El golpe de Estado futbolístico de Florentino Pérez

20 de Abril de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Florentino Pérez ya ejerce como el gran Napoleón del fútbol, el cardenal in pectore del selecto y elitista club de los equipos más poderosos de Europa. Su conspiración en la sombra contra la UEFA y la FIFA para crear una Superligaal margen de las competiciones oficiales ha supuesto un auténtico terremoto político y económico en todo el planeta. Periódicos, radios y televisiones dedican hoy amplios espacios al proyecto florentiniano y los gobiernos nacionales empiezan a tomar partido, unos posicionándose a favor, otros en contra, de tal manera que ha estallado la guerra mundial del fútbol. Boris Johnson ya ha declarado las hostilidadesy hará “lo que sea necesario para que la Superliga no salga adelante”, salvando la Premier, mientras que el Gobierno Sánchez, a través del Ministerio de Cultura y Deporte, ha filtrado que no apoyará un proyecto pensado y propuesto sin contar “con las organizaciones representativas a nivel nacional e internacional”. La convulsión es total en medio de la pandemia y las Bolsas europeas ya han notado las oscilaciones del maremoto. Esta vez, Florentino la ha liado parda.

Así va el partido que no ha hecho más que comenzar: a un lado del campo un grupo de millonarios golpistas del fútbol (financiados con el dinero del ladrillo y los petrodólares de los jeques árabes); al otro los gobiernos y las respectivas federaciones, o sea los representantes legítimos de las democracias europeas, que se sienten en la obligación de preservar las ligas nacionales, la cantera y los valores de un deporte limpio, solidario y en condiciones de igualdad para todos, es decir el fair play financiero que debe alumbrar toda competición o torneo. Esto ya no va de once contra once y de meter la pelotita en una portería, sino de oligopolio contra democracia; de corporativismo y trust empresarial contra el Estado de bienestar; de la dictadura del dinero impuesta por unos caciques de campeonato que tratan de imponer sus leyes de mercado frente a la soberanía nacional y el derecho de todos, clubes y aficionados, a poder tomar parte en una competición como ha ocurrido toda la vida. En definitiva, lo que hace el potencial dictador merengue es acabar de un plumazo con la lucha de clases, condenar a los equipos pobres al gueto de la Segunda División e instaurar el totalitarismo clasista del millonario.

Con todo, lo más irritante es que el presidente madridista pretenda convencernos de que todo lo hace “para salvar el fútbol, que está en un momento crítico, a punto de arruinarse”. Anda ya, que se deje de mesianismos baratos y se dedique a asfaltar carreteras, que es lo suyo. Que no nos venga el patrón de la Castellana con cursis sermones de seminarista del Opus Dei. Esto lo hace para salvar sus balances contables a final de año, por afán pesetero y para pillar su cacho de la tarta y de la gallina de los huevos de oro, que a este paso van a terminar por matarla entre todos. El gran delirio de Florentino es querer gobernar el fútbol bajo una perspectiva estrictamente empresarial cuando el fútbol es mucho más que un negocio, es ilusión, pasión de un pueblo, sentimiento, el sueño de mucha gente que anhela meterle un gol (y darle una patada en la espinilla) al vecino poderoso, aunque luego no gane el partido porque el árbitro está comprado y siempre barre para el más fuerte. Esa es la grandeza de ese deporte, que juegan once contra once, hombres y mujeres todos en calzoncillos y en igualdad de condiciones, de tal forma que cualquier cosa puede ocurrir al término de los noventa minutos.

Con su Superliga en la que siempre jugarán los mismos, los ricos, los opulentos, los masónicos adinerados del Club Bilderberg del balompié, se desvirtúa la competición, se reduce todo a contratos y a dinero y se disuelve la salsa del deporte, que no es otra que el desenlace inesperado, la sorpresa del alcorconazo o el alcoyanazo, es decir, la emoción de ver cómo un pobre proleta, un peón o bracero sudoroso del balón, sube al palco a recoger su copa y su gloria y de paso a hacerle un corte de mangas al señorito adinerado del otro lado del río.

Ya no cabe ninguna duda. Florentino Pérez es el Donald Trump del balompié. Si el presidente norteamericano puso el tablero internacional patas arriba cuando decidió sacar a Estados Unidos, unilateralmente, de organizaciones supranacionales como la OMS y las cumbres climáticas de la ONU, con su órdago a la UEFA (más bien golpe de Estado futbolero) el inquilino de esa otra Casa Blanca que es el Real Madrid dinamita no solo el nuevo orden mundial, sino la propia historia del fútbol y la esencia misma del deporte. Esta vez Florentino ha atravesado un peligroso Rubicón, y al igual que los grandes conspiradores y dictadores del pasado eran desterrados en islas perdidas (de donde ya no podían salir para seguir intrigando) el constructor madrileño de ACS y sus doce apóstoles del golpismo futbolero se enfrentan ahora a las duras sanciones federativas de Ceferin, Rubiales y Tebas, que amenazan con expulsar a los equipos levantiscos (Madrid, Barça y Atleti) de la Liga y de las competiciones europeas. Un auténtico drama tan absurdo como innecesario.

Todo rico se siente impune ante la ley y Florentino no iba a ser una excepción. Tantas horas de palco, tantas horas en el Olimpo alfombrado del Bernabéu con el mundo a sus pies, han terminado por hacerle perder la noción de la realidad hasta convertirlo en un iluminado o semidiós que se cree con derecho a privar a un niño rumano, griego o turco de la ilusión de ver cómo su equipo campeona entre los grandes. Su decisión por las bravas, su orden de romper con las instituciones oficiales que gobiernan el deporte rey para crear su propio torneo de ricos y para ricos, es una declaración de guerra en toda regla a los principios elementales de la democracia.

Hitler lanzó sus tanques contra Polonia; Florentino lanza sus excavadoras de ACS sobre la UEFAen una guerra relámpago o Blitzkrieg para terminar de aplastar los valores humanistas y reducir el deporte a cemento y dinero. Ya lo predijo Johan Cruyff: “El fútbol siempre debe ser un espectáculo”. En eso Florentino es más cruyffista que cualquier culé. La pela es la pela.

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