso hunde al dólar o desata una nueva burbuja? Bueno, eso será culpa de China, los migrantes, los medios o de quien toque ese día.

La amenaza no es sólo monetaria, sino profundamente institucional. La independencia de los bancos centrales es uno de los pilares del orden económico moderno. Supeditar la política monetaria a los intereses electorales de un líder mesiánico no es modernizar, es desmantelar. Y eso lo entiende hasta el FMI, aunque no precisamente por sus tendencias progresistas.

Lagarde ha sido rotunda: si Trump logra intervenir la Fed, la economía global temblará. Y no por razones ideológicas, sino por pura lógica: nadie invierte con confianza en un país donde las reglas cambian al ritmo de los impulsos del presidente. La estabilidad financiera exige previsibilidad, no capricho. Pero a Trump no le interesa la estabilidad. Su única divisa es el caos, siempre que él lo dirija desde el centro del escenario.

El ruido como método, el autoritarismo como destino

La campaña de Trump no es solo una contienda política: es un asalto metódico contra los contrapesos democráticos. Primero fueron los jueces, luego los medios, después los científicos, y ahora los banqueros centrales. Y como en cada ocasión anterior, el objetivo no es reformar, sino doblegar y controlar. No busca mejorar el sistema: quiere ser el sistema. No por ideología, sino por puro narcisismo de cátedra.

Lagarde no exagera. Si la Fed cae, no solo Estados Unidos entrará en un terreno desconocido: el conjunto de las democracias liberales podría verse arrastrado a una nueva era de inseguridad económica y política. Y eso en un contexto donde la extrema derecha ya cabalga cómodamente por media Europa y donde el autoritarismo vuelve a disfrazarse de “solución práctica” para los males del siglo.

La advertencia de la presidenta del BCE llega acompañada de otra inquietud: la moción de confianza en Francia, donde la inestabilidad parlamentaria eleva el riesgo país y deja al descubierto las fracturas de una Unión Europea que aún no ha cicatrizado del todo las heridas de la austeridad. Pero ni siquiera el temblor francés parece tan peligroso como el retorno de un Trump más radical, más vengativo y menos contenido que nunca.

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