Feijóo, el líder del partido de la Policía patriótica, pide dimisiones por Pegasus

06 de Mayo de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Feijóo en una imagen de archivo.

Feijóo ha visto chollo electoral en el caso Pegasus y ha entrado a saco en el tema. Si ayer exigía elecciones anticipadas cuanto antes, hoy pide que rueden cabezas por el asunto del espionaje copiándole la estrategia a Pablo Echenique y Unidas Podemos. Al líder del PP todo este feo asunto le parece muy escandaloso, intolerable, de modo que ha dado un paso al frente para ponerse a la vanguardia de los activistas defensores de los derechos humanos, principalmente el derecho a la intimidad constitucionalmente consagrado. “Lo que vemos estos días con la gestión del espionaje a través de Pegasus parece tener como único o principal objetivo tranquilizar a los socios independentistas del Gobierno, en vez de velar por la seguridad nacional”, asegura poniéndose estupendo.

Llevamos años soportando la demagogia barata del principal partido conservador de este país, pero esto de rasgarse las vestiduras porque los espías espían es como para frotarse los ojos. No se había visto antes. Si damos un somero repaso al currículum reciente del Partido Popular no podremos más que concluir que estamos ante una fuerza política que ha practicado el espionaje a calzón quitado, con devoción y sin ningún pudor. Espiar a otros ha sido el gran deporte del PP, mucho más que el pádel que fue puesto de moda por Aznar. Hay tanto material y casos acumulados en los archivos de Génova que podemos hacer una lista de memoria, sin necesidad de tirar de Wikipedia. Por ejemplo, la Gestapillo, aquella red montada desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid para vigilar a los rivales políticos de Esperanza Aguirre; o el espionaje a Ignacio González; o el escabroso asunto de las cremas que hundió la carrera política de Cristina Cifuentes (el famoso vídeo y la campaña para colgarle el cartel de cleptómana fue un claro ejemplo de fuego amigo). Todos estos turbios expedientes que pivotaron alrededor del PP madrileño, hundiendo reputaciones ajenas y la propia credibilidad del partido como organización respetuosa cien por cien con los valores democráticos, quedaron debidamente enterrados y sin condena firme.

Pero hay más, mucho más. Feijóo no se acuerda ya de la Policía patriótica, aquel grupo salvaje de mercenarios que hizo nauseabundos seguimientos a la disidencia durante la etapa de Jorge Fernández Díaz al frente del Ministerio del Interior. El dictamen final de la comisión parlamentaria de investigación, aprobado por todos los grupos parlamentarios excepto Ciudadanos, que se abstuvo, y el Partido Popular, que votó en contra (no solo espían sino que no quieren que se sepa), no pudo ser más concluyente y demoledor: “En el Ministerio del Interior, bajo el mandato del señor Fernández Díaz, usando de manera fraudulenta el catálogo de puestos de trabajo, se creó una estructura policial (…) destinada a obstaculizar la investigación de los escándalos de corrupción que afectaban al Partido Popular y al seguimiento, la investigación y, en su caso, la persecución de adversarios políticos”. Entre las víctimas del espionaje estaban el nacionalismo catalán (el exalcalde de Barcelona, señor Trias, a quien le inventaron cuentas en Suiza), el PSOE y Unidas Podemos (véase el tristemente célebre Informe PISA, acrónimo de Pablo Iglesias Sociedad Anónima, un falso montaje sobre financiación de Irán y Venezuela fabricado para hundir al partido morado en sus años emergentes). “Estas decisiones han supuesto una inaceptable utilización partidista de los efectivos, medios y recursos del Departamento de Interior y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con un abuso de poder que quebranta reglas esenciales de la democracia y del Estado de derecho”, aseguraba el documento elaborado por el Congreso de los Diputados.

Más recientemente nos hemos encontrado con el presunto espionaje al hermano de Isabel Díaz Ayuso, que recibió una supuesta comisión por el contrato de compra de mascarillas para la Consejería de Sanidad en uno de los peores momentos de la pandemia. El PP siempre ha negado que se espiara al Hermanísino, pero Pablo Casado puso todos los números de las comisiones y mordidas encima de la mesa para airear la cacicada. “Cuando morían setecientas personas al día, ¿puedes contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros?”, proclamó ante la prensa. Fue la primera vez que Casado denunció públicamente los chanchullos y tejemanejes en su partido (hasta ese momento siempre había mantenido que la corrupción del PP era cosa del pasado). Sin embargo, no le fue precisamente bien haberse puesto el traje de honrado Robin Hood, si tenemos en cuenta que terminaron decapitándolo políticamente y enviándolo al vertedero de la historia. Seguramente hoy el bueno de Pablo se arrepienta de haber dado aquel decisivo paso adelante para comportarse como un ciudadano honrado. “Si me hubiese callado como siempre, aún sería presidente del PP”, debe estar pensando. Pobretico, qué lastimica.

Hace bien Feijóo en pedir cabezas por el espionaje Pegasus. Cabezas van a tener que rodar (la de Paz Esteban, directora del CNI, tiembla ya como la de María Antonieta). Cualquier demócrata cabal pediría cabezas, responsabilidades, ceses, luz y taquígrafos en este lamentable episodio. Hasta Podemos lo hace. Nunca antes habíamos visto un Gobierno pidiendo la dimisión de sí mismo. Lo de la formación morada constituye un extraño y esquizofrénico caso de desdoblamiento de personalidad digno de estudio en las facultades de psiquiatría. Meter purgante o depurativo en ministerios como Defensa, Interior, Exteriores y hasta en el CNI se antoja necesario para limpiar las entrañas y cloacas del Estado. Pero cuesta trabajo entender que el PP, el partido que creó el caldo de cultivo perfecto para siniestros personajes como Villarejo (un hombre que iba con la grabadora a todas partes y que tiene reocogidas conversaciones con media España) se ponga ahora exquisito. En este país se espía demasiado, mucho y mal. Sobre todo el PP.

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