El panorama político español se ha caracterizado en los últimos años por una creciente fragmentación, sobre todo en el espectro de la izquierda. Lo que en el pasado era un bipartidismo imperfecto con el PSOE como fuerza hegemónica en este lado del tablero, ha evolucionado hacia un escenario atomizado donde diversas formaciones compiten por el mismo electorado. Esta dispersión de votos, exacerbada por las particularidades de la Ley D'Hont, está teniendo consecuencias muy negativas en los resultados electorales y resta capacidad de la izquierda para formar gobiernos estables y con una mayoría sólida.
La irrupción de nuevas fuerzas políticas a la izquierda del PSOE ha atomizado el voto progresista y la ineficacia de los gobiernos de la izquierda para resolver los problemas reales de la ciudadanía está provocando, incluso, que haya un trasvase de voto a opciones de extrema derecha.
Partidos como Podemos, Izquierda Unida (ahora a menudo integrados en coaliciones más amplias), Más País, Sumar y diversas formaciones de carácter regional con una clara orientación izquierdista, han logrado consolidar nichos de electorado propios. Según la teoría política esta pluralidad de opciones enriquece el debate y representa una mayor diversidad de sensibilidades. En cambio, a nivel electoral se traduce en una dispersión de sufragios que, bajo el sistema actual, es absolutamente contraproducente.
La crueldad de la Ley D'Hont
La Ley D'Hont, el sistema de representación proporcional utilizado en España para la distribución de escaños en el Congreso de los Diputados y otras cámaras legislativas, juega un papel crucial en cómo esta fragmentación se traduce en poder real. Este sistema, basado en la división sucesiva de los votos de cada lista por los números naturales (1, 2, 3, etc.), favorece siempre a las listas más votadas.
El sistema electoral español penaliza a las formaciones que no alcanzan un cierto porcentaje de votos en cada circunscripción. La división del voto de la izquierda entre varias listas, algunas de ellas pueden no superar este umbral provincial o no obtener suficientes votos para entrar en la distribución de escaños. Estos votos, que sumados podrían haber significado un mayor número de escaños para el bloque de la izquierda, se pierden al no ser asignados.
La naturaleza divisiva de la Ley D'Hont hace que los partidos con mayor número de votos en cada circunscripción obtengan una representación proporcionalmente mayor. En un escenario de fragmentación a la izquierda, los votos que no van a parar a la lista más votada de este bloque (generalmente el PSOE) contribuyen indirectamente a fortalecer a las listas más votadas de la derecha o de la extrema derecha.
La necesidad de sumar los escaños de múltiples formaciones para alcanzar la mayoría absoluta se vuelve más compleja cuando existen diferencias ideológicas y estratégicas significativas entre ellas. La negociación de pactos de gobierno se dilata y se torna más ardua, generando inestabilidad política y dificultando la implementación de políticas coherentes y a largo plazo.
Comunidad de Madrid, el paradigma
En este aspecto, Podemos ha sido una formación que, sin quererlo, ha dado gobiernos a la derecha por su posición de autoconferida superioridad a la izquierda del PSOE. La Comunidad de Madrid ha sido un claro ejemplo de las consecuencias electorales de la fragmentación provocada por la formación morada.
En el año 2019 todo parecía señalado para que las elecciones autonómicas las ganara el PSOE junto a Más Madrid. Sin embargo, Podemos decidió presentarse en solitario. Incluso el Partido Popular daba por aceptada su derrota y, por esa razón, presentó a una candidata de segunda o tercera categoría para que los primeros espadas no sufrieran el impacto de un fracaso electoral. Ahí entró Isabel Díaz Ayuso en la primera línea política. Aunque la suma de votos fue considerable, la dispersión entre las tres listas de la izquierda provocó que no pudieran capitalizar todo su potencial en términos de escaños. La Ley D'Hont favoreció al Partido Popular, permitiéndole acceder al gobierno, a pesar de haber perdido las elecciones, gracias a los pactos con Ciudadanos y Vox.
La situación se repitió en 2023 aunque con matices. Más Madrid y Unidas Podemos volvieron a concurrir por separado, aunque esta última con una representación menor que en 2019. La fragmentación persistió, impidiendo que la suma de los votos del PSOE, Más Madrid y Podemos (que incluso aumentó ligeramente respecto a 2019 en términos absolutos) se tradujera en una mayoría suficiente para desbancar al Partido Popular, que nuevamente fue la lista más votada y se benefició de la Ley D'Hont para obtener una mayoría absoluta.
Para entender la situación, al 70% del recuento de votos, Podemos aún contaba con representación e Isabel Díaz Ayuso no lograba la mayoría absoluta e, incluso, peligraba su gobierno. En el momento en que la formación morada se quedó sin escaños, el Partido Popular se disparó a la mayoría absoluta.
La Ley D'Hont actuó como un amplificador de la ventaja de la lista más votada. Votos que podrían haber contribuido a una mayoría de izquierdas se perdieron al no alcanzar el umbral implícito o al no ser parte de la lista más votada dentro de ese bloque ideológico en cada circunscripción.
Podemos cree oler la sangre
Podemos ya ha demostrado que no tiene soluciones viables ni efectivas a los problemas reales de la ciudadanía. Tiene mucha teoría política, mucho populismo y mucha simplificación que impide una comprensión profunda de los problemas y dificulta la implementación de soluciones efectivas. Así lo ha demostrado cuando ha gobernado porque, a diferencia de la extrema derecha, en España sí que ha gobernado la extrema izquierda. Como todos los populismos, independientemente del sesgo ideológico, han fracasado.
Ahora, tras su ruptura con Sumar y su salida del gobierno de coalición, se encuentran en una posición desde la que radicalizarse en los mismos niveles de su nacimiento. Sin embargo, ahora lo tienen más complicado porque existen varios contrapesos y no hay espacios políticos vacíos. Eso sí, tienen un poder parlamentario que jamás han tenido.
Sin embargo, Podemos ha vuelto al «ellos contra nosotros», es decir, PSOE, PP, Vox y Sumar son los enemigos del pueblo al que afirman representar. Nada más lejos de la realidad. Los morados caen una vez más en los mismos errores, pero haciendo mucho daño, porque su posicionamiento, a pesar de que le está dando mejores resultados en los sondeos, deja abierto el camino del Partido Popular a la Moncloa.
Las recetas de Podemos son absolutamente autoritarias, copiadas de los populismos supuestamente de izquierdas de determinadas áreas de Latinoamérica. La formación morada no se diferencia mucho de los planteamientos autocráticos de Donald Trump o Vladimir Putin. No quieren el consenso, pretenden la imposición. No hay más que ver sus propuestas para problemas tan complejos como la vivienda, la seguridad nacional, la política exterior o la igualdad.
Que Podemos acuda solo a las próximas elecciones será el clavo en la caja de pino de la izquierda, sobre todo en un escenario en el que los nuevos votantes mayoritariamente votan a la extrema derecha y en el que muchas zonas tradicionalmente de clase obrera han castigado a la izquierda dando su apoyo a la derecha.