Guerra en Ucrania: de la "coexistencia pacífica" al nuevo desorden mundial

02 de Noviembre de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan firman un tratado de desarme en 1987. Foto: Reuters.

Desde 1945 la humanidad ha seguido su imparable evolución cultural y tecnológica sabiendo que se encontraba a un solo paso del holocausto nuclear. El nuevo orden mundial pendía de un finísimo hilo. Y pese a todo, semejante monstruosidad llegó a parecernos algo tan habitual como que el sol saliera cada mañana.

El 8 de diciembre de 1987 Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov firmaron un histórico acuerdo de desarme. El Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces) prometía abrir una esperanzadora época de distensión. Por un momento parecía que las grandes potencias habían entendido que era mejor vaciar los arsenales antes que aniquilarse recíprocamente. Hasta finales de 2021, en plena pandemia, el deshielo parecía la doctrina dominante, que incluso el propio Vladímir Putin llegó a aceptar en una declaración firmada tras una cumbre a cinco entre Estados Unidos, China, Francia y Reino Unido. En aquella reunión, las mayores potencias atómicas acordaron poner freno a la carrera armamentística. “Afirmamos que una guerra nuclear no se puede ganar y nunca se debe librar”, recogía el texto final. “Dado que el uso nuclear tendría consecuencias de gran alcance, también afirmamos que las armas nucleares, mientras sigan existiendo, deben servir a fines defensivos, disuadir la agresión y prevenir la guerra. Creemos firmemente que se debe evitar una mayor propagación de dichas armas”.

Sin embargo, todo ha cambiado en el transcurso de unos meses. Algo ha pasado para que Putin haya dado un puñetazo sobre el tablero internacional ordenando la invasión de Ucrania, una decisión que él mismo era consciente de que suponía un peligroso paso hacia una nueva conflagración mundial. Es evidente que el frágil pero duradero equilibrio, la “coexistencia pacífica” (un término acuñado por el dirigente soviético Nikita Jrushchov), se ha roto para siempre. ¿Por qué? Varios factores explicarían ese brusco giro de guion. En primer lugar, es más que probable que el presidente ruso haya llegado a la conclusión de que su país goza de una pequeñísima ventaja estratégica nuclear que podría darle la victoria en sus afanes imperialistas y de expansión hacia el oeste. Una idea descabellada, por otra parte, ya que si bien es cierto que Rusia dispone de unas cuantas cabezas nucleares más que Estados Unidos, lo más seguro es que cuando tratara de hacerlas valer ya sería demasiado tarde, puesto que todo el planeta habría saltado por los aires en un intenso intercambio de misiles. Putin confía plenamente en su arsenal y hace unos días ha dado muestras de ese orgullo utilizando misiles hipersónicos Kinzhal imposibles de interceptar. El arma puede ser lanzada desde un caza o bombardero Tu23, está diseñada para alcanzar una velocidad diez veces superior a la del sonido y posee un radio de acción de 2.000 kilómetros. Por supuesto, también puede equiparse con una carga nuclear. El lanzamiento de uno de estos cohetes contra un depósito subterráneo de misiles ucranianos ha sido toda una demostración de músculo de Putin, un mensaje lanzado al mundo advirtiéndole de que no solo cuenta con las viejas bombas legadas por la URSS, sino con nuevos, modernos y mucho más sofisticados avances bélicos contra los que nada podrá hacer la OTAN para defenderse.

Pero al margen del poderío militar de Rusia que solo un temerario negaría, existen otras cuestiones que con total seguridad han pesado a la hora de que Putin haya tomado la decisión de atravesar el peligroso Rubicón ucranio. Una de ellas es, sin duda, la evidente debilidad de la Unión Europea en materia de defensa. Hace años que desde diversos ámbitos y estamentos se viene reclamando la creación de un ejército común con capacidad autónoma para garantizar la integridad de las fronteras del viejo continente. Sin embargo, hasta el momento todas las iniciativas han caído en saco roto. La salida del Reino Unido de la UE con su famoso Brexit ha contribuido a ralentizar todavía más el avance de la construcción europea, un proyecto que hasta la fecha no había pasado de un simple acuerdo económico y monetario, muy lejos de una unión política, judicial, fiscal y mucho menos militar. Ese punto débil, ese gran agujero en el flanco defensivo del otro bloque, ha animado a Putin a lanzar su dramático órdago contra Occidente. Tras la invasión rusa, todas las alarmas han saltado en Bruselas. El pasado 22 de marzo, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, anunciaba que la UE aprobaba el plan para la creación de una Fuerza de Despliegue Rápido formada por al menos 5.000 soldados. Puede ser el primer paso, el embrión de un futuro ejército europeo. De esta forma, los Estados miembros daban luz verde a un proyecto estratégico de defensa común con el que Europa ganará en capacidad militar propia y autónoma. Con todo, a nadie se le escapa que la decisión llega muy tarde, cuando Putin ya ha puesto en marcha su terrorífica maquinaria militar capaz de aplastar fronteras por el oeste hasta resucitar el antiguo mapa del imperio zarista.

Un tercer factor que ha podido influir en la invasión de Ucrania es la aparente debilidad de Estados Unidos. La salida precipitada de las tropas norteamericanas de Afganistán, devolviendo el poder a los talibanes tras veinte años de guerra, fue un mensaje directo que Putin sin duda captó y anotó en su Moleskine de cara a futuros planes bélicos. Si a esa huida del nuevo Vietnam estadounidense se une el hecho de que el sistema político americano se tambalea tras cuatro años de Donald Trump, se entenderá fácilmente que desde el punto de vista del Kremlin era el instante más propicio para iniciar un ataque contra Occidente. Aquella histórica imagen de las hordas trumpistas asaltando el Capitolio fue lo más parecido a la toma de la Bastilla de 1789, esto es, un signo claro de que una época tocaba a su fin, un síntoma rotundo de que un imperio decadente se desmoronaba para dar paso a nuevos candidatos a primera superpotencia mundial. Todo eso también quedó debidamente anotado en la libreta del exagente del KGB Vladímir Putin. 

Finalmente, hay un cuarto y último factor que conviene no perder de vista y que ha podido influir de manera determinante a la hora de que el dirigente ruso haya decidido dar el paso crucial y embarcarse en su delirante aventura bélica: el poder cada vez mayor de China, un actor colosal que ha dejado de ser un país emergente para convertirse en una realidad, un inquietante protagonista que reclama su papel en la escena, una superpotencia económica, militar y nuclear a la altura de las demás (quizá la segunda en discordia y con serias aspiraciones de liderazgo). Si bien en un primer momento el gigante asiático ha mantenido una cierta posición de neutralidad calculada en el conflicto ucraniano, poco a poco ha ido apareciendo el socio fiel, el eterno amigo rojo, el hermano de revoluciones de Rusia. Algunos expertos consideran que a China no le interesa una guerra en este momento, ya que el plan de Pekín consiste en seguir creciendo económicamente y en terminar de colonizar Occidente con sus mercancías y productos tecnológicos de última generación. En los últimos años el régimen de Xi Jinping ha conseguido zombificar las economías europeas hasta el punto de convertirlas en superdependientes de las empresas de su nuevo “comunismo de libre mercado”. Cabe recordar que en plena pandemia de coronavirus Pekín se mostró ciertamente generoso con su principal competidor, el mundo occidental, al que envió millones de mascarillas y material sanitario de forma altruista y gratuita. Solo un amo y señor del mundo se comportaría de una forma tan paternal.

Contra esa auténtica invasión silenciosa trató de reaccionar Trump cuando en marzo de 2018, un año antes del estallido de la crisis global del covid, declaró la guerra comercial al imperio asiático al imponer aranceles por valor de 50.000 millones de dólares a los productos chinos. Hoy, muchos analistas se preguntan si será verdad que el monstruo del Lejano Oriente está centrado en el pragmatismo de la economía, ajeno a cualquier tipo de combate militar, o tendrá firmado ya un pacto secreto con Putin para dar comienzo a sus planes expansionistas en Asia y también en África. Si el líder ruso sueña con conquistar Ucrania, símbolo y emblema sentimental de la fundación de la Madre Rusia, Xi podría sentirse seducido por la idea de atacar Taiwán aprovechando la convulsa coyuntura internacional. En uno de sus históricos discursos por videoconferencia ante el Congreso de los Estados Unidos, el presidente ucraniano Zelenski advirtió a los norteamericanos de que, si persisten en su táctica de no intervención en el conflicto, podrían sufrir un ataque sorpresa como el que padecieron en Pearl Harbor a manos de los japoneses la mañana del domingo 7 de diciembre de 1941, el día de la infamia, que supuso la entrada de los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, Zelenski se estaba refiriendo a la posibilidad de que Pekín esté pensando en lanzar una guerra relámpago para tomar su ansiada y soñada perla: la isla de Taiwán.

De momento, China sigue siendo la clave. Pero sus verdaderas intenciones no dejan de ser un enigmático misterio. Si apuesta por la paz, por la negociación y la diplomacia como forma de resolver la crisis, marcando distancias con el Kremlin y exigiendo a Rusia que se restablezca el alterado orden internacional, los días de la guerra de Putin podrían estar contados. Si por el contrario toma partido por su tradicional aliado exsoviético, la Tercera Guerra Mundial sería inevitable. En ese contexto, el presidente Joe Biden ya ha advertido a Xi de que cualquier apoyo militar o financiero a la acorralada Rusia tendría “graves consecuencias”. Pero no parece que de momento China vaya a dejarse amedrentar por el Tío Sam. De hecho, en las últimas semanas el régimen de Pekín ha lanzado inquietantes señales que hacen temer que su papel sea más bien el de cómplice que el de neutral moderador. “Como remanente de la Guerra Fría, la OTAN continúa expandiendo su alcance geográfico y rango de operaciones. ¿Qué tipo de papel ha desempeñado en la paz y la estabilidad mundiales? Nunca olvidaremos el bombardeo en Yugoslavia”, aseguraba recientemente un portavoz chino, que invitó a la Alianza Atlántica a “tener una buena reflexión”. “No necesitamos sermones sobre Justicia de un abusador del derecho internacional”, añadió el funcionario de Xi Jinping.

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