Uno de los extractos más famosos de la Biblia cristiana es la descripción de los 4 jinetes del apocalipsis: «Y cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, miré y oí a uno de los vivientes que decía con voz de trueno: «Ven». Y vi un caballo blanco; el jinete tenía un arco, se le dio una corona y salió como vencedor y para vencer otra vez. Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: «Ven». Salió otro caballo, rojo, y al jinete se le dio poder para quitar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; se le dio también una gran espada. Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer viviente que decía: «Ven». Y vi un caballo negro; el jinete tenía en la mano una balanza. Y oí como una voz en medio de los cuatro vivientes que decía: «Una medida de trigo, un denario; tres medidas de cebada, un denario; al aceite y al vino no los dañes». Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía: «Ven». Y vi un caballo amarillento; el jinete se llamaba Muerte, y el Abismo lo seguía. Se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre, epidemias y con las fieras salvajes».
El apocalipsis actual se inició en 2008, con la crisis global que fue provocada por la desregularización radical basada en preceptos económicos neoliberales que hoy son defendidos por radicales como Donald Trump, Elon Musk, Javier Milei y, en España, Isabel Díaz Ayuso. Las consecuencias de estas políticas están siendo tan catastróficas como las actuaciones de los cuatro jinetes bíblicos.
En octubre de este año, el Banco Mundial publicó un informe en el que demostraba que «el 8,5 por ciento de la población mundial –casi 700 millones de personas– vive hoy con menos de 2,15 dólares al día […]el 44 por ciento de la población mundial –alrededor de 3.500 millones de personas– vive hoy con menos de 6,85 dólares al día». Mientras tanto, «la reducción de la pobreza mundial se ha desacelerado hasta casi detenerse».
A principios de 2024, Oxfam Internacional señaló que, desde 2020, «148 grandes corporaciones obtuvieron 1,8 billones de dólares en ganancias, un 52 por ciento más que el promedio de tres años, y repartieron enormes dividendos a los accionistas ricos». Durante ese mismo período, los cinco hombres más ricos del mundo «más que duplicaron sus fortunas de 405 mil millones de dólares a 869 mil millones de dólares», un aumento de 14 millones de dólares por hora. Mientras las élites corporativas se reunían en Davos para conversar sobre la economía mundial, 10 corporaciones por sí solas valían 10,2 billones de dólares, más que el PIB de todos los países de África y América Latina juntos.
La enorme desigualdad económica mundial «no es casual. La clase multimillonaria se asegura de que las corporaciones les entreguen más riqueza a expensas de todos los demás», denunció Oxfam.
Aunque las desigualdades en materia de ingresos y riqueza han existido a lo largo de gran parte de la historia de la humanidad, se han suavizado en cierta medida gracias a diversos factores, entre ellos los sindicatos y, en la época moderna, las leyes de salario mínimo. Estas normativas, diseñadas para proporcionar a los trabajadores un nivel de vida básico, crean un piso por debajo del cual no se permite que los salarios caigan.
En 1894, Nueva Zelanda se convirtió en el primer país en promulgar una ley de salario mínimo y, presionados por el movimiento obrero y la opinión pública, otros países (incluido Estados Unidos en 1938) siguieron su ejemplo. Hoy, más del 90 por ciento de las naciones del mundo tienen algún tipo de ley de salario mínimo en vigor.
Estas leyes de salario mínimo han tenido efectos muy positivos en la vida de los trabajadores. En particular, sacaron de la pobreza a un gran número de asalariados. Además, socavaron la práctica empresarial de recortar los salarios (y, por lo tanto, reducir los costos de producción) para aumentar los márgenes de ganancia o bajar los precios y acaparar una mayor participación en el mercado. Sin embargo, la desregulación de toda actividad económica defendida por los actuales cuatro jinetes del apocalipsis ha renacido esa práctica, tal y como se puede comprobar, por ejemplo, en España.
Aun así, el crecimiento de las corporaciones multinacionales les brindó a las empresas oportunidades de burlar estas leyes nacionales y reducir drásticamente sus costos laborales al trasladar la producción de bienes y servicios a países con salarios bajos. Esta deslocalización corporativa de empleos e infraestructuras cobró fuerza a mediados del siglo XX. Al principio, las corporaciones multinacionales se concentraron en externalizar empleos de manufactura que requerían poca o ninguna cualificación, lo que tuvo un impacto negativo en el empleo y los salarios en los países industriales avanzados. Sin embargo, en el siglo XXI, la externalización de empleos cualificados, en particular en gestión financiera y operaciones de IT, aumentó drásticamente. Después de todo, desde el punto de vista de mejorar las ganancias corporativas, tenía sentido reemplazar a un trabajador de IT estadounidense o europeo por un trabajador de un país en vías de desarrollo o del tercer mundo que les supone sólo un 13% de lo que les costaría en occidente. El resultado fue una carrera acelerada hacia el abismo.
En Estados Unidos y en la Unión Europea, esta deslocalización de empleos que antes eran bien remunerados a países empobrecidos y con salarios bajos está provocando un desastre. La proporción de empleos de producción de bienes en el sector privado con salarios altos se redujo, desde los años 1960, del 42 al 17 por ciento. Cada vez más, los empleos se ubican en el sector de servicios con salarios bajos.
Por esa razón, no sorprende que en 2023 aproximadamente 43 millones de estadounidenses vivieran en la pobreza, mientras que otros 49 millones vivían apenas por encima del umbral oficial de pobreza. No es de extrañar que haya habido un aumento alarmante de demagogos y populistas de extrema derecha que juegan con los agravios económicos, los odios populares y los temores.
Por lo tanto, si los salarios en las naciones subdesarrolladas y en las naciones industriales avanzadas no siguen el ritmo de la enorme acumulación de capital por parte de las personas más ricas del mundo y sus corporaciones, una forma de contrarrestar esta situación es ir más allá del mosaico desintegrador de esfuerzos de las naciones individuales y desarrollar un salario mínimo global.
Este salario podría adoptar diversas formas. La más igualitaria implica un salario mínimo que sea el mismo en todos los países. Lamentablemente, dada la enorme variación en cuanto a riqueza y salarios actuales, esto no parece práctico. En Luxemburgo, por ejemplo, el poder adquisitivo per cápita anual promedio es 316 veces el de Sudán del Sur. Pero hay otras opciones más viables, como basar el salario mínimo en un porcentaje del salario medio nacional o en una medición más compleja que tenga en cuenta el costo de vida y los niveles de vida nacionales.
Durante la última década, destacados economistas, algunos premiados con el Nobel, y otros especialistas han defendido la creación de un salario mínimo global. En cuanto al modo adecuado para establecerlo, generalmente han señalado a la Organización Internacional del Trabajo, una agencia de la ONU que ha trabajado durante mucho tiempo para establecer estándares laborales internacionales.