Conciliación, un derecho incompatible con el mercado laboral español

La condena del TJUE a España muestra las graves carencias en materia de conciliación que el gobierno Sánchez es incapaz de solucionar porque su política laboral sólo está basada en parches

03 de Agosto de 2025
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conciliación laboral

España arrastra desde hace décadas un modelo laboral profundamente rígido, ineficiente y desfasado, que choca de frente con las necesidades contemporáneas de conciliación personal y familiar. Aunque la legislación reconoce el derecho a compaginar la vida laboral con la familiar, la realidad cotidiana en los centros de trabajo dista mucho de garantizarlo.

Una de las principales barreras es la estructura horaria. A diferencia de otros países europeos que han adoptado jornadas compactas (como Alemania, Dinamarca o Países Bajos, donde la jornada laboral concluye entre las 16:00 y las 17:00), en España la jornada partida sigue siendo la norma en amplios sectores, especialmente en la hostelería, el comercio, la administración pública y buena parte del sector privado. Este tipo de jornada incluye una pausa central de dos o más horas, que dilata la permanencia en el entorno laboral hasta bien entrada la tarde, muchas veces más allá de las 19:00 o 20:00 horas.

Esta distribución del tiempo genera un efecto dominó sobre la vida cotidiana: menos tiempo disponible para hijos, cuidados, tareas del hogar o actividades personales, y más dependencia de recursos externos, como comedores escolares o abuelos cuidadores. En muchas familias, la conciliación no se alcanza gracias al sistema, sino a costa del sacrificio personal o de redes de apoyo informales.

A este marco se suma la cultura del presentismo: una inercia muy arraigada en la que estar físicamente en el puesto de trabajo se valora más que la productividad real. Esto lleva a que muchas personas trabajadoras se vean obligadas a prolongar artificialmente su jornada, aunque ya hayan cumplido con sus tareas, por miedo a represalias o a ser percibidas como poco comprometidas.

A pesar de que la pandemia del COVID-19 forzó una expansión sin precedentes del teletrabajo, España no ha sabido consolidarlo como una opción estructural. Según datos del INE, en 2023 apenas el 7,5 % de las personas asalariadas trabajaba a distancia de forma habitual, frente al 12 % de media en la UE. En muchos casos, las empresas han regresado al modelo presencial sin adaptar ni flexibilizar horarios ni condiciones laborales, frustrando las expectativas de conciliación que emergieron durante la emergencia sanitaria.

Además, la temporalidad y la parcialidad involuntaria funcionan como frenos adicionales. Muchos contratos, especialmente en sectores feminizados como el comercio minorista, la limpieza o la atención domiciliaria, se construyen con jornadas reducidas que no responden a una elección del trabajador, sino a estrategias empresariales de ahorro. Estas situaciones no solo empobrecen a la persona asalariada, sino que limitan su acceso a permisos, reducciones de jornada voluntarias o mecanismos de conciliación más amplios.

Por si fuera poco, las políticas públicas han sido históricamente tímidas o erráticas. Las bajas por maternidad y paternidad han mejorado en duración y equiparación, pero la red de escuelas infantiles públicas sigue siendo insuficiente, especialmente para menores de tres años. Los permisos por cuidado de familiares, por su parte, son a menudo cortos, mal remunerados o inexistentes.

El resultado es un círculo vicioso de agotamiento y desigualdad: las personas con mayores ingresos pueden externalizar parte del trabajo doméstico o acceder a opciones privadas de conciliación, mientras que las clases trabajadoras y las familias monomarentales asumen en solitario el coste emocional, económico y de salud que implica una organización laboral hostil a la vida personal.

En este contexto, el incumplimiento de España de la Directiva Europea sobre conciliación no es una anomalía técnica o un retraso administrativo. Es la consecuencia previsible de un modelo laboral anclado en el siglo XX, que aún prioriza la disponibilidad constante del trabajador por encima de su bienestar o sus derechos personales. Mientras no se revise esta lógica, cualquier reforma legislativa seguirá siendo una promesa en papel mojado.

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