Como cada mes, este Ágora está dedicado al análisis exhaustivo de los datos publicados por el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) y, una vez más, las cifras oficiales no son positivas más allá de las cifras absolutas que se utiliza en los argumentarios monclovitas.
La caída del paro en junio no oculta la cara más cruel del mercado laboral español: una avalancha de contratos temporales que esconde la verdadera precariedad. Cuando el mes cerró sus cifras, 48.920 personas habían abandonado las listas del desempleo, un retroceso que, a primera vista, invita al optimismo y dispara la euforia en los aparatos de propaganda monclovitas. Sin embargo, detrás de ese dato absoluto se esconde una realidad que pocos titulares recogen: hacen falta casi cincuenta contratos para que un solo trabajador deje de estar parado.
Desde hace años, el inicio del verano marca una pauta inamovible: las ofertas de empleo estival en hostelería, turismo y comercio disparan la contratación y, con ella, el desempleo retrocede.
Este junio, las comunidades del oeste peninsular, como Galicia y Castilla y León, registraron descensos cercanos al 4%, mientras que en la Comunidad Valenciana, Murcia y Canarias apenas se alcanzó el 1%, al haber adelantado parte de su temporada alta en mayo. El 80% de los nuevos empleos se concentra en el sector servicios y que los jóvenes registran una mejora más marcada que otros colectivos de edad. Pero este repunte estival oculta la inercia de un sistema productivo que no cambia. Es patético saber de antemano año tras año cómo van a ser las estadísticas. Eso habla de la falta de actuaciones profundas que el país necesita para crear empleos estables de verdad.
La paradoja de la recuperación veraniega se vuelve aún más inquietante al comparar las cifras oficiales de contratos con la caída del paro. Entre enero y junio se firmaron más de 7,4 millones de contratos, un 8,5 % más que en el mismo periodo de 2024, y, pese a ello, el número de parados solo se redujo en algo más de 150.000 personas. La consecuencia es que cada trabajador dado de alta en la Seguridad Social requiere casi dos contratos semanales, un ritmo que, lejos de significar estabilidad, expone la dependencia de periodos breves de empleo y la rotación constante.
Por si fuera poco, aunque oficialmente 3,1 millones de esos contratos figuran como indefinidos, muchos esconden largos periodos de prueba, bonificaciones fiscales diseñadas para facilitar la salida temprana del trabajador y externalizaciones a través de empresas multiservicios. De este modo, el empleo “fijo” se disuelve en cuanto termina la fase inicial de contratación, replicando el mismo patrón de inestabilidad que un contrato temporal.
Frente a esta dinámica de despido barato y rotación exacerbada, se demuestra que la tan cacareada reforma laboral de Pedro Sánchez no fue otra cosa que un cúmulo de retoques superficiales. Un gobierno progresista debería tener claro que hacen falta medidas que garanticen la conversión efectiva de empleos temporales en estables, limiten el abuso de los periodos de prueba y refuercen la negociación colectiva para adaptar los convenios a la realidad de cada territorio. Solo así se podrá proteger de forma real a quienes más sufren la precariedad: los jóvenes, los mayores de cuarenta y cinco años y quienes viven de un empleo que desaparece cuando cambia la campaña.
El verdadero reto de España no reside en celebrar la caída del paro cada verano, sino en aprovechar ese empujón estacional para consolidar un tejido productivo capaz de ofrecer oportunidades durante todo el año. Impulsar la formación profesional vinculada a los sectores con mayor valor añadido, equilibrar el peso entre grandes empresas y pequeñas y medianas y fomentar iniciativas que reduzcan la dependencia exclusiva del turismo y la hostelería podrían sentar las bases de un mercado laboral más equilibrado.
En última instancia, la cifra que mide la salud real del empleo no es el número de contratos firmados, sino la duración media de esos contratos, la mejora de los salarios reales y la calidad de los puestos creados. De lo contrario, la estadística seguirá presentando una cara amable que oculta una realidad de temporalidad crónica. Solo con una apuesta decidida por el empleo estable y la protección de los trabajadores podrá España abandonar el modelo cíclico y frágil que perpetúa la inseguridad y la desigualdad.