Donald Trump llegó al poder de un país en el que sólo 813 personas disfrutarán en plenitud de los beneficios de sus políticas. Según un informe del prestigioso Instituto de Estudios Políticos, esas personas acumulaban en 2024 una riqueza de cerca de 7 billones de dólares, es decir, más de 4 veces el Producto Interior Bruto de España.
Según las últimas estadísticas de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos, el trabajador medio estadounidense tendría que trabajar más de 136.000 años para ganar el promedio de esa riqueza. Los multimillonarios, por supuesto, no tienen que trabajar para cobrar sus miles de millones. Simplemente dejan que su dinero haga el trabajo sucio.
Esa riqueza, invertida en empresas que proporcionan bienes y servicios útiles, añaden valor real a la economía. Sin embargo, los multimillonarios y sus miles de millones no tienen que producir nada de valor para ascender en la escala de la riqueza. Pueden ganar mucho dinero fabricando (con un alto coste medioambiental) un producto que no tiene ningún valor real y del que el propio Donald Trump ya se está beneficiando: las criptomonedas.
Este producto surgió tras la explosión de la burbuja inmobiliaria que las grandes entidades financieras estadounidenses habían inflado con hipotecas de alto riesgo y otros esquemas de financiación que, siendo benévolos, se podrían calificar de «exóticos».
Según el economista británico Michael Roberts, los pioneros de las criptomonedas afirmaban que eliminarían «la necesidad de intermediarios financieros como los bancos». Las criptomonedas existían solo electrónicamente, como un elaborado código informático que requiere enormes cantidades de energía para «extraerse» o «minarse». No había garantías gubernamentales que respaldaran su valor, tampoco se buscaban.
En este contexto, los valores de las criptomonedas pasaron una docena de años en un gráfico de sierra pero siempre hacia arriba. En 2024, ese submundo se había convertido en un coloso especulativo con un valor de más de 2,5 billones de dólares, sólo en Estados Unidos. No obstante, los principales actores del sector no estaban contentos dado que la industria parecía estar perdiendo su gran impulso, sobre todo tras varias grandes estafas ejecutadas en distintos lugares del mundo.
Hace sólo dos años, una espectacular caída de las criptomonedas había costado a los fundadores e inversores del sector un total de 116.000 millones de dólares. A finales de 2023, unas 20 naciones habían prohibido a los bancos operar con plataformas de intercambio de criptomonedas, además de lanzarse duras críticas a la industria por bombear cada vez más combustibles fósiles a la atmósfera «para resolver problemas matemáticos complejos que no tienen ningún propósito productivo».
Una encuesta de Pew Research de principios de 2024 concluyó que la ciudadanía estadounidense era extremadamente «escéptica» respecto de las criptomonedas, y que casi dos tercios de los adultos del país tenían poca o ninguna confianza en que fueran consideradas confiables o seguras. Sólo el 19% de las personas que realmente habían invertido en criptomonedas se consideraban confiadas en la «confiabilidad y seguridad» de la industria.
En junio pasado de 2024, el presidente de la Comisión de Bolsa y Valores, Gary Gensler, uno de los analistas de los mercados financieros más influyentes del país, generó aún más inquietud pública. En una declaración jurada ante el Congreso, describió el mercado de criptomonedas como un «salvaje oeste» en el que los inversores ponen en riesgo «activos ganados con esfuerzo en una clase de activos altamente especulativa. Muchas de esas inversiones han desaparecido después de que una plataforma o servicio de criptomonedas se hundiera debido a un fraude o una mala gestión, dejando a los inversores en la cola del tribunal de quiebras».
Los reyes de las criptomonedas se dieron cuenta de que estaban perdiendo la batalla por la opinión pública. ¿Cuál fue su respuesta? Los peces gordos de las criptomonedas se movilizaron para conseguir toda la ayuda política que pudieran comprar y destinaron millones y millones de dólares a las primarias y las elecciones generales contra los congresistas y senadores que se habían atrevido a apoyar medidas significativas para regular las autopistas y los caminos digitales de las criptomonedas.
Uno de ellos, Tyler Winklevoss, afirmó que era «hora de recuperar nuestro país. Es hora de que el ejército criptográfico envíe un mensaje a Washington: atacarnos es un suicidio político».
Esta nueva ofensiva criptográfica hizo que los congresistas, tanto demócratas como republicanos, manifestaran su disposición a minimizar cualquier intento serio de regular las criptomonedas. En total, estos magnates inyectaron más de 250 millones de dólares a financiación electoral. Las elecciones de noviembre generarían una mayoría sustancial favorable a las criptomonedas, no solo por la victoria de Trump, sino por la mayoría republicana radical en la Cámara de Representantes y el Senado.
Nadie se ha sumado al carro político de las criptomonedas en 2024 de forma más espectacular que Donald Trump. Sin embargo, hasta entonces, el actual presidente había sido un negacionista declarado de las criptomonedas.
En 2019, a través de sus redes sociales, Trump afirmó que «no soy partidario de Bitcoin ni de otras criptomonedas, que no son dinero y cuyo valor es muy volátil y se basa en el aire. Los criptoactivos no regulados pueden facilitar conductas ilegales, incluido el tráfico de drogas y otras actividades ilegales».
![Tuit de Donald Trump donde reniega de las criptomonedas Tuit de Donald Trump donde reniega de las criptomonedas](/uploads/s1/21/39/11/8/trump-tuit-bitcoin.jpeg)
Sin embargo, Trump, al igual que Pedro Sánchez, tuvo una epifanía, cambió de opinión y acabó viendo el potencial de los dólares de campaña en criptomonedas y se convertiría en su impulsor más visible del mundo político. En mayo de 2024, Trump se convirtió en el primer candidato presidencial importante en aceptar donaciones en criptomonedas. En julio, pronunció un discurso de apertura adulador en una de las principales conferencias anuales del mundo de las criptomonedas.
Trump también vio algo más. La industria, como él percibió con mucha precisión, podría impulsar su propia riqueza personal, a niveles que superarían con creces sus inversiones tradicionales en torres de oficinas, campos de golf y hoteles clásicos, y todo ello sin asumir ningún tipo de riesgo real.
Así que Trump hizo lo suyo con las criptomonedas. Para el día de su toma de posesión, gracias al lanzamiento de su propio token criptográfico $TRUMP, empresa de la que tenía más del 90 por ciento de su patrimonio neto personal en criptoactivos.
Para proteger esa inversión, Trump sin duda pondrá su firma en una legislación (presentada por primera vez por la senadora republicana de Wyoming Cynthia Lummis) diseñada para obligar al gobierno federal a comprar una reserva nacional de criptomonedas, al igual que el oro en Fort Knox. Obtener el estatus de reserva de criptomonedas, según el multimillonario Michael Saylor, presidente ejecutivo de MicroStrategy, sería una auténtica «Compra de Luisiana» del siglo XXI.
Pero los analistas económicos no ven «ninguna lógica discernible» en ningún movimiento en esa dirección.
Según Mark Zandi, economista jefe de Moody's Analytics, «entiendo por qué al inversor en criptomonedas le encantaría [esa legislación]. Aparte del inversor en criptomonedas, no veo el valor, en particular si los contribuyentes tienen que aportar».
Otros analistas explican que convertir las criptomonedas en una moneda de reserva «apuntalaría» los precios de las criptomonedas. El estatus de reserva permitiría a los multimillonarios de las criptomonedas venderlas sin hacer bajar los precios, porque estos multimillonarios, entre los que se encuentra Donald Trump, tendrían «un comprador perpetuo al otro lado de su operación».
Según Dean Baker, analista del Centro de Investigación Económica y Política, que un gobierno compre criptomonedas «literalmente no tiene ninguna lógica más allá de darle dinero a Trump, Musk y sus amigos criptográficos».
Sin embargo, dinero llama a dinero y las instituciones financieras convencionales (desde Goldman Sachs y Citigroup hasta BlackRock y otros grandes fondos de gestión de activos) quieren participar de esa cosecha de dinero. Todas ellas han empezado a entrar en el combate de las criptomonedas. Los inversores institucionales «también están llamando a la puerta porque [las criptomonedas] están abriendo una válvula de escape para la búsqueda de fortuna financiera», ha denunciado la economista Ramaa Vasudevan.
Históricamente, ese tipo de caza casi siempre termina en desplomes que afectan más duramente a la gente común. En la nueva era Trump, eso podría volver a suceder fácilmente.
Las diversas caídas de las criptomonedas que se han visto visto en los últimos años han afectado principalmente a las personas que ya invertían en criptomonedas. Pero los vínculos crecientes entre las criptomonedas y la economía más tradicional han ampliado el peligro económico.
«Las víctimas potenciales de futuras crisis podrían aumentar si se permite que la naciente industria se afiance aún más en los bancos tradicionales», afirmó Freddy Brewster, analista de The Lever. Y ese afianzamiento se está acercando a toda marcha.
Los criptógrafos invirtieron mucho dinero en Trump. Ahora Trump les va a dar más rentabilidad de la que buscaban porque el mismo presidente será beneficiado pero a costa de una crisis global más salvaje que la de 2008.