El Manual de Resistencia de Pedro Sánchez no es más que un tratado del victimismo como arma política. Toda su trayectoria política se ha basado en eso, en utilizar supuestas conspiraciones (que pueden ser ciertas o una enajenación quijotesca) como elemento de exaltación de la figura del líder supremo. Es decir, Sánchez lleva desde el año 2014 utilizando el victimismo como arma de sometimiento de la voluntad de la militancia.
La declaración de Víctor de Aldama ha colocado a Sánchez en una situación muy difícil. Hay que insistir, una vez más, en que lo señalado por el presunto conseguidor de la «Trama Koldo» se hizo en calidad de investigado (imputado), lo que le da el derecho a mentir todo lo que quiera. Sin embargo, de la mano de un abogado experto en acuerdos con la Fiscalía, como es el exmagistrado José Antonio Choclán, la declaración estaba perfectamente estudiada para conseguir el objetivo de que el juez Santiago Pedraz le sacara de la prisión provisional.
Este es el punto que más preocupa tanto en Ferraz como en Moncloa. Nadie sabe lo que De Aldama puede decir o los documentos que puede aportar. Tras su salida de la cárcel, el empresario volvió a señalar a Sánchez al dejar claro que todo lo que dijo está supuestamente documentado.
Sin embargo, lo que podría ser un ariete contra el presidente del Gobierno que ya está en una posición de debilidad absoluta, va a ser utilizado en el Congreso Federal del próximo fin de semana como un arma, como lo ha hecho durante toda su vida.
Más allá del acentuado Síndrome de Hubris de Sánchez, la utilización del victimismo como arma para conseguir objetivos concretos también está estudiado por la ciencia. Departamentos de psicología y psiquiatría de las principales universidades del mundo han publicado estudios sobre este comportamiento y, en muchos de ellos, hay una concordancia con la estrategia de Pedro Sánchez.
El victimismo manipulador está presente en las personas narcisistas, en aquellos que utilizan el chantaje emocional y, sobre todo, en quienes hacen uso de este tipo de conducta para sacar un beneficio.
El mejor ejemplo de ello se vio con la primera carta a la ciudadanía de Pedro Sánchez tras la apertura de diligencias contra Begoña Gómez. Los cinco días de «asuntos propios» que se cogió para, en teoría, reflexionar sobre si le merecía la pena seguir en la Presidencia del Gobierno fueron un acto de victimismo manipulador. Sobre todo porque reconoció que en ningún momento se le había pasado por la cabeza dimitir. En cambio, durante esos días moscosos del amor, los militantes del PSOE salieron en masa a apoyar su secretario general, convencidos de que todo lo que él había dicho en la carta era verdad. Son inolvidables las imágenes de María Jesús Montero en la sede de Ferraz como si estuviera saliendo de una rave. Manipulación absoluta en un momento crítico cuando la marea interna empezaba a subir.
Sánchez sabe perfectamente que presentarse como víctima le salvaguarda de la crítica ajena, además de contar con la comprensión y la compasión, haga lo que haga. Es más, tal y como demuestran sus comportamientos, hace pasar a los que cuestionan sus comportamientos como inhumanos. En consecuencia, según refieren los estudios psicológicos, el victimismo genera más beneficios que problemas.
La utilización política de este tipo de comportamiento permite al que lo implementa contar con una especie de inmunidad porque, al presentarse como víctimas, manipulan al resto de personas al hacerles creer que todo lo que dicen es verdad, todo lo que hacen es bien intencionado y que la legitimidad sólo transcurre por el cauce de sus pensamientos. El problema surge cuando la manipulación a través del victimismo se convierte en chantaje.
Los estudios psicológicos determinan que existen señales del tipo de comportamiento que utiliza Pedro Sánchez como base de su acción política. Eso sí, el victimista manipulador siempre está a la defensiva porque es desconfiado y culpa de ello a otros. Por esa razón, de manera recurrente está alertando sobre comportamientos de terceros para, a continuación, justificar sus malas acciones en lo que, a su entender, sufrió en el pasado. Por ejemplo, Sánchez realizó una reforma total de los estatutos y reglamentos del PSOE en la que se le daba poder absoluto justificándolo en los hechos del 1 de octubre de 2016.