El holograma de Isabel II y la decadencia de las monarquías europeas

07 de Junio de 2022
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Imagen del holograma de Isabel II.

Pasados los fastos a mayor gloria de la reina Isabel II de Inglaterra, el “Jubileo de Platino” como han llamado los tabloides ingleses a los actos de homenaje por los 70 años de reinado isabelino, llega el momento del análisis político sobre un acontecimiento sin duda histórico. Todo se ha hecho con la mayor pompa y circunstancia, no se ha escatimado en gastos ni en patrioterismo imperialista, se ha movilizado a la guardia musical –esas viejas glorias del rock que empezaron siendo punkis callejeros y que hoy viven en lujosas mansiones como caballeros o lores–, y las televisiones han dedicado amplios espacios y publirreportajes sobre la vida de la monarca más longeva. En rigor, ha sido una gran operación de cosmética y maquillaje a la monarquía británica en la que, justo es reconocerlo, ha quedado acreditado que, pese a los escándalos y corruptelas de los Windsor, buena parte del pueblo británico sigue sintiendo un profundo afecto por esa mujer que en sus años de juventud se enroló en el ejército para curar a los heridos de la Segunda Guerra Mundial.

Durante varios días, la muchedumbre se ha congregado a las puertas del Palacio de Buckingham, como en época medieval, y no ha faltado de nada: confetis, fuegos artificiales, oropeles, banderas y banderines. Sin embargo, setenta años son demasiados, la Reina Madre ya no está para muchos trotes, y desde el principio se vio que no podría acompañar a sus súbditos en las alegres y multitudinarias celebraciones por las calles de Londres. Así que a alguien en palacio se lo ocurrió que era una buena idea crear un holograma de Su Majestad, proyectarlo dentro de una carroza dorada propia del cuento de la Cenicienta y pasearla por la City para que el pueblo pudiera aplaudirla y vitorearla. La escena quedó un tanto forzada y surrealista. La imagen electrónica que podía verse a través de la ventanilla de cristal del landó no era más que eso, una apariencia holográfica de la reina coronada y vestida de gala, una ilusión óptica, etérea. Un engaño, una ficción. Ella no se encontraba dentro del vehículo, pero daba la sensación de que sí, lo que no deja de ser una magnífica metáfora de una realeza que no es real, sino un sofisticado embeleco. Muchos ingleses desinformados creyeron que estaban viendo a la reina en persona y la aplaudieron a rabiar sin saber que en realidad era un muñecote virtual que saludaba y movía la mano muy flemáticamente, un guiñol electrónico muy bien meneado por los mayordomos de Buckingham, que hoy, además de preparar un té excelente con hojas aromáticas provenientes de las colonias, son todos ellos hackers y expertos en informática. Lo cual que hemos pasado de la monarquía como cuento de hadas y fábula Disney a la monarquía holográfica, intangible, fantasmagórica. Un nuevo estadio en la evolución de la realeza europea para seguir engañando al pueblo, que es de lo que se trata.

El montaje ha tenido éxito, eso no se puede negar, aunque visto desde España pueda ser motivo de mofa, befa y rechifla. Del paseo en suntuosa carroza de la copia digital de Isabel II se pueden extraer varias conclusiones. La primera que los tiempos cambian y la sangre azul se pudre. Las monarquías –no solo la anglosajona sino en general las europeas, entre ellas la borbónica española–, se han quedado anticuadas, anacrónicas, demodé. Pero no deja de sorprender la facilidad camaleónica que poseen todas estas instituciones arcaicas para adaptarse a los nuevos tiempos. La realeza decadente se aferra al trono como un koala a un árbol y cualquier día los ingleses clonan a Su Majestad, la criogenizan o la convierten en un cíborg inmortal lista para reinar otros setenta años más. Van a tener que echarle imaginación, van a tener que recurrir a ese tipo de trucos virtuales si quieren perpetuar la dinastía, porque los herederos que vienen por detrás no están a la altura de las expectativas ni aprueban en los índices de popularidad. Al príncipe Carlos y Camila se les ha pasado el arroz y ya les da bastante igual reinar o no. Ni el príncipe Harry ni Meghan Markle quieren el trono para nada, lo ven como una cárcel de oro que anula la libertad individual, así que viven un amor bohemio. Es más, toda la Familia Real británica está peleada, unos con otros, abuelas con nietos, padres con hijos, y así no se puede construir un futuro monárquico en condiciones.  

La sociedad británica vive un momento de incertidumbre. Con Boris Johnson acorralado por el Partido Tory y el escándalo del Partygate, con un país aislado tras el fiasco del Brexit y en manos de un nuevo supremacismo blanco euroescéptico y facha, los cimientos de la monarquía también se tambalean. Un terremoto similar se vive en España, donde Felipe VI y Letizia tratan de reconstruir las ruinas de lo que fue la Restauración Borbónica del 78. La Sexta está aireando, por entregas, los trapos sucios del juancarlismo, desmitificando estirpes y linajes, contando todo lo que no se había contado hasta ahora por el manto de silencio y la bula a la Casa Real, o sea las cuentas opacas en el extranjero, los safaris, las amantes, los listillos Urdangarines, los empresarios paganinis y la tragedia griega de Sofía. El derrumbamiento de una familia desestructurada, en fin. Hoy mismo cuenta la prensa que el rey emérito se está planteando no venir a las próximas regatas de Sanxenxo en vista del último show y del rapapolvo que le ha caído de Felipe, que le ha cantado una zarzuela en varios actos. En una de estas, los monárquicos fabrican un holograma de Juan Carlos I, lo suben al Bribón y lo pasean este verano por las rías gallegas. Viva el rey o lo que sea.

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