Europa necesita 60 millones de inmigrantes pero Vox pide cerrar fronteras

13 de Julio de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
Guardar
Santiago Abascal, líder de Vox, apuesta por cerrar fronteras.

Publica La Vanguardiaque Europa necesita sesenta millones de inmigrantes para sobrevivir en el futuro. Al momento, Vox ha puesto un tuit en el que suelta su habitual bilis xenófoba: “Propaganda globalista en busca de la sustitución demográfica de nuestro pueblo. Europa no necesita 60 millones de africanos porque entonces dejará de ser Europa. Europa necesita incentivar el empleo juvenil, defender la familia y fomentar la natalidad de los europeos”. Más claro agua: racismo, pureza de sangre, elitismo y miedo a que el español se mezcle con el negro que llega de África.

El núcleo fuerte del programa ultraderechista del partido de Santiago Abascal se centra en la inmigración. Básicamente, para eso están aquí, para levantar un muro entre personas y culturas y para frenar las políticas de igualdad entre hombres y mujeres, blindando y poniendo a salvo el patriarcado supremacista y macho. El xenófobo no es ni más ni menos que aquel que proclama la superioridad de la cultura autóctona, despreciando la de otros, generalmente minorías étnicas a las que considera de un rango inferior.

Xenófobos los hay de dos tipos fundamentalmente: está el que pese a haber acumulado cierta cultura, educación y posición social llega a la conclusión de que el extranjero es un peligro que amenaza a los de su estatus; y el que nunca ha leído nada y no sabe que el homo sapiens nació en la sabana africana, de tal manera que todos somos descendientes de la abuela Lucy, un homínido que correteó por Etiopía hace más de tres millones de años. Todos los seres humanos son carne de la misma carne, ramas del mismo tronco, y no hay ninguna diferencia sanguínea o biológica que separe a unos de otros.

Ninguno de los dos tipos de xenófobos a los que nos referimos en esta columna nace xenófobo, más bien se hace xenófobo por diferentes causas y circunstancias históricas, sociales y políticas. El primero (el dandi de pañuelo de seda al cuello) obedece al miedo a perder unos privilegios económicos y de clase mientras que el segundo sencillamente se traga las mentiras del primero por ignorancia, desesperación u odio. Ambos polos de la xenofobia, líderes y bases, se retroalimentan, de tal forma que un partido supremacista como es Vox necesita de ambos perfiles para estructurarse y sobrevivir con éxito. El señorito ordena y marca la pauta a seguir y el subordinado, servil y adocenado, obedece sumisamente sin pensar ni cuestionarse nada (el irracionalismo, la jerarquía y el culto al líder son rasgos principales de todo partido autoritario, nacionalista y xenófobo). En esas formaciones políticas neofascistas no se piensa, ni se reflexiona, ni se medita, porque cualquier actividad filosófica racional lleva irremediablemente a la verdad, que es el peor enemigo del negacionismo totalitario.

Vox y el supremacismo

Obviamente, los datos, la ciencia y las estadísticas siempre están contra el partido xenófobo. En este caso todos los informes oficiales de la UE nos advierten de que la vieja Europa es cada día más vieja, de modo que necesita savia nueva, retoños, niños, jóvenes, o de lo contrario colapsará por propio agotamiento demográfico. La curva de natalidad y la gráfica del envejecimiento es tan explosiva y letal para la supervivencia del ser humano como la curva epidémica, aunque se le suela prestar menos atención. Desde hace décadas, los europeos hemos decidido tener pocos hijos (una media de uno o ninguno), un fenómeno que sería largo y arduo de explicar aquí y que obedece a varios factores, entre ellos la devaluación del concepto de familia, que ya no es una prioridad y los jóvenes la relegan a un segundo plano ante otros objetivos como el éxito laboral, la realización personal y el “vivir la vida”; la pérdida del sentimiento religioso (hemos dejado de creer en el mandato bíblico del “creced y multiplicaos”, pilar fundamental del nacionalcatolicismo); y las recurrentes crisis económicas, políticas y sociales que no invitan precisamente a traer a más gente a este desgraciado mundo (si una pareja no puede comprar una casa, ¿cómo demonios se puede plantear formar una familia?).

La revolución de los valores humanos, el cambio de paradigma, está detrás del misterioso asunto del envejecimiento de la población en las sociedades ricas. Es evidente que tenemos un grave problema porque si los nacimientos siguen cayendo en picado llegará un momento que el Estado de bienestar no podrá financiar los servicios públicos más básicos –entre ellos la sanidad, la educación y las pensiones–, y la civilización humana colapsará sin remedio. No nos queda otra salida, por tanto, que abrir fronteras, dejar entrar a la gente que está llamando a nuestras puertas, mezclarnos, mestizarnos, multiculturizarnos. Y ahí es donde entra el último bastión del primitivismo tribal, el reaccionarismo cristiano y el supremacismo racial para impedirlo. Abascal en España, Le Pen en Francia, Orbán en Hungría, Johnson en Reino Unido y otros cruzados en defensa de la pureza de la sangre europea.

Las recetas voxistas para mejorar la curva de natalidad son sencillamente pueriles y no podrían funcionar ni dándoles un plazo de mil años. Solo bonificando a las familias numerosas, fomentando la natalidad y animando a las mujeres a parir “como conejas”, como se decía antaño y como propone el partido ultra, no se conseguirá nada porque la vida ha cambiado radicalmente desde el franquismo, cuando las españolas se veían obligadas a hacer lo que decía el Tío Paco y todo por la patria. La liberación feminista ha transformado el mundo y ahora son ellas, en ejercicio de su soberanía corporal y existencial, las que lógicamente deciden si quieren tener hijos o no.

Abascal y los suyos pretenden cambiar las mentalidades y conciencias, someter a las españolas a regresión para que acepten los mandamientos católicos de antaño, el cásate, sé sumisa y ten muchos hijos como manda la Santa Madre Iglesia. El problema es que ese delirio nostálgico no volverá jamás, ni siquiera sometiendo a las mujeres a intensivos cursillos y terapias nacionalcatolicistas, como hacen con los homosexuales para curarles “el mal”. Por cierto, el papa Francisco ya ha dicho que esas terapias de reversión deben ser eliminadas con urgencia porque causan un enorme daño psicológico. Que vaya tomando nota Abascal.

Lo + leído