En campos de la extrema aridez como el de la actividad política española hay poco espacio para el romanticismo. Eso también incluye a la Transición. Estar en el lugar de lo público es, en sí mismo, un ejercicio de contorsionismo que dibuja una elipsis entre la vocación, el convencimiento o la necesidad personal de hacer algo y la egolatría de todo aquel que habla, más para escucharse que para ser oído.
En España, estar en la arena pública es una actividad de alta peligrosidad. Desde las más altas esferas de la política nacional hasta las reuniones de la comunidad de vecinos, pasando por el hecho de abrirte una cuenta en Twitter. El ejercicio de la vida pública en España es poco menos que dibujarte una diana en el pecho y pedir que revienten a tiros desde las azoteas.
Ejemplos
Nuestra historia política moderna está llena de ejemplos. El sistema ha ido machacando sin piedad a generaciones de políticos que han sido devorados y amortizados para la actividad cuando apenas habían llegado a la mitad de sus vidas. Felipe González, José María Aznar, Susana Díaz, Pablo Iglesias, Cristina Cifuentes, Soraya Sáez de Santamaría, Adolfo Suárez…la lista de nombres puede ser larga; la de las diferentes causas que dieron al traste con su tiempo político, también.
En España, estar a la vista es difícil y lo es porque nuestra sociedad no nace desde la participación pública.
La ética
La ética que está en el centro de lo que somos como grupo es la ética de la exclusión. Desde el alumbramiento del concepto histórico de España, el propio poder, que no es un poder objetivo y a la vista, sino una fuerza invisible, una dinámica, una costumbre, llamémoslo como sea; nos hace pensar que lo natural es estar en casa sin meterse en nada, que lo bueno es no ser vista, pasar desapercibido por la vida de los demás.
En España, primero la Inquisición y después el franquismo nos dejó bien asentado en las entrañas que no estar era estar vivos, que no decir era estar libres, que la única forma de ser era no querer ser a tu manera.
Nuestra sociedad no está construida desde la confluencia en el espacio común de todas aquellas personas que quieran acercarse y aportar, sino desde el reparto interesado que hace un poder, que ya no sabes dónde radica, en el que solo participan unos pocos que, además, intentan engañarse unos a otras y en una segunda derivada engañarnos a todas las demás.
Es en ese espacio árido y hostil, en ese ambiente cargado, seboso y lúgubre como el de una mancebía de la Sevilla del Siglo de Oro, que en la historia de España es dónde habita la fuerza del poder, es dónde la sociedad puede encontrar el hecho romántico que la reconduzca como grupo: el velo de la ignorancia.
La epistemología del pacto
Entre las epistemologías de nuestra transición; la del pacto transicional es sin duda la piedra angular que nos ayudaría a explicar el por qué de las cosas en la España de hoy. Para John Rawls, uno de los teóricos más importantes del pacto social del Siglo XX, este, es un encuentro en el espacio público entre maneras diferentes de entender la vida buena. A ese espacio se llega desde unas posiciones originales y basándose en dos principios de justicia: el de igualdad y el de diferencia; los participantes del encuentro, toda la sociedad, buscan establecer consensos entrecruzados de manera que ninguna de las posiciones se vea totalmente excluida y de que todas puedan beneficiarse de la paz y la estabilidad que la no participación de las posiciones minoritarias pondría en peligro. El tercer elemento es el velo de la ignorancia, en el que se manifiesta la incertidumbre que las partes sienten al iniciar el camino común. En ese momento, los participantes se relacionan desde la confianza mutua, a pesar de los intereses encontrados, confianza mutua que tampoco se dio en el pacto transicional español.
En el caso español se definen claramente las partes que participaron del espacio de encuentro y las que no lo hicieron. El primer participante al que se identifica es Juan Carlos de Borbón, heredero de la monarquía española restaurada por voluntad del dictador Francisco Franco tras su muerte. El segundo participante es el aparato del régimen franquista; viejas élites que buscaban mantener su cuota de presencia, disolviendo sus posiciones en organizaciones políticas de nuevo cuño, pero que lejos de desaparecer se acuartelan sabiendo que el resto de los sistemas (el económico y el judicial) les permitirán, llegado el momento, volver del retiro y ocupar el espacio que sienten legítimamente suyo. La tercera parte son las nuevas élites políticas elegidas discrecionalmente por Juan Carlos de Borbón y los representantes del aparato franquista, encabezado por el jefe de Falange, Adolfo Suárez, que aceptan participar de la invitación y formar parte de una negociación en la que los pueblos de España fueron los grandes excluidos.
En ese escenario, el velo de la ignorancia, que debe ser inherente a cualquier proceso de pacto social, no existía. Juan Carlos sabía que con aquello podría ejercer de Borbón como todos sus antepasados, nada de responsabilidad y mucha capacidad de disfrute. El franquismo sabía que ese era el camino para mantener vivas, aunque latentes, las fuerzas que les permitieran volver cuando llegará el momento. Las nuevas élites sabían que en lo que estaban participando nada tenía que ver con un proceso constituyente, pero la cercanía del poder para los perdedores de una guerra, incapaces de derrocar al tirano que murió en su cama, era una tentación demasiado fuerte.
Los únicos que mantenían el velo de la ignorancia en esa situación fueron los excluidos del consenso alcanzado: Los pueblos de España. Gente que, desde su posición inicial, la de un pueblo oprimido en su mayoría durante casi cuarenta años de Dictadura, fue coherente con su indefensión apre(he)ndida y dejó en manos de otros lo de estar al frente, porque en España todo el mundo sabía que lo bueno era no estar en política. De esa manera, el pueblo participa, desde la no participación, en el momento constituyente que da como resultado: impunidad para Juan Carlos, opciones de permanencia para el franquismo y, a cambio de eso, acceso al poder para unas nuevas élites políticas que rompen con las estructuras de resistencia que las organizaciones habían mantenido en el exilio.
Las epistemologías de la transición española van decantado conclusiones que cada vez se alejan más de la imagen ejemplar que se han tratado de imponer. La realidad social y política del momento español dice que, desde la perspectiva del pacto, la degradación de las instituciones democráticas surgidas del 78 y su incapacidad de responder a las promesas realizadas en nombre de la modernidad, que los participantes del pacto asociaron a la llegada del nuevo sistema; evidencia que la ausencia de los elementos que deben concurrir en un pacto social desde, como el que se pretendió escenificar en España, los límites del liberalismo, condenan a nuestra sociedad a una situación que la incapacita para poder desarrollar, un proyecto democrático verdaderamente plural, participativo y social.