El mayor problema de Europa no es la pandemia, ni la crisis económica, ni siquiera los graves problemas migratorios y flujos humanos a los que se enfrenta la UE. La mayor amenaza que se cierne sobre nosotros se llama ultraderecha y se extiende como un cáncer por todo el viejo continente. Por eso conviene no perder de vista cómo va el enfermo en los diferentes rincones del continente. Ya sabemos que en Polonia y Hungría la larva ha arraigado con fuerza, pero el mayor riesgo de nazificación se encuentra en un país que, si nos atenemos a la dramática experiencia del siglo XX, es especialmente sensible a los movimientos ultranacionalistas: Alemania.
Si Berlín estornuda, Europa contraerá una fiebre fascista, por eso resulta necesario no perder de vista qué está pasando por aquellas latitudes. El próximo domingo los alemanes están llamados a las urnas y el país contiene la respiración, una vez más, ante el auge de Alternativa para Alemania (AfD), un partido ultra y supremacista que quiere acabar con la Unión Europea, volver al marco, cerrar fronteras para que no entren inmigrantes y recuperar la grandeza del “espíritu alemán”, algo que solo de escucharlo produce escalofríos. Los integrantes de esta formación tratan de marcar diferencias con el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD) –un movimiento neonazi todavía más cruento que ya tiene algún que otro representante en la Cámara Legislativa–, pero en realidad, a la hora de la verdad, se trata de los mismos perros con diferentes collares.
Las próximas elecciones alemanas son decisivas no solo para el país, sino para todos los europeos. AfD entró en el Bundestag en 2017 como tercera fuerza más votada. Era la primera vez que un partido de extrema derecha accedía a las instituciones desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El acontecimiento conmocionó a un país que todavía no ha olvidado el trauma de las cámaras de gas y el exterminio de seis millones de judíos. Hoy las encuestas dan menos de un once por ciento a la AfD de Alice Widel y Tino Chruppalla, de manera que el grupo caería al cuarto lugar por detrás de Los Verdes. A simple vista cabría concluir que el cordón sanitario impulsado por la CDU de Merkel y los socialdemócratas ha conseguido frenar el crecimiento de la cría de serpiente. Pero no se pueden echar las campanas al vuelo.
Políticamente el cordón sanitario puede haber dado resultado, ya que ningún partido demócrata pactará con la AfD, aunque es evidente que el proyecto neofascista se ha consolidado (en Sajonia, un Estado federado semillero de neonazis, las encuestas aseguran que la AFD será el partido más votado). Otra cosa es la cuestión sociológica. El país vive un clima enrarecido, envenenado por las ideas de la extrema derecha, que ha conseguido colocar el discurso nazi en todos los ámbitos de la sociedad. Preocupa y mucho lo que está pasando en localidades como Chemnitz, donde en las últimas semanas grupos de extrema derecha salieron a la calle para protestar contra la muerte de un alemán en una reyerta. Un sirio y un iraquí fueron arrestados pero las detenciones no pudieron evitar la ola xenófoba que se desató posteriormente bajo el lema “cazar al inmigrante” y en la que tomaron parte más de seis mil neonazis.
Desde entonces, los ultras han convocado manifestaciones que han terminado en batallas campales con la policía y algunas regiones viven en estado de máxima tensión. Alemania ha entrado en una fase inquietante de su historia. Los viejos fantasmas del pasado retornan y el retrato de Hitler vuelve a colgar de las paredes de no pocos hogares alemanes. La pesadilla que parecía superada por fin tras la derrota del nazismo en 1945 continúa. El neopopulismo de extrema derecha alemán no es solo un voto puntual de protesta contra el establishment, contra la Unión Europea que se traga cientos de miles de millones de euros de las arcas públicas cada año y contra el inmigrante, al que los xenófobos culpan de todos los males de la sociedad. El fenómeno es mucho más complejo que un pasajero estallido de rabia popular.
Alemania y el nazismo
La AfD ha llegado para quedarse, aunque en esta campaña electoral la formación ultra esté pasando casi desapercibida y sus dirigentes hayan rebajado el tono polémico y faltón. El suflé nazi creció al calor de la oleada de refugiados sirios y de un duro discurso negacionista del Holocausto judío. Hoy esa llamarada de odio cristalizada en la llamada a la “guerra contra la islamización de Europa” parece amortiguada, que no extinguida, y los líderes fascistas han decidido cambiar de estrategia para colocar nuevos discursos como el de la “industria del pánico”, un supuesto complot del establishment para amedrentar a la población con pandemias y noticias sobre el cambio climático (otro fenómeno que los líderes neonazis niegan tajantemente). No deja de sorprender la capacidad de esta nefasta ideología para mutar su discurso y adaptarse a los nuevos tiempos. “Somos el partido más aburrido de la campaña”, se jacta un político de la formación ultra. La consigna de la AfD parecer ser rebajar tensiones, levantar el pie del acelerador y esperar sin infundir tanto miedo a los alemanes. El fascismo siempre llega al poder por la desidia e incompetencia de las democracias liberales decadentes.
Angela Merkel, la gran cancillera que parece haber llegado al final de su carrera política (su mandato pasará a la historia, probablemente, como el último recuerdo de la Europa humanista antes del advenimiento de los populismos neofascistas) nos deja un legado, el del cordón sanitario, al que todos los demócratas deberíamos rendir homenaje. No solo se posicionó inequívocamente a favor de la multiculturalidad y los derechos de los inmigrantes, sino que contribuyó a la estabilidad de la UE, redoblando esfuerzos políticos y económicos. Cuando su voz firme y potente deje de sonar en el Bundestag sin duda ese silencio será debidamente aprovechado por los partidos neonazis. Con Merkel los demócratas vivíamos mejor. Sin ella la xenofobia, el racismo y el antieuropeísmo lo tendrán mucho más fácil. Una buena noticia para Vox, el partido hermano de la AfD en España. Y Pablo Casado sin enterarse de nada.