Alberto Núñez Feijóo está convencido de que el Gobierno caerá antes de que se agote la legislatura. Y ha diseñado toda su estrategia política en clave de elecciones anticipadas. En ese contexto ha convocado el congreso del partido a celebrar el próximo mes de julio. Mucho se ha hablado sobre las razones que explicarían la convocatoria del “cónclave” popular, tal como lo ha definido, erróneamente, el propio líder gallego. Y una de ellas es el “runrún” que circula en la organización conservadora española. Desde que llegó a Madrid para suceder a Pablo Casado y reflotar un proyecto que estaba herido de muerte (por la corrupción y por las deudas, ya que ni siquiera tenían dinero en la caja para costear la opulenta sede de Génova 13) el liderazgo de Feijóo siempre ha sido cuestionado. Las heridas de aquella lucha fratricida entre ayusistas y casadistas no se cerraron con la llegada del nuevo jefe a Madrid y de aquellos polvos estos lodos.
En el PP hay familias, como en todas partes. Están los supuestos moderados con Feijóo y su delfín Borja Sémper a la cabeza. Está Ayuso y su grupo salvaje de escuadristas duros próximos a Vox (el trumpismo por otros medios o trumpismo castizo). Y luego está la tercera vía, Moreno Bonilla, que no es ni una cosa ni la otra, un ni contigo ni sin ti, ni chicha ni limoná. El presidente andaluz, con su estilo particular, promueve una suerte de populismo andaluz de señorito bien, el paternalismo caciquil de toda la vida con apariencia de sensibilidad social. Un rebujito político que sube como un dulce colocón en la Feria de Abril pero que, pasado el rato, deja resaca y una sensación de cierto vacío existencial.
Podríamos hablar de otras diferentes familias, aunque estas con menos proyección de futuro, como los mazonistas y los campsistas valencianos, que estos días andan a la gresca, como pirañas dándose dentelladas por el poder. O los democristianos ilustrados y culturetas de Margallo, gente con el sueño de que una derecha europea limpia y aseada es posible, pero que en un partido de hooligans como este han quedado reducidos a la categoría de gueto y no merecen ni una línea más en este somero artículo.
Feijóo sabe que todo ese cóctel explosivo (su liderazgo cuestionado y los que sueñan con moverle la silla) puede explotar algún día. De ahí las prisas por convocar el congreso, mayormente por ir cerrando temas. El problema es que él ya no tiene el control. Se ha acercado tanto a Vox que nadie en el PP considera a estas alturas que los radicales exaltados de Santi Abascal sean un problema para gobernar España, por mucho que los liberales y conservadores europeos le aconsejen ponerle un cordón sanitario a los ultras, como ya ocurre de Pirineos para arriba. Lo que ha hecho Feijóo con el PP ha sido cocina fusión a la gallega y ese plato ya se digiere con entera normalidad entre la militancia y los cuadros directivos. Nadie nota el sabor extraño de la nécora fascista.
Hay quien cree que la supervivencia de la derecha democrática española depende de que el PP sepa cómo superar el trance ultra, reinventarse y salir indemne. O como dice Carlos Cué, “cómo separar al PP de Vox”. El congreso debería servir para marcar perfil y programa propio y romper definitivamente con los nostálgicos del Régimen anterior, y no solo con los voxistas, también con Se Acabó la Fiesta, el partido de Alvise que podría arañar algún escaño trascendental, según las últimas encuestas. No lo harán. Feijóo es tan conservador que es capaz de dejar el barco tal como está, sin mover nada, así se hunda. De modo que el cónclave va a servir para bien poco. Desde luego no para consumar el divorcio con los ultras. En todo caso será uno de esos eventos audiovisuales con mucha pirotecnia, escenarios kilométricos y pantallones inmensos. Mucha pintura azul eléctrico, mucho grito de presidente, presidente y poca idea renovadora. Canapés y propaganda a mayor gloria de un jefe frágil que necesita de fastos de este tipo para asentar su liderazgo mientras Sánchez resiste (el último informe de la UE asegura que la economía española va como un cohete, de modo que sin convulsión social no hay posibilidad de cambio).
Así las cosas, cabe preguntarse qué pasará si, llegado el momento de unas nuevas elecciones, ya sean anticipadas o cuando toque, el PP feijoísta no consigue alzarse con la victoria. Y no valdrá ya con ganar los comicios en número de votos, tendrá que reunir la mayoría necesaria para poder gobernar (ya sea sumando escaños con el PNV, con Puigdemont o con Coalición Canaria). A Feijóo solo le queda una bola, la bola extra, el match ball. Y si falla puede darse por liquidado, por no decir por jodido. No habrá más oportunidades. Un PP aquejado de un segundo coitus interruptus pese al escenario diabólico para Moncloa –o sea el valioso cable del juez Peinado (implacable inquisidor de Begoña Gómez), la caza de brujas contra el fiscal general del Estado, lo de Ábalos y Koldo y lo del hermanísimo, más los apagones y el caos ferroviario–, sería letal para el Partido Popular. Hay mucha gente en la derechona de este país que no soportaría otros cuatro años más de sanchismo, mucho menos cuando ya ha caído el último bastión izquierdista portugués. Un mundo completamente trumpizado y facha con un presidente sociata, el último de la Filipinas socialista, el oasis bolivariano español, provocaría más de un derrame cerebral. A Eduardo Inda le entran los sudores fríos solo de pensarlo. Por tanto, la conclusión no puede ser más que esta: otra derrota de Feijóo y habrá terremoto en el PP. ¿Ayuso lideresa al fin? ¿Un Vox hegemónico y capitaneando el reagrupamiento de toda la derecha hispana? ¿Una escisión de ese PP moderado que no renuncia a un conservadurismo a la europea? Quién sabe.