Hoy es un día de celebración: porque como cada año en estas fechas, se rememora la caída de Barcelona en manos de los Borbones. Cada 11 de septiembre a las 17,14Cataluña tiene un momento para el recuerdo, para no olvidar una lucha colectiva que arrastra siglo tras siglo el reclamo legítimo de un pueblo.
Con la llegada de los Borbones se impuso la represión hacia una lengua, hacia una cultura, hacia un sentimiento y una realidad: la realidad catalana. Una represión que se ha perpetuado a lo largo del tiempo, materializándose en distintas formas de persecución, represión y humillación.
Desde entonces hasta nuestros días la lengua catalana lucha por existir. En lugar de ser entendida como una riqueza por parte de aquellos que imponen la pertenencia a un Estado, la lengua catalana, como las demás lenguas propias de las nacionalidades que hoy componen el Estado español, sufren un ataque, un desprecio y una persecución constante por parte de quienes consideran que España solamente tiene una manera de ser entendida.
¿Qué sería España sin su heterogeneidad, sin sus naciones, sin sus pueblos, sus culturas y su acervo? La eterna herida de las naciones sin Estado y los Estados sin nación. La experiencia de saber que imponer por la fuerza, lo que sea, solo genera dolor, incomprensión y ruptura de confianza.
El no reconocimiento de la realidad, de la que emerge de las tierras, de los pueblos, de sus gentes, termina imponiendo limitaciones a cuestiones tan básicas como la libertad. La de las gentes que habitan los territorios, la de las instituciones que los representan. Y por desgracia, parece que poco hemos aprendido durante los siglos sobre la sangre derramada, las vidas perdidas, el tiempo, el miedo, los lamentos y la impotencia que supone darse de bruces contra una realidad obtusa que se fundamenta en la tergiversación, en la historia reescrita por aquellos que solamente saben imponer su criterio sin entender que hay distintas maneras de sentir. Todas legítimas, todas posibles, todas dignas cuando defienden su derecho a existir de manera pacífica y fundamentándose en principios democráticos.
La experiencia vivida en los últimos años será leída por los que nos siguen. A ellos tenemos la obligación de dejarles un legado que afiance los pilares de la democracia, los logros de esas luchas compartidas que tienen como objetivo dotarnos de mayor libertad, de mayor responsabilidad y de una capacidad de tomar decisiones basadas en la escucha activa, en la sana empatía, en la cooperación de todos los integrantes de una sociedad.
Esta lucha no va de banderas. No va de fronteras. Hablamos de la necesidad de las gentes, de los pueblos, a tener un criterio propio, a defender una manera de vivir que sea integradora, sostenible, participativa y que en definitiva, confíe en sus integrantes como los mejores para dirigir el bien común. Los pueblos tienen derecho a autodeterminarse para caminar la senda que permita una convivencia basada en la gestión más equitativa, justa y próspera de sus recursos. Sin que esto tenga que significar un agravio hacia otros.
Los mapas cambian continuamente. La evolución a lo largo de la Historia nos permite comprender que los procesos de cambio disponen hoy de herramientas pacíficas, que han de garantizar la confrontación sin necesidad de guerras sangrientas.
El contexto en el que hoy vivimos, tan lejano de 1714 y tan próximo en sus anhelos hace que la contienda se desarrolle en ámbitos políticos, en manifestaciones de la ciudadanía que dando muestra de civismo persiste reclamando libertades que se transformarán en logros colectivos para garantizar, en definitiva, que los sueños de hoy puedan ser las realidades de mañana.
Que nuestros hijos puedan tener una vida en la que vivan sin miedo, en la que aprendan a entender las diferentes realidades y a saber que aquello que consideren injusto debe ser cambiado por cauces pacíficos, de diálogo es el objetivo de cualquier sociedad.
Y para este objetivo, los pueblos deben entender que los objetivos que defendemos sus gentes son los mismos. No deberíamos caer jamás en la trampa del enfrentamiento entre quienes, en definitiva, queremos un mundo mejor. Para todas. Para todos. Allá donde vivan, aquí donde vivimos.
La batalla que da el pueblo catalán es una batalla en definitiva que nos importa a todos los que consideramos que la democracia debe estar viva, debe analizarse cada día, debe mejorarse y desarrollarse de forma constante. La batalla de los pueblos es la lucha por un progreso como sociedades abiertas, dinámicas, que cada vez tengan más en cuenta la opinión de su ciudadanía, asumiendo la responsabilidad que le corresponde cuando de la gestión del bien común se trata.
El poder concentrado en pocas manos cada vez se diluye más. Son ahora las grandes corporaciones multinacionales las que tienen clara la importancia de establecer lazos, les une el interés, principalmente económico para someter a Estados, a pueblos, a territorios pasando por encima del contrato social que tan desnudo está quedando en nuestros días.
La defensa de la identidad que caracteriza a los pueblos: su cultura, sus lenguas su capacidad de gobernarse debe tener claro que los enemigos a los que se enfrenta sonmúltiples. Debe llegar a desenmascarar las múltiples herramientas de las que se sirve para confundir a sus gentes, porque solamente en la división de los pueblos encontrará su fortaleza.
Como castellana comprometida con los principios democráticos, con las libertades civiles, con el compromiso de cuidar de un planeta cada vez más devastado, aprovecho este momento y este lugar para defender lafraternidad de los pueblos. Para poner en valor las luchas compartidas de las que siempre habla Cuixart. Porque la defensa de las libertades de Cataluña supone, en verdad, la defensa de las libertades de cualquier pueblo de España, de cualquier pueblo del mundo. Y desde mi humilde lugar en este momento de la Historia, mi compromiso por tratar de hacer entender lo que sucede, desenmascarar las manipulaciones, las mentiras, los engaños de los que abusan de su poder es mi compromiso.
La prisión, el exilio, la persecución y el miedo no puede frenar lo que legítimamente defendemos: el derecho a opinar, a expresar y a asumir responsabilidades para la gestión de los territorios y de sus recursos por y para sus gentes.
El objetivo de la defensa de las libertades, en definitiva no es otro que la posibilidad de entender que cuando el pueblo es soberano, el pueblo ha de asumir su responsabilidad. Conlleva informarse, abrir la mente, buscar respuestas, aportar soluciones y sobre todo, mantener la vista en un medio plazo asumiendo que el camino no será sencillo.
Estuvimos junto a los presos políticos que hoy están en libertad, continuamos junto a ellas y ellos porque han pagado con su libertad, con el sufrimiento de sus familias un coste altísimo por defender aquello que en una democracia plena no sólo no sería reprochable, sino todo lo contrario. Hacer hablar al pueblo solo puede ser motivo de honra.
Estamos junto a los exiliados y exiliadas que desmontan cada día los muros de incomprensión, injusticia y falta de rigor por parte de las instituciones que deberían garantizar imparcialidad y objetividad. Porque la lucha en el exilio está demostrando que en el plano internacional hay un camino recorrido en libertades y derechos que España debe asumir para poder equipararse a sus vecinos europeos. La lucha del exilio, las victorias cosechadas, no son sólo para el pueblo de Cataluña. Lo son para todos los pueblos, para todas las personas que ansían ver una mejora en los principios fundamentales que han de regir en una democracia moderna.
Por todo lo dicho, como demócrata comprometida con las libertades civiles, con el derecho a la autodeterminación de los pueblos, con la convicción de que el pueblo es quien debe dirigir los pasos para alcanzar sus objetivos, con el compromiso firme en las vías siempre pacíficas y democráticas, como castellana, agradezco vuestro ejemplo incansable. Vuestra lucha colectiva.
Sobre todo ahora, cuando el cansancio aprieta, cuando la división asoma también aquí, es momento de recordaros que fuisteis ejemplo de dignidad democrática. Que el 1 de octubre de 2017 abrió los ojos de millones de personas que, sin ser catalanas, sin ser independentistas, entendieron que la democracia es incompatible con los golpes de porra, con las cargas policiales, con la prisión y con el exilio.
La clave es no desfallecer, mantener el objetivo, incidir en las vías democráticas, siempre pacíficas. Y sobre todo, en no permitir que nos dividan. Ni en el seno del catalanismo, ni entre los pueblos que debemos construir un tejido fraternal que garantice nuestra libertad. Unidos en la diversidad. Esa es la lucha del internacionalismo a lo largo de los siglos: el reconocimiento de la identidad de los pueblos y su unión para, precisamente, ser libres.
La defensa de una identidad no debería ser entendida como el ataque o la aniquilación de otras. Y el españolismo debe, de una vez por todas, entender esta lección porque ha tenido múltiples episodios en su historia para darse cuenta.
Viva la libertad de todos los pueblos. Viva Cataluña libre.