La falta de ética de los políticos, principal culpable de la proliferación de teorías de la conspiración

Existe una conexión directa entre la desconfianza política y el auge de creencias conspirativas

28 de Febrero de 2025
Actualizado a las 14:13h
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El escritor y periodista Javier Sierra afirmó recientemente en una entrevista concedida a Europa Press, en referencia al crecimiento de teorías de la conspiración, que «la responsabilidad no está en las gentes que inventan las teorías de la conspiración, sino en aquellos que nos dirigen y que deliberadamente nos mienten. Desde la Guerra del Golfo quedó muy claro que desde las élites nos mienten, nos han mentido y nos engañan. A partir de ahí, todo cabe, por desgracia».

En la era de la información, el fenómeno de las teorías de la conspiración ha alcanzado una popularidad sin precedentes. Estas creencias, que van desde lo plausible hasta lo extravagante, encuentran un terreno fértil en la desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones y figuras políticas.

Uno de los factores más influyentes en la proliferación de estas teorías es la falta de ética demostrada por la gran mayoría de dirigentes políticos alrededor del mundo, sobre todo en un escenario de crisis económica y de agravamiento de la desigualdad. Las clases medias y trabajadoras, junto a sectores de la población como los jóvenes, ven que los políticos son incapaces de asegurarles una vida de bienestar, que les garantice servicios públicos de calidad y salarios dignos, mientras los ultrarricos incrementan sus niveles de riqueza a cifras nunca antes vistas, en parte gracias a las prebendas que desde el poder político se les conceden.

La ética política en entredicho

La ética en la política es un pilar fundamental para el funcionamiento saludable de cualquier democracia. Sin embargo, los escándalos de corrupción, el nepotismo, las promesas incumplidas y la manipulación de la verdad han erosionado la confianza del pueblo en sus gobernantes. El resultado es una percepción generalizada de que los políticos actúan en su propio beneficio en lugar de en el interés común.

La falta de transparencia y la elusión de responsabilidades son aspectos recurrentes que alimentan esta percepción. Casos emblemáticos como el escándalo de Watergate en Estados Unidos, los casos de corrupción en América Latina o los recientes cuestionamientos sobre la gestión de la pandemia de COVID-19 en diversos países han agudizado la sospecha sobre las verdaderas intenciones de los líderes políticos.

La desconfianza hacia los políticos no solo socava la legitimidad de las instituciones democráticas, sino que también crea un vacío de información que las teorías de la conspiración están dispuestas a llenar. Cuando los ciudadanos sienten que no pueden confiar en la versión oficial de los hechos, buscan explicaciones alternativas que a menudo resultan ser teorías conspirativas.

El auge de las teorías de la conspiración

Las teorías de la conspiración no son un fenómeno nuevo, pero su alcance y aceptación han crecido exponencialmente en la última década, casualmente, desde la crisis de 2008. La proliferación de las redes sociales y el acceso instantáneo a la información han permitido que estas teorías se difundan con rapidez y lleguen a audiencias más amplias.

La conexión entre la falta de ética en la política y la creación de teorías de la conspiración es directa y significativa. Cuando los líderes políticos son percibidos como corruptos o deshonestos, los ciudadanos están más inclinados a creer en narrativas que desafían la versión oficial de los hechos. Por ejemplo, el movimiento antivacunas ha ganado tracción en parte debido a la desconfianza en las autoridades sanitarias y políticas que promulgan las medidas de salud pública.

Algunos ejemplos ilustran esta relación. El escándalo de Cambridge Analytica: La revelación de que datos personales de millones de usuarios de Facebook fueron utilizados sin su consentimiento para influir en elecciones ha alimentado teorías sobre la manipulación masiva y la falta de integridad en los procesos electorales.

Por otro lado, los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos han sido objeto de numerosas teorías conspirativas que acusan al propio gobierno de estar detrás de los ataques, en parte debido a la desconfianza en las explicaciones oficiales y la percepción de agendas ocultas.

Un reciente ejemplo de teoría de la conspiración que ha tenido un gran impacto es la del supuesto robo de las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos. Esta teoría, promovida por Donald Trump y sus seguidores, alega que hubo un fraude electoral masivo que le costó la reelección. No existen pruebas concretas y los múltiples rechazos judiciales de estas afirmaciones, un segmento significativo de la población estadounidense sigue creyendo en esta narrativa, a pesar de las pruebas de que fue el propio Trump el que pretendió forzar un amaño electoral. Ahí están las grabaciones de las conversaciones telefónicas con el jefe de los funcionarios electorales del estado de Georgia o los vídeos de trabajadores de la campaña de Trump con una caja de votos que pretendieron colar en un centro de votación.

Las afirmaciones de fraude electoral se basaron en acusaciones de manipulación de votos, irregularidades en el recuento y el uso de máquinas de votación defectuosas. Estas teorías se difundieron rápidamente a través de las redes sociales y medios de comunicación afines, creando un ambiente de desconfianza y polarización.

La proliferación de esta teoría conspirativa no solo ha socavado la confianza en el sistema electoral estadounidense, sino que también ha generado tensiones políticas y sociales, culminando en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, asalto que fue diseñado desde la propia Casa Blanca, tal y como hemos publicado en Diario16+ a través del análisis de documentos oficiales.

La persistencia de esta creencia pone de manifiesto la profunda desconfianza hacia las instituciones democráticas y la falta de ética percibida en la política. Para combatir estos desafíos, es fundamental que los líderes políticos actúen con integridad y transparencia, y que los medios de comunicación se comprometan a difundir información veraz y responsable.

La falta de ética en la política y la proliferación de teorías de la conspiración están intrínsecamente relacionadas. La desconfianza hacia los políticos y las instituciones proporciona un caldo de cultivo ideal para las creencias conspirativas. Abordar estos problemas requiere un esfuerzo conjunto de los líderes políticos, los medios de comunicación y la sociedad en general para fomentar la transparencia, la educación y la participación cívica. Solo a través de un compromiso renovado con la ética y la integridad se podrá restaurar la confianza del público y reducir la influencia de las teorías de la conspiración.

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