La historia ha demostrado que se puede crear un régimen autoritario desde la legitimidad democrática. En la tercera década del siglo XXI, Pedro Sánchez es el mejor ejemplo de ello.
Sánchez nunca aceptó bien la discrepancia interna, no en vano han sido cientos los militantes que fueron expulsados del ya extinto PSOE por el único delito de estar en contra de las decisiones o posiciones del secretario general. Sánchez tiene las mismas costumbres que los autócratas más crueles y, cuando se siente acorralado o ve riesgo de que su poder está amenazado, se vuelve más peligroso.
Eso es lo que está sucediendo en la actualidad con los movimientos internos que pretende imponer en su partido. Sin embargo, esto no es nuevo. En 2016 ya manipuló los procedimientos internos para que su poder no fuera amenazado. Hay que recordar que en aquel año, Sánchez estuvo de okupa en la Secretaría General del desaparecido PSOE desde el mes de febrero hasta octubre, es decir, 8 meses okupando un cargo que estaba caducado.
En las elecciones de diciembre de 2015, Pedro Sánchez logró 90 escaños, el entonces peor resultado de la historia para el Partido Socialista. Entonces, debió haber presentado su dimisión de manera inmediata, pero no tuvo la decencia de hacerlo. Él tiene un sentido patrimonialista del poder y no lo iba a soltar por las buenas. Tuvo la desvergüenza de afirmar que, tras esos resultados, «se había hecho historia». Así, sin lubricante.
El PSOE tenía que haber celebrado su Congreso Federal Ordinario en el mes de febrero de 2016. En cambio, Sánchez lo retrasó con la excusa de las negociaciones para la formación de gobierno. En ese primer trimestre se vio cómo, para justificar el aplazamiento de un congreso que iba a tener como consecuencia su destitución fulminante, Sánchez llegó a intentar ser investido presidente del gobierno con 90 escaños y, para ello, mintió a Felipe VI sin ningún tipo de rubor al asegurarle que tenía los apoyos suficientes, lo que se demostró que no era verdad. Firmó un acuerdo con Albert Rivera en el que el PSOE renunciaba al 90% de su programa electoral, se presentó a una sesión de investidura que, evidentemente, perdió, lo que llevó a los españoles a una repetición electoral. Por cierto, la militancia del futuro Partido Sanchista estaba tan alienada que votó a favor de ese pacto de la vergüenza.
Esas elecciones fueron aprovechadas por Sánchez para seguir retrasando la convocatoria del Congreso Federal. Llegó el mes de junio de 2016, y Pedro Sánchez superó su fracaso previo y obtuvo sólo 85 escaños, el peor resultado de la historia del PSOE. Por supuesto, no dimitió, sino que tuvo la desvergüenza de salir a la sala de prensa de Ferraz sonriendo. Mientras los militantes socialistas lloraban en sus casas, mientras veían con vergüenza cómo el PSOE había pasado de ser un partido de gobierno a una formación bisagra, Sánchez reía. Evidentemente, tenía un plan para sobrevivir en el poder, un plan que no podía llevar a efecto.
Eran los tiempos del «No es No» a la abstención para permitir que volviera a gobernar Mariano Rajoy, pero ese movimiento, absolutamente legítimo y acertado en aquel momento, escondía otra cosa, algo que se vio en el mes de septiembre de 2016. El Congreso Federal Ordinario continuaba sin convocarse, Pedro Sánchez continuaba de okupa.
Detrás de aquel del «NO es NO» había algo más puesto que esa estrategia estaba totalmente orientada a garantizar el blindaje en la Secretaría General de Pedro Sánchez. La gran mayoría de los dirigentes territoriales del PSOE plantearon muchas opciones para afrontar aquella legislatura y para evitar que se celebraran unas terceras elecciones. Esto les generó en que se les quisiera «despellejar» por parte de las hordas «sanchistas».
Sin embargo, en Ferraz tomaban nota a todo lo que decían estos dirigentes, algunos con responsabilidades de poder autonómico, y esperaron para hacerles una propuesta una vez que Sánchez consiguió humillar a Rajoy en la investidura fallida.
La proposición de Ferraz era la siguiente: si se garantizaba que Pedro Sánchez no fuera a tener oposición en el 39 Congreso, el secretario general cambiaría su posición y permitiría un gobierno en minoría de Rajoy. Esto confirmó todas las sospechas de que lo único que se buscaba era la aclamación de Sánchez para blindarle en la Secretaría General durante otros cuatro años. El PSOE estaba en manos de un ególatra que primero piensa en él, luego en él, más tarde en él y, finalmente, en él. Exactamente igual que sucede en la actualidad en el Partido Sanchista.
La propuesta de quienes apoyaban a Sánchez desmontaba cualquier argumentación política e ideológica en favor del «NO es NO». El único objetivo era que los pasos que se estaban dando en aquellos días para buscar una alternativa a Rajoy no eran otra cosa que ganar tiempo para seguir retrasando la celebración del 39 Congreso, congreso que, por cierto, debería haberse celebrado en el mes de febrero.
Evidentemente, Susana Díaz, a quien iba dirigida esa propuesta de Ferraz, no la aceptó porque suponía una verdadera catástrofe que se permitiera a Sánchez liderar cuatro años más un partido que lo que necesitaba era una regeneración a fondo, cuando no una refundación del mismo calibre del de los Congresos de Toulouse o de Suresnes.
Al verse acorralado, Sánchez fue más allá e intentó dar un golpe de Estado desde el poder. Tras haber retrasado la celebración del Congreso Federal durante meses con la excusa de «las negociaciones para la formación de gobierno», de repente, quería convocarlo de manera urgente: en el mes de diciembre con un proceso de primarias para la elección de secretario general para el día 23 de octubre de 2016. El Comité Federal del 1 de octubre de ese año, en el que el PSOE desaprovechó la oportunidad de hacer pasar a Sánchez a la historia de manera definitiva, rechazó dicha propuesta. Aquella maniobra, no tenía otra intención que perpetuarse en el poder.
Lo sucedido hace 8 años se vuelve a repetir y, como en 2016, la maniobra de Sánchez coincide con una situación de extrema debilidad y con una oposición interna importante por las medidas adoptadas.
Sánchez ha decidido adelantar el Congreso Federal Ordinario del Partido Sanchista un año, precisamente en un momento en el que tiene muy complicada la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, lo que llevaría a la convocatoria inmediata de elecciones generales. A esto hay que añadir la rebelión interna de más de la mitad de las federaciones en contra de los acuerdos de Sánchez con el independentismo catalán respecto a la financiación singular de Cataluña. Esto puede derivar en una revuelta en las votaciones del Congreso.
Sánchez quiere perpetuarse como el emperador del Partido Sanchista durante cuatro años más y, de este modo, blindarse de cara a los seguros fracasos que le esperan en la política nacional.
El adelanto del I Congreso Federal del Partido Sanchista también tiene como objetivo la purga de los críticos, como ya hizo Sánchez en 2015, donde ni siquiera respetó el resultado de las primarias de las agrupaciones y federaciones no afines al sanchismo. Hay que recordar cómo se cargó al secretario general de Madrid por falsas acusaciones, ejecutando la misma estrategia que ahora Sánchez denuncia que están aplicando contra él con el caso de su esposa. Lo mismo sucedió en federaciones provinciales, agrupaciones de capitales de provincia y cientos de locales. No respetó el resultado de las primarias, a pesar de que siempre ha afirmado que la soberanía la tiene la militancia.
Antes de que el PSOE se cargara legítimamente a Sánchez en octubre 2016, el secretario general debía acatar los mandatos del Comité Federal, el máximo órgano entre congresos. Sin embargo, en el 39 Congreso celebrado en 2017, Sánchez se encargó de anular al Comité Federal, que ahora es una reunión de los colegas de Pedro.
Sánchez, además de un mitómano de manual y un posible caso de síndrome de Hubris, es un autócrata peligroso. No acepta la legítima discrepancia. Es cierto que todo su poder está legitimado, de eso no debe quedar ninguna duda. Sin embargo, no se puede olvidar que personajes como Nicolás Maduro o Vladimir Putin también alcanzaron el poder de manera legítima y no dudan en aplicar la represión contra la disidencia. Además, al igual que Sánchez, tanto el presidente de Rusia como el de Venezuela cuentan con una legión de fanáticos que están abducidos no se sabe por qué pero sí por quién.