El rey emérito recurre al despacho de abogados que asesoró al colonialista Rhodes y al fascista Marconi

09 de Septiembre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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El rey emérito

El rey emérito Juan Carlos I ha contratado los servicios del despacho de abogados Clifford Chance para que lo defienda ante las graves acusaciones vertidas contra él por Corinna Larsen, que implica al monarca en una maniobra con los servicios de inteligencia españoles para hostigarla, amenazarla, difamarla y espiarla. Todo el mundo tiene derecho a un abogado y a una defensa justa, hasta un rey inviolable, aunque se trate de un monarca en horas bajas y caído en desgracia. Sin embargo, llama la atención el carácter aristócrata, elitista y de rancio abolengo del despacho elegido por el emérito, ya que Clifford Chance (así se llama el bufete fundado a comienzos del siglo XIX) forma parte del prestigioso grupo de firmas de abogados de élite, el conocido como Magic Circle o Círculo Mágico. Es decir, la crème de la crème de los leguleyos europeos.

La pertenencia de Clifford Chance a ese exclusivo club de letrados se debe a que acredita unos ingresos totales de más de 2.000 millones de euros, lo que coloca a este gabinete entre las mejores firmas del mundo en su sector. Sin embargo, al rey emérito no le beneficia entrar en ese Círculo Mágico que remite irremediablemente a algo oculto, esotérico, una especie de club exclusivista y cerrado a la manera de una antigua logia masónica solo para gente poderosa. La vida del monarca no necesita de más morbo ni de especulaciones conspiranoicas. Ya tiene bastante con lo que tiene. De ahí que la multinacional Clifford Chance no parezca la mejor elección de asesoramiento legal para nuestro autoexiliado monarca.

El rey emérito podría haber contratado los servicios de un abogado de Madrid de los de toda la vida, que los hay y muy buenos, uno de esos profesionales artesanos, prestigiosos y honrados, a ser posible calvo (los calvos inspiran confianza) que va de pinchos por Malasaña y se para a charlar con sus paisanos por la calle, lo cual transmitiría sensación de campechanía y menos elitismo. Pero no. Para rizar el rizo del escándalo, para marcar cartera, el emérito tenía que contratar su defensa con los señores de una especie de gran Club Bilderberg judicial que ya andaban representando los intereses de las poderosas dinastías hace más de dos siglos.

Los fundadores de Clifford Chance defendieron a uno de los más grandes artífices del imperialismo británico, Cecil Rhodes, un ricacho de ambición desmedida que con su pionera compañía británica, allá por el siglo XIX, fundó Rodesia (hoy Zimbabue y Zambia), y que precisó de los asesoramientos de este bufete cuando emprendió su infame negocio de extracción de diamantes en Sudáfrica. Por aquella magistral película de Leonardo Di Caprio ya sabemos lo que llevó el hombre blanco a África cuando se dejó arrastrar por la fiebre diamantina: guerras, crímenes, explotación y aniquilamiento de tribus enteras. Rhodes fue un colonialista hasta las trancas, uno de esos que chuparon hasta la última gota de la teta de la madre África y que tenía ideas abiertamente racistas. A él se le deben frases antológicas como que los blancos son “la primera raza del mundo” o “cuanto más mundo habitemos [los blancos], mejor será para la raza humana”. La mayoría de los historiadores lo califican de imperialista despiadado, además de supremacista, y en la actualidad algunos activistas exigen que se retiren todos los monumentos en su memoria. O sea, que aquel primer cliente de Clifford Chance era un hombre como para quitarle la placa de la calle.

El emérito y Clifford Chance

Pero la curiosa nómina de personajes peculiares que recurrieron al bufete londinense no queda ahí. La compañía también asesoró en sus negocios al célebre Marconi, inventor de la radio y una de las mentes más preclaras de su tiempo, aunque de apellido mancillado, ya que en 1923 el padre de uno de los grandes descubrimientos del siglo XX se unió con fervor al partido fascista italiano. En 1930, el dictador Benito Mussolini lo nombró presidente de la Real Academia de Italia, lo que convirtió a Marconi, ahí es nada, en miembro del Gran Consejo Fascista. Haber defendido los intereses legales de un tipo así tampoco es como para presumir, más bien lo contrario, pero eso al rey emérito le da igual siempre que su equipo de letrados lo saque del atolladero en el que se ha metido.

Como nota curiosa, cabe destacar que los antepasados de Clifford Chance que vivieron hace un siglo ayudaron a Midland Bank a recuperar sus activos en Rusia después de la revolución bolchevique de 1917. Es decir, que los juristas de este despacho muy comunistas nunca fueron.

Todo lo cual nos conduce a una conclusión inmediata: Juan Carlos I está demostrando una gran habilidad para tomar malas decisiones en los últimos años de su vida. Que ahora contrate a un despacho de abogados extranjero que ha defendido a lo peor de cada casa a lo largo de la historia no lo deja bien parado. Es cierto que el emérito no va a ir precisamente descalzo y sin abogados a su mediático juicio con Corinna. Pero la pasta que le va a costar ese nutrido gabinete de ingleses de traje y bombín sería suficiente como para quebrar las maltrechas arcas del Estado español. Esperemos que esta fiesta la pague él de su propio bolsillo, que dinero no le falta. Eso sí, su foto con el elefante a los pies ya cuelga en los pasillos del flamante bufete británico, junto a la de Rhodes, Marconi y otros polémicos personajes de la historia más negra de la humanidad. Un triste museo en el que más le hubiese valido no entrar.

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