Normalmente, ha habido de esperar a que hayan pasado años para que se pueda leer con seguridad, cómo ha ido una guerra, cómo se ha preparado, quienes han sido sus propiciadores y quienes los beneficiados.
La ventaja de nuestro tiempo acelerado es que también se han acortado terriblemente los plazos para entender qué ha pasado en un conflicto y quien lo ha generado. Todos juegan a corto.
La Segunda Guerra Mundial no empezó el día en que un soldado abrió la verja para que un tanque de la Wehrmacht entrase en Polonia, se empezó a preparar años antes, el día que los nazis tomaron el poder en Alemania. El guión de la guerra fue escrito por el conglomerado industrial alemán, preciso de materias primeras y países esclavos. Otra cosa fue que apostaron por el enloquecimiento colectivo a las órdenes de un megalómano. Y se les fue de las manos.
Y a ese negocio, se apuntan todos. IBM fue el principal proveedor de tecnología para la gestión de los campos de concentración y la Gestapo. Estados Unidos vió la oportunidad en la guerra de quedar como potencia mundial con media humanidad cautiva a su complejo militar industrial, y Rusia igual; por eso entraron en ella como lo hicieron.
Pero sobretodo la invasión durante casi cien años ha sido mediática. Estados Unidos ha reescrito la historia de la humanidad a su favor tantas veces como ha querido. Ha sido el país que más golpes de estado ha propiciado, el que más estados ha invadido, el que cuenta con más muertos y desaparecidos por sus intereses. A partir de Vietnam, no ha sido ya posible esconder que los soldados americanos masacraban mujeres y niños, violaban, cañoneaban periodistas incómodos, envenenaban comunidades, y arrasaban con sus materias primas.
El último fiasco, Afganistán. Propiciar una nueva guerra es, pues, el mejor negocio que se puede hacer, aunque tu bando pierda; y además tiene la ventaja de que se olvidan los fiascos anteriores.
El problema se complica en el momento en que el guion lo escriben unos y la ejecución la efectúan no exactamente para quien ha sido diseñado que sea el vencedor.
El guión de la guerra de de Ucrania comenzó a escribirse a mediados de la época Trump, y bajo la premisa de que fuera éste el “salvador” de Europa, una Europa que debía tener dentro un potente portaaviones inglés que controlaría sus intereses. Pero éste perdió por los pelos y ha sido un presidente demócrata el que ha tenido que llevarlo a cabo. Y a los ingleses les acabaron dando puerta.
Un Trump, además, que nunca se ha podido sacar de encima las sospechas de una excelente relación interesada con el Kremlin, al que también le va de perlas dicha guerra. Para poder hacer sitio a las novedades, regularmente se debe actualizar el stock, sea de chicles, misiles o de tanques. Y así ha sido.
Exacerbando el nacionalismo y la agresividad de los ucranianos, se exacerbaba el nacionalismo de los rusos y el miedo de los europeos. Y todos a invertir más en armas, salvar a la industria de la guerra y a cerrar filas con quien manda en cada bando.
Putin ha hecho para occidente el papel de malo, y para oriente el de ser el único bastión frente al imperialismo americano. Y en casa, le ha permitido depurar a la oposición, como Stalin.
Todos han ganado, salvo los que sufren y los muertos. Y los que pagamos la fiesta, claro.