Hoy se celebra en Madrid una mala imitación de las cumbres de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en la que participarán algunos de los principales líderes de esa especie de internacional de la ultraderecha.
Hoy se juntarán en Madrid Santiago Abascal, Javier Milei, Marine Le Pen, Amichai Chikli, Mateusz Morawiecki, José Antonio Kast y André Ventura. Además, participarán por vía telemática la italiana Giorgia Meloni y el húngaro Viktor Orban. La versión e-Mule de la CPAC está estratégicamente convocada a un mes de las elecciones europeas, comicios en los que las formaciones de la extrema derecha pretenden obtener un gran resultado aprovechando la falta de respuestas dadas por las democracias a las necesidades reales de la ciudadanía.
Este conjunto de personajes ahora se presenta ante la gente como una especie de leones del Atlas que se va a comer todo. Luego, cuando llegan al poder, se convierten en corderitos y cambian de opinión con la misma facilidad a como lo hace Pedro Sánchez.
Hoy escucharemos mucho odio. Abascal volverá a hacer referencias a la Iberosfera, el viejo anhelo de unión de España y Portugal (por cierto, ese concepto también era reclamado por los comunistas españoles durante la II República), denunciará al socialismo, al separatismo y mostrará su discurso xenófobo en contra de la migración. Por supuesto, Abascal, como anfitrión, se pretenderá postular como el Donald Trump ibérico.
A todos los participantes en esta cumbre ultraderechista se hablará mucho en nombre de la libertad, la familia, la cristiandad, la tradición, el respeto a la sacrosanta propiedad.
Tampoco faltará la presentación de un escenario apocalíptico y, frente a él, se presentan ellos con un tono mesiánico ya que se presentarán ante su enardecido público como los de un mundo en peligro, no por la crisis climática o la codicia corporativa, sino por la presencia de sus enemigos: la justicia social, la lucha contra el cambio climático, el feminismo, la defensa del papel regulador del Estado, los movimientos LGBTIQ+ y la migración.
Xenofobia, racismo, miedo irracional al «otro», supremacismo blanco, patriarcado, mentiras flagrantes, son rasgos de esta extrema derecha que se presenta como «disidente», como «rebelde», como líderes de una subversión antisistema, pero que, en realidad, no son más que un instrumento del mismo sistema que dicen que van a destruir.
No hay más que ver lo que sucede cuando gobiernan estos movimientos de ultraderecha: se someten a los poderes establecidos y se convierten en sus cómplices. Giorgia Meloni llegó al poder sobre el caballo del antieuropeísmo y la antiinmigración. Ahora, Italia sigue en la UE y los migrantes siguen llegando a Lampedusa sin que se haya disparado un solo cañonazo contra las embarcaciones que salen de las costas de Libia.
Donald Trump, ni rebelde ni disidente
Donald Trump legisló a favor de los ricos y de los poderes económicos. Ni rebelde, ni revolucionario, sino un estafador que está engañando a cientos de millones de personas en todo el mundo, personas que son víctimas de un sistema injusto y cruel.
Hay que partir de la base de que para poder romper el actual sistema hay que destruir todas las legislaciones que protegen a los multimillonarios y a las grandes corporaciones, es decir, eliminar la impunidad con la que cuentan a la hora de perpetrar abusos a las diferentes ciudadanías. Donald Trump, cuando fue presidente, hizo lo contrario: los ricos se beneficiaron de manera extraordinaria de su estrategia política y de sus políticas económicas. Las consecuencias han sido nefastas para el pueblo de los Estados Unidos.
Las cifras son demoledoras y revelan que ese papel de rebelde y antisistema es un fraude, una de las mayores estafas humanas de la historia.
Donald Trump regaló el 83% de sus rebajas de impuestos al 1% más rico que ya lograron beneficiarse del 21% de los recortes fiscales al año y medio desde que Trump fue presidente en 2018.
Las familias trabajadoras apenas se beneficiaron de los recortes de impuestos corporativos y de impuestos de Trump, con una diferencia de 51.000 a 1.
Por otro lado, Trump incrementó los impuestos a 92 millones de familias de clase media para pagar exenciones fiscales para los ricos y las grandes empresas.
Los recortes de impuestos a los ricos tuvieron como consecuencia un incremento de primas de atención médica y dejó a 13 millones de familias sin cobertura médica. Con ese dinero pagó las exenciones fiscales que beneficiaron principalmente a los ricos y las grandes corporaciones.
Aunque Trump defiende la eliminación de la deslocalización de empresas y mantiene un discurso contra la migración de cualquier tipo, sus leyes destruyeron cientos de miles de empleos estadounidenses al fomentar la subcontratación y el traslado de beneficios fuera de los Estados Unidos.
Las leyes de Trump crearon un sistema tributario territorial que eximía de impuestos estadounidenses a una gran parte de los beneficios en el extranjero de las grandes multinacionales. Mientras tanto, las pequeñas y medianas empresas interiores vieron cómo se mantenían los impuestos sobre los beneficios en los Estados Unidos. Es decir, que las medidas de Trump dieron a las multinacionales estadounidenses aún más incentivos fiscales para subcontratar empleos y trasladar inversiones al extranjero.
Javier Milei, el ejecutor de la clase trabajadora
Otro de los que se presentó como un rebelde fue el presidente argentino, Javier Milei. Él mismo se definió en alguna ocasión como un anarcocapitalista pero, en realidad, es un radical neoliberal cuyas medidas están destrozando a la clase trabajadora.
El excéntrico economista prometió corregir el camino de Argentina y hacer que la «casta política» pagara por su mala gestión. Motosierra en mano, Milei prometió eliminar los ministerios estatales, abolir el banco central, hacer retroceder el derecho al aborto y dolarizar la economía. Ahora las familias trabajadoras son las que están pagando la factura de su proyecto económico de extrema derecha, no la «casta política».
Tras jurar el cargo el 10 de diciembre de 2023, Milei actuó con rapidez. Su gobierno lanzó entonces una ofensiva contra los derechos de los trabajadores. Pocos días después de haber jurado el cargo firmó un decreto en el que se recortaban las indemnizaciones por despido, debilitaba los derechos de negociación colectiva, desregulaba el mercado de alquiler y socavaba las protecciones existentes. Un claro ejemplo de abuso de los poderes ejecutivos contrario a la separación de poderes.
Pero el daño de la motosierra no se quedaba ahí. Milei recortó los subsidios a los servicios públicos y al transporte. El ataque no era contra la casta política. No se trata de una ofensiva para acabar con el sistema, sino contra el pueblo porque esa casta de la que tanto hablaba Milei, como en su momento el establishment de Trump, no utiliza el transporte público. Todo un ejemplo de gobierno para el pueblo.
Deshumanización y ridículo
Lo que se oirá hoy será una orgía de manifestaciones deshumanizantes, además de presentarse con una escenografía ridícula que no hay que dejar de tomar en serio porque está muy estudiada.
Un análisis del funcionamiento de la política actual demuestra que el populismo se está imponiendo en las democracias más avanzadas por el fracaso de las tendencias ideológicas tradicionales frente a los desafíos y los procesos iniciados tras la crisis de 2008.
El ridículo político ya es un capital estético-político. Se trata del retorno de algo arcaico, de una imagen que sobrevive en el tiempo para componer, gracias a las nuevas tecnologías, un entorno en el que la política da espacio a una simulación específica de la barbarie. Se trata de una peligrosa inversión de los niveles éticos o morales, pero se trata de evaluar algo anterior.
El pasado como arma
Evidentemente, hoy, en el Palacio de Vistalegre, no faltarán las referencias a pasados gloriosos. Este es uno de los puntos fuertes del discurso de la ultraderecha, manipular psicológicamente a la ciudadanía haciéndoles ver «cualquier tiempo pasado fue mejor».
Este argumento se refuerza por el hecho de que la concatenación de crisis globales, junto a la incapacidad de los gobiernos de partidos tradicionales, ha derivado en un empeoramiento del bienestar que se vivía antes de 2008.
El movimiento liderado por Donald Trump en 2016 se denominó, y hoy sigue vigente, «Make America Great Again» (Hacer América grande otra vez), es decir, la vuelta a un pasado supuestamente mejor que el presente. Lo que aprovecha la ultraderecha es, precisamente, que la memoria de la ciudadanía no es fotográfica, sólo recuerda lo mejor de aquellos tiempos pasados olvidándose de los factores negativos, que también los había.