El país empieza a estar harto de la tabarra de Casado sobre los indultos

21 de Junio de 2021
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Pablo Casado, en una imagen de archivo.

El líder del PP, Pablo Casado, ha acusado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de intentar un “cambio de régimen” en España. A su entender, los indultos trampa son un desacato a la legalidad y un desfalco a la soberanía, de manera que el Ejecutivo estaría buscando blindar una segunda parte del procés para lograr, esta vez sí, la desconexión de Cataluña del Estado español. Pocas ideas más delirantes se le han oído decir a un político en activo, ya sea conservador o progresista.

Casado sigue dale que te pego con el discurso de que Sánchez forma parte de una conspiración judeomasónica/bilduetarra/separatista para romper España, pero si nos paramos a pensar solo un minuto, llegaremos a la pregunta del millón: ¿qué beneficio saca este señor metiéndose en todo este berenjenal secesionista? Tiene los presupuestos aprobados (no necesita para nada de los independentistas), Ursula von der Leyen le ha dado una palmadita en la espalda y hasta la patronal de Garamendi y los curas catalanes avalan su estrategia política. Si realmente lo que busca Sánchez es mantenerse en la poltrona, como sugiere Casado una y otra vez, lo lógico sería apartarse del fuego catalán, que quema como un cañón recién disparado. Se mire por donde se mire, el relato del supuesto referente conservador no tiene ningún sentido.

Tratar de convencer a los españoles de que el presidente es un felón que conspira todo el rato contra España es una idea enrevesada, embrollada, difícil de entender para alguien con un mínimo sentido común. Pero como España es país de fanáticos que no reflexionan nunca y compran la primera gallofa que les da de comer el salvapatrias de turno, él sigue tirando carrete, a ver si el PP despega en las encuestas de una vez.

Aquí la clave es si el intrincado culebrón que Casado ha montado a costa de los indultos puede darle para convencer a una mayoría de españoles y llegar a la Moncloa algún día, lo cual parece difícil. Hace una semana ya vimos cómo la carpa del circo se le desinflaba estrepitosamente en la plaza de Colón, a la que acudieron no más de 25.000 personas según la Delegación del Gobierno (luego el PP dijo que asistieron tropecientos mil, pero no se lo creyó nadie). ¿Y qué podemos decir de la recogida de firmas contra los indultos, otra maniobra a la desesperada para descabalgar a su odiado enemigo? Casado ha llenado España de mesas petitorias y lo único que ha conseguido es acelerar la catalanofobia en España y el antiespañolismo en Cataluña. Es decir, el hombre va sembrando el odio por donde quiera que va, un odio espeso y cainita que se enquista y arraiga.

Si Casado tuviera un poco de cabeza se detendría a pensar, al menos por un instante, si el guerracivilismo que anda promocionando a destajo solo para que no le cuelguen el sambenito de blando, para que Díaz Ayuso no le quite el puesto y para que Abascal no le coma la tostada populista es lo que necesita el país en este momento. España requiere tranquilidad, mucha tranquilidad, sosiego e ir cerrando heridas, no abriéndolas. Jugar con la víscera, la bilis, los sentimientos exacerbados, el patriotismo y otros peligrosos detonantes dialécticos no lleva a nada bueno, solo a empeorar la situación.

Sin embargo, lejos de contribuir a calmar las aguas para crear un clima de entendimiento y diálogo, que es lo que está pidiendo la inmensa mayoría de la sociedad española, Casado sale una una y otra vez a la calle con el garrote al hombro, como ese rudo Pedro Picapiedra que ya solo vive para cazar el brontosaurus, o sea Sánchez. El jefe de la oposición sigue con la matraca de que el Gobierno de coalición se ha aliado con los presos soberanistas por alguna extraña razón inconfesable cuando de lo que se trata aquí es de evitar una gran tragedia nacional, como sería el desmembramiento definitivo del Estado español.

La mejor prueba de que Sánchez no está en contubernio con los separatistas es que hoy, mientras presentaba su proyecto de reconciliación con Cataluña en el Liceu (un lugar perfecto por otra parte, ya que todo este tinglado del procés hace ya tiempo que no es más que teatro, puro teatro) un grupo de unos 300 ultras indepes le ha increpado a las puertas del teatro, le ha insultado gravemente y le ha recordado que no es bien recibido en Barcelona, como cualquier españolazo. La reacción es lo normal teniendo en cuenta que el presidente del Gobierno es un político que apuesta por la unidad de España, por la defensa de la Constitución y por el futuro de la monarquía.

Pero no ha quedado ahí la cosa. Una vez dentro, el aspecto del Liceu medio vacío resultaba revelador, señal inequívoca de que el premier socialista no es santo de la devoción de más dos millones de catalanes republicanos. Y además otro grupo radical reventaba el acto, cortando en varias ocasiones el discurso del presidente bajo el título de Reencuentro: un proyecto de futuro para toda España. No parece, por tanto, que Sánchez levante demasiadas simpatías en Cataluña, vamos que no da el perfil de incendiario CDR y enemigo de España que pretende atribuirle Casado.

Casado y su negro

Pese a todo, el jefe de los genoveses insiste en que el Gobierno de coalición se ha entregado descaradamente a los secesionistas. Estamos ante un hombre de discursos floridos, casi siempre ingeniosos en la forma, en el chistecito fácil y en el tropo literario, pero por lo general totalmente vacíos de contenido. ¿Quién es el negro cipotudo que le escribe los sermones a Casado en el estilo retórico inflamado y sobreactuado de Pemán? No lo sabemos. Lo que sí parece claro es que el autor, sea quien sea, pretende conseguir el efecto literario, ácido, corrosivo contra Sánchez. Luego que diga algo interesante sobre cómo sacar a España del laberinto catalán eso ya es harina de otro costal.

Definitivamente, Casado nunca aporta soluciones al problema territorial (si tiene alguna los españoles la desconocen a fecha de hoy) y se limita a hacer humor a costa del sanchismo (unas veces con más fortuna que otras). Podría decirse que al presidente del PP le gustaría ser el Gila de la política, un humorista más que un político, renunciando al papel de estadista capaz de resolver los graves problemas del país, como es la decadencia del modelo autonómico. O dicho de otra manera: de proyecto para España ná de ná, todo es humo, fanfarria, trompetería y fuegos artificiales.

La última idea fuerza que Casado ha querido transmitirnos hoy es que Sánchez prepara un cambio de régimen, algo así como un golpe de timón sin contar con la voluntad de los españoles. La tesis es como para descojonciarse vivo. El presidente del Gobierno no puede estar pensando en hacer algo así sencillamente porque acabaría entre rejas como Junqueras y los suyos y Sánchez puede ser cualquier cosa menos tonto. Sin embargo, Casado no renuncia a su nuevo macguffin, un paso más en su delirante estrategia política que consiste en convertir al líder socialista en una especie de diablo con rabo y cuernos. El eterno candidato a la Moncloa se ha encerrado con su juguete roto, que diría Marsé. El juguete es el mantra de los indultos, que al ciudadano, harto de todo, ya empieza a darle un poco igual (el tema está sobado y más que amortizado). A Casado hay que dejarlo solo porque es como un niño llorica y en pataleta con sus cosas. Sánchez malo y traidor. Buaa buaa.

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